Desgraciado

4.2 Riesgos para la salud: la amenaza de la taquicardia

El peso de las deudas y del engaño cae sobre Alejandro, obligándolo a sentir cómo su propio cuerpo se vuelve ajeno. El corazón, latiendo en un ritmo desordenado, parece intentar escapar de su pecho. Cada latido suena como una alarma, una señal de que está al límite, y esa sensación se vuelve cada vez más insoportable. Sentado al borde de la cama, con la cabeza entre las manos, intenta encontrar algo de claridad en sus pensamientos, pero en su lugar lo invade una ansiedad sorda y persistente.

Cada mañana, al despertar, se enfrenta a nuevos problemas. Las deudas, que parecen no tener fin, se ciernen sobre él como una nube oscura. Los pensamientos sobre la chica, convertida en símbolo de sus deseos inalcanzables, lo persiguen incluso en sueños. Se entrelazan con sus miedos y angustias, creando un verdadero caos en su mente. ¿Podrá alguna vez liberarse de este peso? Esa pregunta no le da descanso.

Alejandro intenta encontrar maneras de reducir el estrés. Prueba la meditación, pero ni siquiera en el silencio su mente lo deja en paz. Los pensamientos sobre ella —su sonrisa, su voz resonando en su memoria— no lo abandonan. Recuerda cómo reían juntos, lo fácil que era hablar cuando todo parecía posible. Ahora, en cambio, siente que pierde el control de su vida, y esa sensación se vuelve asfixiante.

Al notar que su corazón late con más fuerza, decide salir a la calle para respirar aire fresco. Pero incluso allí, rodeado de gente, se siente solo. Sus amigos, que antes lo apoyaban, ahora se ríen de sus preocupaciones.
—Es solo una broma —dicen.
Pero para él no lo es. Es su vida, su lucha. Y con cada risa, su aislamiento se profundiza.

Cuando regresa a casa, su corazón sigue latiendo a un ritmo acelerado. Intenta calmarse, pero la ansiedad no lo suelta.
«Tal vez debería ir al médico», piensa, aunque enseguida descarta la idea. ¿Qué podrían decirle los médicos? ¿Qué podría explicarles él? Teme que también ellos le digan que exagera, que no es más que una broma. Pero su cuerpo no miente: la taquicardia se ha convertido en su compañera constante.

Por las noches, cuando intenta dormir, su corazón sigue desbocado y la respiración se le vuelve superficial. En esos momentos siente que su vida se le escapa de las manos. Los pensamientos sobre ella, sobre su vida, sobre la posibilidad de que pudiera estar a su lado si tan solo se hubiera atrevido a acercarse, llenan su mente. Esa lucha entre el deseo y el miedo al rechazo se convierte en otra metáfora de su conflicto interior.

Comienza a llevar un diario, intentando poner orden en sus pensamientos. Al escribir sus experiencias, espera encontrar algo de calma. Pero sus palabras solo subrayan la desesperanza de su situación.
«¿Por qué no puedo simplemente olvidarla?», se pregunta.
La respuesta siempre es la misma: porque ella se ha convertido en parte de él. Parte de su dolor, de sus sueños, de sus miedos.

Cada día se convierte en una batalla. Intenta reducir el estrés, pero los pensamientos sobre ella continúan persiguiéndolo. Y con cada jornada, su estado empeora. La taquicardia se transforma en el símbolo de su lucha interna, de su incapacidad para hallar paz en un mundo donde todo parece perdido. ¿Podrá alguna vez liberarse de esta carga? Esa pregunta permanece sin respuesta, como tantas otras en su vida.




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