Desgraciado

3.1 Vida tras la recuperación: descubrimientos y nuevas pasiones

El regreso del hospital fue para Alejandro un momento lleno de esperanza y temor. Su mente aún estaba saturada de pensamientos sobre Catalina, la chica que se había convertido en símbolo de sus sueños inalcanzables. Tras una larga estancia en el hospital psiquiátrico, donde había luchado por enfrentarse a sus demonios internos, se encontraba ahora en un mundo que le resultaba ajeno y hostil. Cada paso en la calle le recordaba su ausencia, y los sonidos de la ciudad evocaban recuerdos de aquellos instantes felices que nunca había vivido.

Alejandro intentaba encontrar nuevas aficiones que lo ayudaran a distraerse de los pensamientos sobre Catalina. Comenzó a jugar al póker, al principio solo por curiosidad, pero pronto este juego se convirtió en su vía de escape de la realidad. La mesa de cartas se transformó en su refugio, un lugar donde podía olvidar sus problemas, aunque fuera por un breve instante. Cada mano le daba una sensación de control que tanto le había faltado en la vida. Pero junto con esto llegaba también una nueva dosis de tensión, pues las apuestas eran altas y cada partida podía terminar en victoria o derrota.

Los primeros días tras salir del hospital, jugaba solo, intentando comprender las reglas, estudiando estrategias y observando a los jugadores más experimentados. Pasaba mucho tiempo en un pequeño café en las afueras de la ciudad, donde se reunían otros jugadores que, al igual que él, buscaban consuelo en el juego. Allí se sentía libre, aunque solo por un momento. Sin embargo, los pensamientos sobre Catalina siempre lo seguían como una sombra que no lo dejaba en paz. Cada victoria, cada mano ganada le producía alegría, pero era efímera, pues la verdadera felicidad seguía siendo inalcanzable.

Poco a poco, Alejandro comenzó a notar que su nueva afición no solo le traía alegría, sino también estrés. Intentaba encontrar un equilibrio entre el juego y su estado emocional, pero cuanto más jugaba, más sus pensamientos regresaban a Catalina. Ella permanecía en su corazón como un enemigo invencible que siempre le recordaba su ausencia. Cada triunfo le hacía consciente de que ni la victoria más grande podía llenar el vacío que había dejado en su vida.

Una tarde, mientras estaba sentado en la mesa, conoció a Andrés, un viejo amigo también aficionado al póker. Andrés, que había pasado por sus propias dificultades, se convirtió en un especie de mentor para Alejandro. Le contaba sobre sus errores, cómo los juegos de azar podían convertirse fácilmente en una adicción si no se controlaban las emociones. Alejandro escuchaba con atención, tratando de aprender para no repetir los mismos errores. Sin embargo, sus pensamientos siempre regresaban a Catalina, y comprendía que el póker era solo una vía de escape, no una solución a sus problemas.

El tiempo pasaba y Alejandro buscaba nuevas formas de expresarse. Comenzó a dedicarse al arte, pintando cuadros que reflejaban su mundo interior. Pero incluso en la creatividad, su musa seguía siendo inalcanzable. Pintaba paisajes llenos de colores vivos, pero siempre se percibía una tristeza subyacente. Cada trazo del pincel le recordaba que la vida continuaba, a pesar de sus pérdidas personales.

La lucha interna entre el deseo de descubrir nuevas pasiones y el miedo a dejar atrás el pasado se volvía cada vez más intensa. Alejandro sentía que, por mucho que explorara nuevos caminos, los pensamientos sobre Catalina siempre lo acompañarían. Y aunque el póker y la pintura le brindaban cierta alegría, no podían reemplazar el vacío que sentía en su corazón. Sabía que necesitaba encontrar la manera de liberarse de esa carga para poder seguir adelante, pero por ahora permanecía atrapado en sus pensamientos, intentando equilibrar su pasado con su presente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.