Desigual. Donde se rompe el alma

Cuna de lino.

El día amanecía con ese caos habitual de la ciudad de Caracas, bocinas, motos y hasta voces que se mezclaban con el canto lejano de los guacamayos.

Pero, en una lujosa casa, el silencio era distinto. No por la ausencia del ruido, sino por algo más.

Emma de Santoni sostenía un test de embarazo entre sus dedos, como si fuera la reliquia más importante. Sus ojos no se podían apartar de esas dos líneas, claras, innegables. Su respiración se volvió lenta, como si su mismo cuerpo supiera que algo acababa de cambiar.

—Emilio... —murmuró, no podía moverse del baño y sus labios temblaban ligeramente.

El hombre llegó segundos después, aún tenía la bata blanca sobre la camisa, su cabello estaba ligeramente despeinado y los ojos cansados de una guardia larga en la clínica. Pero, cuando la vio, no preguntó nada, solo la miró. Emma levanto el test sin decir alguna palabra.

Y en ese instante, el mundo se detuvo.

Emilio se acerco y la abrazó con una fuerza que no usaba ni en esos momentos más criticos del quirófano. A su vez, la mujer se aferró a él como si el futuro ya estuviera escrito en sus brazos. Algunas lágrimas se deslizaron por sus rostros, pero no rompieron en un llanto ni tampoco gritaron. Solo se quedaron así, abrazados, en medio de ese baño de mármol, sintiendo como algo empezaba.

Ambos habían estado esperando la llegada de este momento por años. Y no fue por falta de tiempo, si no por sus sueños. Querían que su hijo llegara cuando todo estuviera listo. Sus carreras, una casa, una estabilidad. Y ahora, con 27 y 30 años, ambos podían sentir que el universo les estaba dando respuestas.

—Será un niño —dijo Emilio, con una sonrisa que podía iluminar el espacio.

—¿Y, que pasa si es niña? —pregunto Emma.

—En ese caso, será la niña más amada de toda Venezuela.

Soltaron una carcajada para luego besarse. Desde que la familia Santoni Sousa, tuvieron el conocimiento de la confirmación del test, el cuál les había dado la seguridad de lo que ya intuian, no se quedaron de brazos cruzados, se pusieron manos a la obra. Pues tenían en sus manos una obra de arte que debía ser cuidada al milímetro.

Entre los dos, escogieron al mejor colega que conocían, al obstetra más reconocido de Caracas. Un médico que atendía en una clínica ubicada en Altamira, con una vista impresionante al Ávila y cada sillón era de cuero en la sala de espera.

Para cada consulta Emma cumplía con su ceremonia de análisis de sangre, ecografías con el último equipo, estudios genéticos, porque aquí nada se dejaba al azar. Todo era estudiado, el bebé tenía que venir en las mejores condiciones de vida.

Emma también cumplía con sus vitaminas, las cuales eran importadas, recomendadas tanto por el ginecólogo como por una nutricionista especializada en embarazos de alto perfil. La alimentación era muy meticulosa: Frutas orgánicas, proteínas magras, suplementos de omega-3, hierro, ácido fólico. Nada podía faltar.

Emilio seguia con sus guardias en la clínica, aún así, leía artículos de embarazo, por lo que cada noche tenia algo que hablar con su esposa. Por su parte, Emma también seguía trabajando, solo que había reducido su jornada laboral.

—Nuestro bebé va a tener lo mejor —decía Emilio, cada vez que le acariciaba el vientre aún plano de Emma.

—Cariño, ya este bebé lo tiene todo —respondía ella, con una sonrisa que podía iluminar cada alma.

La habitación que sería del bebé se comenzó a diseñarse desde que Emma cumplió el segundo mes. Para lo cual decidieron contratar a una decoradora la cual les propuso una paleta de tonos suaves. Madera natural, las cortinas de lino, y una cuna que parecía sacada de una revista europea.

La orden de Emma era clara: todo debía transmitir calma, seguridad y belleza.

Emma documentaba cada etapa de su embarazo, en un diario de cuero que su esposo le había regalado. Si notaba algún cambio en su cuerpo, ella los anotaba. Incluso sueños que tenía. Ambos tomaron la costumbre de cantarle al bebé.

A veces cuando nadie la veia, ella rompía en llantos, pero no era por tristeza, sino también por la intensidad de sus emociones que sentía.

—Tú eres lo que más estábamos esperando sin saberlo —le susurraba al bebé.

Y el día que se enteraron que vendría un niño, era tanta la felicidad que organizaron una fiesta, donde dieron la revelación del bebé. Luego de eso, Emilio empezó a comprar los mejores juguetes para bebé, hasta una pelota.

Pero mientras ellos tejían un mundo perfecto para su hijo, en otro rincón de la bulliciosa ciudad de Caracas, una mujer meses atrás con sus manos temblorosas, bebía de una botella de licor sin parar, sin saber que también estaba gestando una vida; sin embargo, ahora sostenía en ese mismo instante, el papel de un examen de la prueba de embarazo.

La diferencia, es que ahí, no había un piso de marmol. No había abrazos que se alegrarán, ni muchos menos un apoyo. Solo silencio, uno que se escuchaba sepulcral y una sombra que crecía.




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