Desigual. Donde se rompe el alma

Los Sindoni

Maya comenzó a observar y estudiar a los Sindoni. Para moverse con más facilidad, consiguió una moto. Su plan era ganarse la confianza de los vigilantes y de las señoras de servicio de la urbanización. Les decía que vivía cerca de allí, y poco a poco lo logró.

Hasta que un día conoció a la familia. Los vio a todos juntos. Parecían sacados de una novela: siempre bien arreglados, cada uno con su carro, menos Matías, que aún era un niño.

Maya pensó

«No, a él no puedo seguirlo para esto. Él queda fuera de la jugada.»

Sin embargo, los demás sí eran posibles objetivos. Los miró atentamente, sin que ellos lo supieran. Al ver a Emilio y Enma, pensó que se veían muy jóvenes para tener un hijo tan grande. Luego se fijó en Alan. Levantó las cejas al notar lo simpático que era y murmuró para sí:

—Lástima que sea de ese tipo de gente arrogante…

En ella existía un prejuicio fuerte contra la clase alta.

Emilio sería su primer objetivo. Comenzó a vigilarlo, siguiéndolo a todas partes, hasta que entendió su rutina. Bien temprano en la mañana salía a jugar tenis en un club exclusivo, luego iba al gimnasio, aunque no por mucho tiempo, pues debía trabajar. Después volvía a casa, se bañaba, cambiaba de ropa y desayunaba, para dirigirse a la clínica donde atendía pacientes como médico cardiólogo.

Al observarlo, Maya notó que era muy profesional y se tomaba en serio a sus pacientes. Pero al salir a almorzar con sus colegas, su comportamiento cambiaba. Era arrogante, siempre creía tener la razón, menospreciaba a cualquiera que pensara distinto. A veces hacía bromas pesadas a sus amigos. Se burlaba cuando se enteraba de que uno de ellos intentaba salvar su matrimonio antes de divorciarse.

—Qué ridículo… —decía Emilio, riendo—. Rogarle y enviarle flores a una mujer que ya no quiere estar contigo. Eso es arrastrarse.

Maya lo escuchaba desde lejos, apretando los labios.

«Así que este es el hombre que todos admiran» pensaba con ironía.

Los fines de semana, Emilio solía quedarse en casa o salir a pasear con su hijo y algunos amigos que también tenían niños de la edad de Matías. Un domingo los vio salir en familia. Matías era muy cuidado y consentido por todos. Al verlos juntos, riendo y compartiendo, se veían tan felices que Maya sintió un nudo en el pecho.

«Yo nunca tuve algo asi» pensó, con los ojos húmedos. «Mi familia nunca estuvo completa. Ni siquiera sé quién es mi padre.»

Después de varios días siguiéndolo, ya conocía su rutina. Pero Emilio era difícil: siempre se movía en su carro, estacionaba en lugares con seguridad o estaba acompañado de algún amigo. Era casi imposible llevárselo sin que otros lo notaran.

Así que penso en el siguiente: Enma, la esposa perfecta… ¿o no?

Entonces empezó a seguir a Enma. Ella no salía tan temprano de casa. Solo lo hacía con Matías para dejarlo en el colegio. Después iba al gimnasio, volvía a casa para arreglarse y luego salía hacia su consultorio de odontología en una clínica.

Pero al llegar la hora de la comida, Maya notó algo extraño. Enma se alejaba demasiado en su carro. Intrigada, la siguió. Al llegar a un restaurante que también era hotel, lo entendió todo. La vio con José Araujo. Se tomaban de la mano. Él le hablaba al oído. Era evidente.

—¡Son amantes! —susurró Maya, con rabia contenida.

En su mente resonaba el juicio.

«¿Quién lo diría? Esta señora tan estirada y de alta sociedad no es muy diferente a algunas de mi barrio… solo que con más lujo.»

Le dio coraje.

«¿Cómo puede ser tan traidora? Tiene una familia. Emilio podrá ser arrogante, pero no le es infiel.»

Maya no entendía. Era muy joven, nunca había estado casada. Para ella, los Sindoni eran una familia feliz. No sabía lo que pasaba en la intimidad de su hogar, ni mucho menos en el corazón de Enma. Solo vio… y juzgó.

Continuó siguiéndola por muchos días. A veces se encontraba con José, otras no. Se veían en sitios distintos, en horarios cambiantes. Siempre en lugares con mucha seguridad. Enma era impredecible. Se movía en su carro, nunca estacionaba en lugares públicos. Siempre tenía precaución. Era difícil. Muy difícil.

El último en la lista, llegó a su mente.

Pues ahora solo faltaba uno más. Alan.

Maya se preparaba para seguirlo. Pero no sabía que todo estaba a punto de cambiar. Alan no sería “uno más”…




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