Desigual. Donde se rompe el alma

"POSITIVO "

El aire del supermercado chino olía a humedad y plástico. Ana lo escuchaba desde su caja, mientras pasaba los productos por el escáner de manera mecánica y con la energía que se tiene al barrer.

Arroz, papel higiénico, salsa de soya. Bip. Bip. Bip. Ya casi eran las nueve de la noche. Solo faltaban 15 minutos para que su turno terminará, pero el cansancio llevaba horas en su cuerpo.

Sus pies estaban hinchados, la espalda rígida y su mente en otra parte. En cualquier parte, menos ahí. Pensaba en una fiesta, en el ron, en reguetón, todo eso la hacía olvidar sus responsabilidades.

—Ana ¿vas a ir a la fiesta de hoy? —le pregunto su compañera desde la caja tres, con una sonrisa.

Ella no respondió de inmediato. Solo levantó la mirada y asintió, mientras que una pequeña curva se dibujaba en sus labios. Pensar en la rumba era algo que la ponía de buen humor. Era fin de semana, alcohol, hombres, música que sonaba hasta que el cuerpo se rendía. Eran unas horas donde podía sentirse libre. Donde no escuchaba a nadie, solo lo que su cuerpo pidiera.

—Sí, iré —dijo al fin con una voz baja pero firme.

La última clienta le lanzó una mirada de indiferencia mientras guardaba sus cosas. Ana le dio el vuelto sin mirarla, en ese punto no le importaba los gestos, ella solo queria salir, respirar y beber hasta olvidar que mañana volvería a estar ahí en esa misma silla.

Cuando al fin termino su turno, se fue al pequeño baño del personal. Se quitó el uniforme, se soltó el cabello, se colocó un poco de brillo en los labios. No tenía ropa nueva, pero si actitud. Y eso, en su mundo, valía más que cualquier vestido costoso.

—Esta noche es de nosotras —exclamó su compañera tomándola del brazo.

Mientras caminaban hacia la salida, Ana pensó en sus hijos. En su madre. En si quedaba arroz en la despensa. Pero no se detuvo. No esa noche.

Porque esa noche, ella iba a bailar. Antes de que la vida volviera a recordarle que no hay fiesta que dure más que el vacío.

Ambas llegaron al bar, uno que no tenía un letrero, pero todos sabían donde era, incluso la calle podia hablar la clase del bar. La música se podía escuchar desde afuera, la cual prometía una diversión pasajera.

Adentro del bar, el aire olía a cerveza, perfume barato y cuerpos que ya no sabían a quién pertenecían. Las luces eran rojas, intermitentes, Ana y su amiga se lanzaron a la pista sin pensarlo dos veces, como si el mundo se fuera a acabar esa noche. Bailaron, bebieron, se rieron, toques aquí y toques allá, ambas se dejaron ir.

El ron corría como agua bendita por sus gargantas, cada trago les daba una promesa de olvido temporal. Con cada canción que sonaba era una excusa para que Ana no pensará en nadie más que ella. Cada beso, cada roce que tenía con su compañero, era una forma de sentirse que aún estaba viva.

Horas después su amiga desapareció entre la multitud con el elegante hombre que bailaba con ella. Ana no preguntó a donde irían. Porque ella también haría lo mismo más tarde.

Las luces seguían Iluminando la pista de manera intermitente, hasta que Ana se sentía viva entre el licor y el placer. Cuando el sol comenzaba a asomarse en el cielo, ella salió tambaleándose de un hotel que estaba a una cuadra del bar. Tenía la blusa desabrochada, el maquillaje corrido y los zapatos en la mano. Camino por las calles desiertas, con una sonrisa y el estómago revuelto.

Llegó a su casa como un fantasma, abriendo la puerta con torpeza, se llevó una silla por delante y cayó en el colchón sin sábanas. Sus hijos dormían en la otra habitación, ajenos al estado de embriaguez de su madre.

Ana cerró los ojos, no pensó en nada, tampoco sentía nada. Solo su cuerpo rendido y con el alma más rota.

Había pasado un mes desde aquella fiesta. Ana empezó a sentir que algo no andaba bien en su cuerpo. Pero pensaba que quizás era una resaca acumulada, como si su cuerpo le estuviera pidiendo tregua. Sin embargo los mareos se volvieron una rutina y luego llegaron los vómitos. El olor de la comida le revolvia el estómago y hasta el café le sabía a metal.

—Chama, estas muy pálida —le dijo un compañero, mientras le pasaba una botella de agua—. Creo que debes ir al médico.

—No es nada —respondió Ana y se encogió de hombros.

Ella no tenía tiempo para ir a un médico, tampoco dinero y mucho menos las ganas. Pero esa noche, cuando llegó a su casa, el olor de la comida la hizo vomitar tanto que sus hijos y su mamá se asustaron.

No le quedó de otra que ir al día siguiente al ambulatorio más cercano, el cual olía a cloro y tenía las paredes descascaradas. Las sillas estaban llenas de mujeres con niños en brazos y otras embarazadas. Ana se sentó, sudando, con la cabeza baja, y cuando le tocó su turno, entró sin mirar al doctor.

—Vengo porque he tenido muchos mareos, vómitos, cansancio —dijo sin saludar.

El médico, un hombre joven, la observó, le tomó la presión, le hizo algunas preguntas y le dijo que debería hacerse unos exámenes, incluyendo uno de embarazo.

Ana se río, como si fuera un chiste, una risa, pero sin humor.

—No estoy embarazada, doctor, estoy segura que es agotamiento —dijo, como si eso bastara.

El médico no respondió, solo le dio la hoja y que debía volver en cuanto tuviera los exámenes. Ana salió sintiendo como el mundo se le encogía. Camino hasta la parada, el sol pegado en la nuca. Se sentó y entonces recordó.

Su último período. No había llegado. No desde... esa noche.

—Maldita sea —susurro con los ojos cerrados.

Ese día no fue a hacerse los exámenes, no tenía el tiempo, pero tampoco las ganas. Así que tomó el bus que la llevaba al supermercado, el sol le pegaba en la cara, pensaba en muchas cosas, pero un miedo se instaló en ella como una sombra.

Cuando llego a su trabajo, se puso el uniforme sin decir alguna palabra, su compañero la miro de reojo, pero no pregunto nada. Ana ese día se movía más lento. Se apoyaba en la silla cada vez que podia, ya que el olor del pasillo de los productos de limpieza le daban muchas náuseas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.