Deseo Silencioso

Enredos y sospechas

El gimnasio estaba casi vacío cuando Selena llegó esa noche. La tenue luz amarillenta iluminaba el tatami, reflejándose en los espejos de las paredes. Solo unas pocas personas aún practicaban, pero su atención estaba en otra parte. Su corazón latía con fuerza mientras buscaba a Damián con la mirada.
Él estaba allí, al otro lado del gimnasio, vendándose las manos con calma. Su postura era relajada, pero había algo en su expresión que la hizo tragar saliva. Cuando sus ojos se encontraron, sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Viniste —dijo Damián, con su tono neutro de siempre.
Selena intentó sonreír, ocultando su nerviosismo.
—Claro. Dijiste que querías entrenar conmigo.
Damián asintió y caminó hacia el centro del tatami. Selena lo siguió, sintiendo cómo los nervios se mezclaban con la emoción. Se colocó en posición de guardia y lo imitó. Por un momento, ambos se miraron sin moverse.
—Ataca primero —ordenó él.

Selena respiró hondo y lanzó un golpe directo a su torso. Damián lo esquivó con facilidad y contraatacó con rapidez. Selena apenas tuvo tiempo de reaccionar, bloqueando con dificultad. Se movían en un ritmo calculado, cada uno midiendo los movimientos del otro. Pero mientras peleaban, Selena sintió algo más que simple entrenamiento. Había una tensión extraña en el aire, como si Damián estuviera analizándola de una manera diferente.
Después de varios minutos, él bajó la guardia.

—Eres mejor de lo que pensé.
Selena sonrió, sintiendo el calor subir a su rostro.
—¿Esperabas que fuera mala?
—Esperaba que fueras menos… persistente.
Selena bajó la mirada por un momento, sintiendo el peso de sus propias acciones. Si Damián supiera todo lo que hacía para estar cerca de él, ¿cómo reaccionaría?
Antes de que pudiera responder, Jae entró al gimnasio con paso rápido y se acercó a Damián.
—Hey, tenemos un problema afuera —murmuró Jae con seriedad.
Damián frunció el ceño y dirigió una mirada fugaz a Selena.
—Yo iré a ver. Espera aquí —indicó Damián antes de marcharse con Jae.

Selena sintió un impulso irracional de seguirlo. Esperó unos segundos antes de moverse con cautela hacia la puerta tras ellos. Al asomarse, vio a Damián y Jae hablando con un grupo de chicos en la entrada del gimnasio. El ambiente era tenso. No alcanzaba a escuchar con claridad, pero notó que Damián mantenía su postura firme mientras los otros parecían agitados.

En ese momento, un leve reflejo en el espejo cercano le reveló una silueta acercándose por detrás. Se giró justo a tiempo para ver a Adriana, quien acababa de entrar por una de las puertas laterales del gimnasio. Parecía haber estado esperando el momento adecuado para confrontarla. Sus brazos estaban cruzados y su ceño fruncido reflejaba una mezcla de determinación y desaprobación.

—¿No crees que estás metiéndote donde no te llaman? —dijo de repente una voz detrás de ella.
Selena se giró sobresaltada. Adriana estaba allí, mirándola con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Selena, recuperando la compostura.
—Podría preguntarte lo mismo —replicó Adriana—. ¿Desde cuándo entrenas en un gimnasio? ¿O esto también es parte de tu… interés por Damián?
Selena sintió un nudo formarse en su estómago. Sabía que Adriana todavía estaba perturbada por lo que había visto en su habitación.
—No tienes idea de lo que estás diciendo —respondió en voz baja.
Adriana dio un paso más cerca.
—Selena, tienes que parar. Esto ya no es normal. Lo que haces, lo que piensas… estás cruzando una línea peligrosa.
—No sabes nada sobre lo que siento —espetó Selena.
—Sé lo suficiente —insistió Adriana—. Y me preocupa. Damián no es quien tú crees que es. Y si sigues así, vas a terminar lastimada.
Selena sintió la ira burbujear en su pecho.
—No necesito que me protejas. Ni de él ni de nadie.

Antes de que Adriana pudiera responder, la puerta del gimnasio se abrió de golpe y Damián entró. Sus ojos se encontraron con los de Adriana, y su expresión cambió. Había algo frío en su mirada, como si hubiera escuchado parte de la conversación.

Adriana tragó saliva y desvió la vista.
—Tengo que irme —murmuró antes de salir rápidamente.
Selena se quedó en silencio, sintiendo la tensión en el aire. Damián la observó por un momento antes de hablar.
—¿Quieres que te lleve a casa? Es tarde.

Su tono era calmado, pero había algo en su mirada que la hizo contener la respiración. Como si estuviera analizándola de una manera que no lograba descifrar. Por un momento, Selena se preguntó cuánto había escuchado de su conversación con Adriana y qué pensaba realmente al respecto.
Selena parpadeó, sorprendida por la oferta.

—Si no es molestia… —respondió, tratando de mantener la calma, aunque su mente aún repasaba cada palabra que Adriana había dicho.
Damián sostuvo su mirada por un segundo más antes de asentir.
—Vamos —dijo él simplemente, girándose hacia la salida con la misma tranquilidad de siempre, como si nada de lo sucedido lo hubiera afectado.

El camino hasta la casa de Selena transcurrió en un silencio extraño. Damián conducía con la misma serenidad de siempre, una mano en el volante y la mirada fija en la carretera. Selena, en cambio, no podía dejar de pensar en las palabras de Adriana. Se preguntaba qué tanto sabía Damián sobre su conversación y si eso había cambiado algo entre ellos. A pesar de la tensión, también sentía la emoción de estar tan cerca de él, compartiendo ese momento a solas.

Cuando llegaron a su casa, él detuvo el auto frente a la puerta y la miró con intensidad.
—Nos vemos en el gimnasio —dijo, sin más explicaciones.
Selena asintió, sintiendo su corazón latir con fuerza.
—Nos vemos.

Damián se quedó observándola por unos segundos más luego encendió el motor con calma y, antes de arrancar, miró por el retrovisor, fijando su vista en ella por un instante más. Luego, el auto se alejó lentamente por la calle oscura hasta desaparecer de su vista. Selena lo observó hasta el último momento, su mente llena de pensamientos confusos. Algo en la forma en que la había mirado, en cómo su voz se había mantenido imperturbable, la dejaba inquieta.




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