Deseos Paradisíacos de un Vampiro(editando)

Capítulo 17 Lo que la corriente trajo Pt3

CAPÍTULO 17

 

Hay que mirar quién está para uno cuando los pensamientos son un desorden.

 

 

—No está aquí, busca en la sala de juntas quizá. —oí detrás de mí.

—No entiendo porque haces todo esto Everett. ¿no te han enseñado de niño que no te debes de meter en asuntos ajenos?

—¿De verdad no lo entiendes? ¿me especificas? —se agregó del marco de la puerta.

—Lo primero es que hayas hecho lo que... hiciste con Camila. Y luego de quererme lejos de tu hermano. Si te preocupa algún interés amoroso entre nosotros déjame decirte... —me interrumpió.

—No quiero que seas la Beatríz número dos en la vida de mi hermano.

¿Quién es Beatríz?

—Fruncí el ceño— Mmh...

—Lo que realmente no entiendes es que no somos como tú. No captas que en nuestro entorno merodean almas que tú no podrías ni siquiera imaginar. No eres consciente del peligro que corres y que nos haces tener en la espalda el peso de tu hermoso trasero.

—Pues perdón por eso. —expresé con indignación.

—Ese es el punto; eres una inmadura que se la pasa insultando al dos por uno.

Pff.

Suspiré.

—No sé quién es o quién fue para él pero no quiero ser esa chica por dos, créeme. Ni siquiera me interesa un amorío con él.

—Eso dices ahora.

—Deja de compararme con ella porque ni me conoces lo suficiente como para estar hablando y te apuesto lo que tú quieras a que no te tomaste ni el mínimo segundo para conocerla a ella tampoco.

—Están vinculados, el te marcó y eso ya es la sentencia de ambos.

—¿Qué tan importante puede ser eso?

—Mucho.

—Pensé que convertían a los humanos en vampiros mediante la mordida y no sucedió, ¿qué problema hay? ninguno.

Abrió los labios pero no dijo nada. 

—Me pidió ser suya, ¿Cómo no va a quererme cerca? —en un hilo de voz dije.

Retuvo sus palabras, parecía querer decir algo pero se echó para atrás.

—No tengo tiempo para esta conversación. —negué— Se supone que no te ibas a interponer en mi camino pero aquí estás robando mi tiempo, tiempo que podría estar utilizando para hablarle a Evangelo.

—¿Cómo estás tan segura de que va a querer hablar contigo?

—Podré serte indiferente pero no creo que sea tan drástico como para de la noche a la mañana no querer verme.— de verdad me parecía tonto, por más hijo de la gran puta que fuera al menos tiene elegancia para decírmelo de frente, ¿no?— ¿Porqué no simplemente borra mis recuerdos y ya?

No dijo nada. Había conseguido callarlo y no iba a desaprovecharlo, coloqué mi mano izquierda en su pecho y lo hice a un lado en la puerta para pasar por ella. Llegué a la sala de juntas, se oían voces y sonidos extraños, me asusté con la sombra de un objeto ya que la luna había salido, era hermosa. La ví por el ventanal, se veía perfecta, toda redonda, blanca y brillante. Pero la apreciación de la vista me fue interrumpida por un fuerte temblor, fue horriblemente fuerte, me agregué de la pared y como si nada hubiera sucedido todo estaba intacto. Me sorprendió que a pesar de tal temblor, los objetos ni sé movieron. Acomodé mi pelo y abrí la puerta frente a mí. Como si ya me hubieran estado esperando, me encontré con la vista fija de todos en mi dirección.

¿A caso escucharon mis pasos?

Evangelo me miró con seriedad, daba miedo más que nunca, su mirada era totalmente helada, estaba más sombrío que nunca. La habitación era iluminada por la poca luz que la luna dejaba a la vista por las enormes ventanas detrás de la mesa. Varias personas alrededor de la misma se giraron a Evangelo y otras me miraban curiosas y con algo... que no podía describir, era un brillo extraño en su mirada. Traté de decir algo pero fui arrastrada por una mano desconocida.

—¡Para!

Estábamos frente al ascensor. Le dí una galleta en la mejilla y él me miró con incredulidad.

—¿Te conozco?

—Es un placer señorita Presley, mi nombre es Leroy. —habló con calidez y dulcura.

Su aroma era increíblemente exquisito, mis fosas nasales se llenaron de su olor y yo estaba atónita.

—Supongo... que el gusto de conocerte es mío. —hice una pausa y al verme incómoda me soltó del brazo.

—Debes irte, ahora.

—¿Ah?

Unos pasos se escucharon detrás, él parecía asustado, me tomó de la cintura y de pronto el aire se llenó de humo. Empecé a tocer hasta que sentía que mis pulmones ya no daban más.

Todo volvió a tornarse negro.

 




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