La conocí una mañana soleada bajo la sombra de un viejo limonero que pertenecía a mi familia. La niña muy audazmente robaba la fruta, y en cuanto me acerque a reprocharle me miro picara y grito:
-Estos son de todos- dijo mientras lanzaba en el aire uno de los limones, acto seguido me lo lanzo a la cara- Pero este es tuyo si queres.
Con mucho enojo respondí al ataque, y esa tarde pasamos guerreando con limones y llamándonos con cada insulto que dos niños pudieran concebir. Sin embargo, al anochecer ambos volvimos riendo a nuestras casas. Y al día siguiente nos volvimos a encontrar en ese lugar, y al otro día también y al siguiente, y así durante casi diez años.
Tarde bastante en darme cuenta que aquello era amor, sin embargo ella me espero, y cuando finalmente conseguí el valor de decírselo ella tal cual el primer día que nos vimos se burló de mí y sin embargo correspondió a mis sentimientos con un beso apasionado.
Fueron años felices, nunca lo voy a olvidar, estaba a punto de pedirle matrimonio cuando recibimos la noticia. Después de semanas con fiebre alta, finalmente los estudios médicos revelaron que padecía una enfermedad terminal de la que no se conocía cura alguna.
Fueron meses de tristeza, sin embargo ella nunca dejaba caer los brazos, finalmente nos casamos una mañana soleada de abril, ante unos pocos amigos y familiares. Un mes después ella falleció.
Es realmente indescriptible el dolor que sentí, que aun siento. Nunca me pude recuperar del todo de aquello, fue como si una parte de mi muriera aquel día. Sin embargo, me decidí a avanzar, bajo insistencia de mis padres conocí otra mujer, de la cual me enamore y con ella me case y tuve hijos. Envejecí junto a ella y vi a mis niños crecer y transformarse en hombres.
Y ahora me encuentro en una cama postrado, tal como ella había estado hace ya casi medio siglo, la enfermedad me consume y no hay nada que se pueda hacer para evitarlo, o al menos eso dijeron los médicos. Mi esposa se encarga de mí, de mi comida, de mis necesidades y sobretodo de hacerme compañía. Mis hijos también vienen cada vez que pueden, sin embargo nunca me he sentido tan solo… es como si cada día me alejara más de ellos y me uniera a aquellos que ya han partido.
Hoy es un día como cualquier otro, estoy tendido en la cama del hospital conectado a los armatostes que me mantienen con vida. Mi esposa estuvo conmigo un tiempo, ahora se fue a casa a traer algunas cosas, y dicho sea de paso a descansar un poco. Los enfermeros van y vienen, trayéndome comida a veces, otras sabanas y colchas para que no pase frio. El día pasa lento casi sin ningún cambio, y ahora ya es casi de noche y los ojos me pesan.
Sueño con aquel viejo árbol que tantos recuerdos guarda, a pesar de que han pasado tantos años el sigue ahí fuerte y robusto tal cual como estuvo en aquel primer encuentro que tuve con ella.
Y hablando de ella… está ahí mismo bajo la sombra del limonero simplemente observando las hojas mecerse al viento. Es tal cual y como la recuerdo, alta y con una hermosa melena castaña, su porte es bastante elegante. Me mira con aquella hermosa sonrisa suya de labios curvos y sugerentes, y sus ojos brillan a la luz del sol cautivándome.
-Qué envidia siento, te ves tan joven- es lo primero que alcanzo a decirle.
-¿Pero de que hablas? Vos no te ves mal- me dice observándome de arriba abajo.
Ahora, después de que ella me ha dicho esas palabras, es cuando lo noto. Mi cuerpo no es mi cuerpo viejo, sino más bien aquel de antes, en este momento no me debo ver de más de treinta años de edad.
Paseo un poco alrededor del pequeño campo, y me deleito la visión con tal hermoso paisaje, el limonero, el atardecer y ella…
-Te extrañe tanto
-Bueno ya no será más así- me dice mientras se le dibuja una sonrisa pícara en el rostro.
- Entonces, ¿puedo estar con vos de ahora en más?- digo forzando una sonrisa.
-Si es que vos lo queres
Me hundo en su mirada, y me siento feliz y a la vez triste. Feliz porque finalmente vuelvo a estar con ella y triste porque pronto he de decirle adiós, pronto tendré que despertar.
-Esto es un sueño- le digo, no preguntándole sino afirmándolo.
-Es tu decisión- ella me dice respondiendo la pregunta que nunca hice.
Pienso en el limonero, en el primer encuentro, y el primer beso, en los años de felicidad, en la enfermedad y en su muerte. Pienso también en mi esposa a la que amo y en mis hijos, en mi trabajo, en mi casa y en el hospital y la cama y los aparatos a los que estoy condenado…
-Creo que vos sabes que voy a elegir- le digo decidido- después de todo, tuve una buena vida- y no vuelvo a abrir los ojos.