Desgraciado

1.2 Pensamientos persistentes: el cautiverio del corazón

El silencio que lo envolvía era tan opresivo que parecía hablar por sí mismo. Cada sonido, incluso el más leve, despertaba en él recuerdos que lo perseguían como una sombra que nunca se va. Sentado al borde de la cama, absorbía el aire frío de la habitación, donde los pensamientos sobre la chica —a la que ni siquiera conocía— habían tomado por completo su conciencia. Su corazón latía con fuerza, como si intentara escapar de su pecho, sintiendo al mismo tiempo deseo y miedo. El deseo de acercarse a ella, de hablarle, de tocarla; pero el miedo al rechazo, el miedo a ser apartado, lo paralizaba.

Cada día, al ir al trabajo, sus pensamientos sobre ella se volvían cada vez más obsesivos. La imagen de su sonrisa, de su risa —que parecía resonar en su mente— se convertía en una carga insoportable. Imaginaba cómo ella lo miraba, cómo brillaban sus ojos al reír. Pero en la vida real todo era distinto. No encontraba la fuerza para acercarse a ella, y sus amigos solo se reían, bromeando sobre sus sueños imposibles. No comprendían que para él no se trataba de un simple coqueteo, sino de una auténtica obsesión que, día tras día, profundizaba su soledad.

Empezó a sentir cómo su estado psicológico se deterioraba. Cada noche, al acostarse, los pensamientos sobre ella no le daban descanso. Se despertaba empapado en sudor frío, con el corazón desbocado y la mente atrapada entre el deseo y el miedo. En esos momentos de silencio, cuando el mundo parecía detenerse, su monólogo interior se volvía cada vez más caótico.
«¿Por qué no puedo simplemente acercarme a ella? ¿Por qué no puedo decir lo que siento?», se preguntaba, sintiendo cómo la desesperanza llenaba su corazón.

Sus amigos, que antes habían sido un apoyo, ahora se convertían en una fuente de burlas.
«¿Estás bromeando, verdad? ¡Ella ni siquiera sabe quién eres!», se reían, sin darse cuenta de cuánto lo herían esas palabras. Cada chiste, cada burla, era como un cuchillo que se hundía más profundamente en su alma. Se sentía aislado, como un barco atrapado en una tormenta, sin posibilidad de encontrar la orilla. La lucha interior entre el deseo y el miedo se volvía cada vez más intensa, consumiéndolo por completo.

A veces intentaba encontrar una salida, pero sus pensamientos, como olas imparables, lo cubrían una y otra vez.
«¿Tal vez no soy lo suficientemente bueno? ¿Tal vez nunca podré estar con ella?», se preguntaba, sintiendo cómo la inseguridad lo devoraba desde dentro. Esa desesperación se convertía en parte de su vida, y comenzaba a dudar de si alguna vez lograría liberarse de esa carga.

Intentó hablar de sus sentimientos con sus amigos, pero su reacción solo aumentaba su sensación de soledad. No podían entender que su sufrimiento era real, que no se trataba de simples fantasías infantiles. Cada vez que intentaba explicar lo difícil que le resultaba vivir así, sentía cómo sus miradas se apartaban y las risas se hacían más fuertes.
«Es solo una broma», repetían, pero para él no lo era. Era su vida, su corazón, que se rompía en pedazos.

Y así, sentado en el silencio, comprendió que sus pensamientos se habían convertido en su peor enemigo. Lo perseguían incluso en la quietud más absoluta, y sentía cómo su corazón se llenaba de deseo, pero también de un miedo profundo al rechazo. Esa lucha entre el deseo y el miedo lo llevaba al borde del abismo, y empezaba a entender que, sin apoyo, sin comprensión, podía perderse para siempre.




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