Por otro lado, en el mismo país y la misma ciudad, pero en mundos muy distintos, Maya, con 16 años, aún tenía que seguir luchando. Sus circunstancias no habían cambiado mucho. Solo algunas cosas: Ana se había ido lejos con un hombre, David vivía aparte con una mujer y tenía su propio hijo. Aun así, a veces iba a visitarla, y cuando Maya necesitaba un representante mayor de edad, él estaba ahí.
En casa solo quedaban ella y Leo, quien no era de mucha ayuda y casi nunca estaba. Para Maya, era mejor así.,Por eso trataba de que nadie se enterara de su situación. Porque así era libre de hacer lo que quisiera. Y aunque la casa se sentía sola, había un silencio que a la vez traía paz. Pero también dependía completamente de ella misma, cosas tan simples como una crema dental debía cuidarla para que durara lo más posible.
Ayudaba como mesera los fines de semana en un restaurante. Valentina, su vecina, siempre le guardaba algo de comer para cuando llegaba de clases. Además, vivía aconsejándola, cosa que a veces le fastidiaba. Al asistir a clase, no pasaba desapercibida. Era muy hermosa: piel canela, curvas que la hacían más atractiva, cabello negro ondulado que le llegaba a mitad de la espalda, y un rostro perfecto. Lo que la vida le negó en suerte, se lo dio en belleza. Pero sobre todo, era muy carismática. No había permitido que sus circunstancias la volvieran mala.
Estaba decidida a no ser como Ana. No tomaba alcohol, ni fumaba, tampoco usaba uñas largas ni decía palabrotas. Nada que le recordara a su madre. Además, se preocupaba por sacar buenas notas.
Al ir a clases por las mañanas, Miguel, un chico de su barrio, la acompañaba. También solía brindarle empanadas como desayuno. A él le gustaba Maya, pero como era cuatro años mayor, quería esperar a que no fuera tan niña, que creciera un poco para poder salir con ella.
Pronto sería el acto de graduación. Un grupo planeaba una fiesta para todos. Nada elegante. Sería en una casa, con mucho licor y música para bailar toda la noche. Maya estaba emocionada. No sabía si seguiría estudiando, aunque tenía muchas ganas de entrar en el CICPC (Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas).
Pero durante esos días solo quería disfrutar sus últimos momentos de clases con sus compañeros. Para la fiesta, compró ropa nueva con lo poco que pudo ahorrar de lo que le pagaban en el restaurante.
Llegó el día. Allí no estaría su madre, ni mucho menos un carro como regalo. Tampoco viajes a Francia. Pero sí mucha emoción. Maya se arregló temprano. Valentina le llevó un regalito: un perfume para que se echara antes de ir a su acto. David fue el único que estuvo allí. Todo salió como esperaba. Ahora faltaba la fiesta por la noche.
Mas tarde ese mismo dia se encontró con Miguel, le conto sobre la fiesta ,como él sabía lo que pasaba en esas fiestas, él mismo había estado en muchas y sabiendo que ella no estaba acostumbrada, le advirtió con voz seria, tomándola por los hombros:
—Maya, prométeme que te vas a cuidar. No confíes en todos. Hay gente que no tiene buenas intenciones. Tambien se le salio un te amo
Ella lo miró con ternura, y antes de que él dijera algo más, lo besó con dulzura y le dijo:
—Pensé que nunca lo dirías… te tardaste mucho.,y lo tranquilizó explicandole que solo estarian compañeros.
Miguel se quedó mirándola, con el corazón acelerado. Amaba esa forma de ser de ella: espontánea, alegre, con algo de inocencia. Maya le pidió que la acompañara, pero él no podía. Tenía algo que hacer. Aun así, prometió ir a buscarla cuando terminara la fiesta, para que no tuviera que volver sola. Sabía que era peligroso.
Pero el peligro no solo está en las calles. También puede estar entre quienes dicen ser tus amigos. Y la traición siempre viene de quien menos esperas.
Maryeli, la falsa amiga, planeaba llevar a cabo un plan para que unos chicos pudieran abusar sexualmente de Maya. ¿El motivo? Simplemente envidia. Porque ser bella no solo es una bendición… también puede ser una maldición. Atrae miradas de admiración y de odio al mismo tiempo.
Maryeli había notado que su novio siempre se quedaba observando a Maya. Dedujo que a él le gustaba. Y en vez de enojarse con él, empezó a guardar rencor a su amiga. Además, Maya siempre se llevaba bien con todos. Eso simplemente le molestaba. Hasta que oyó a unos chicos hablando de forma lasciva sobre lo que podrían hacerle si la tuvieran.
Ese fue el momento de sacar todo el odio que sentía hacia Maya. Los convenció de que en la fiesta ella podría ayudarles a tenerla a voluntad. Para eso, acordaron conseguir escopolamina, conocida como burundanga. Esta sustancia tiene el efecto de inhibir la voluntad de la víctima.
Como Miguel trataba con personas del bajo mundo de las drogas, escuchó que unos chicos estaban buscando burundanga. Alguien comentó sobre una fiesta de graduación donde solo habría chicos menores. Al escuchar eso, Miguel sintió un escalofrío. Su corazón se aceleró. Su mente conectó todo en segundos.
—Tiene que ser la fiesta de Maya —pensó, con el pecho apretado.
Y sin pensarlo dos veces, salió corriendo. Porque cuando el alma sabe que algo está por romperse… no espera a que sea tarde.
Durante la fiesta, la música retumbaba a todo volumen. El alcohol corría por todos lados. Bailaban sin parar. Maya estaba confiada. Todos eran conocidos, nada que temer. Esta vez, su intuición no vio la maldad más peligrosa: la que se esconde detrás de una sonrisa. La apuñalada por la espalda de Maryeli… no la vio venir.
De un momento a otro, Maya sintió mareos. Se llevó la mano a la frente, tambaleante, y pidió ayuda a sus amigas.
—Me siento rara… no tomé nada, pero me estoy mareando —susurró, con la voz quebrada.
Todas se alarmaron y buscaron ayudarla. Maryeli, con voz dulce y falsa preocupación, se ofreció:
—Yo la llevo al baño, que se lave la cara. No se preocupen, yo la cuido.