Capitulo 1: terrible coincidencia.
Louise Moreau se ajustó la coleta alta mientras la pantalla del móvil parpadeaba con la notificación de un nuevo servicio aceptado. Inspiró profundo, ajustó la mochila al hombro y salió de su piso minúsculo en el centro de Madrid, convencida de que este día sería otro simple encargo más.
Hace un año, su sueño de convertirse en influencer se había hecho añicos tras un escándalo viral. La cancelaron, sus marcas la abandonaron y su canal de YouTube se hundió. Necesitaba dinero y tiempo para resurgir, así que invirtió lo poco que le quedaba en crear una aplicación de servicios de limpieza a domicilio. Y ahora, ironías del destino, era ella quien limpiaba. Afortunadamente, no era un empleo fijo; simplemente tomaba algunos turnos para mantenerse a flote mientras intentaba recuperar su fama.
Cuando llegó al destino, un lujoso edificio en pleno barrio de Salamanca, sonrió satisfecha. Al menos, quienes vivían aquí pagaban bien. Pulsó el timbre y esperó.
La puerta se abrió con brusquedad, y el aire se evaporó de sus pulmones.
Alejandro Von Bremen.
Ya no era el chico regordete de la secundaria con la torpe pronunciación del español. Se había convertido en un dios esculpido en carne y hueso: alto, fornido, con el cabello castaño oscuro despeinado de una manera perfectamente descuidada, piel dorada y ojos de un azul helado. Un ademán perezoso de su brazo reveló un tatuaje apenas visible bajo la manga de su camiseta negra ajustada. Sus labios se fruncieron al reconocerla, y Louise sintió una llamarada de calor en el estómago.
—Oh, vaya. Ahora sí sabes pronunciar bien la "r", ¡felicidades!
Alejandro la recorrió con la mirada. Ahí estaba Louise, con su uniforme negro, su porte altivo y esos rizos oscuros recogidos en una coleta alta, como si el destino le estuviera jugando una broma pesada. No había olvidado lo insufrible que era. Ni lo mucho que le había jodido en la adolescencia.
—Tú. —Su voz era grave, marcada por un tono de incredulidad y fastidio. —Esto tiene que ser una broma.
Louise se cruzó de brazos y le dedicó una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Tú contrataste el servicio. Y según las políticas de la app, no puedes cancelar sin pagar el 100% de la tarifa. ¡Y eso sería terrible para tu calificación de cliente!
Alejandro apretó los dientes y se apartó para dejarla entrar.
El caos dentro de la casa era monumental. Cajas de pizza apiladas, ropa dispersa en los muebles y juguetes esparcidos por el suelo. Sus hermanas mellizas de nueve años, Emma y Leni, se asomaron al pasillo con sonrisas traviesas.
—Hermanito, ¡pero si es la bruja del parque!
Louise entrecerró los ojos. Ahora las recordaba. De niñas, cuando iban al parque con Alejandro, solían mirarla con expresiones molestas porque ella se burlaba de él.
—Pensé que la bruja estaba muerta —murmuró Emma con falsa sorpresa.
—Las brujas nunca mueren —replicó Leni, fingiendo miedo.
Louise apretó los dientes y se giró hacia Alejandro.
—Unas angelitas.
Alejandro suspiró, restregándose la cara con frustración.
—Podrías simplemente irte.
—No. Mi calificación depende de ello. Ahora dime dónde están los productos de limpieza.
Alejandro masculló algo antes de indicarle el cuarto de servicio. Louise se arremangó y comenzó a trabajar, ignorando las miradas de las niñas.
Diez minutos después, mientras fregaba el suelo de la cocina, un chillido agudo la hizo saltar.
—¡UNA RATA!
Louise lanzó la fregona y trepó a la encimera con la rapidez de una gacela. Las mellizas se retorcían de la risa, sosteniendo un roedor de juguete. Alejandro, desde el umbral, observaba la escena con los brazos cruzados.
—¡Es de plástico, drama queen!
Louise tomó aire, fulminándolas con la mirada.
—Voy a desinfectarme las manos. ¿Dónde está el baño?
Alejandro se lo indicó con una sonrisa burlona. Cuando Louise entró, se inclinó sobre el lavabo y dejó correr el agua, intentando calmarse. Pero cuando levantó la vista, lo vio reflejado en el espejo, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados.
—Sigues igual de histérica.
Louise se giró, con una sonrisa ladeada.
—Y tú sigues igual de insufrible.
Alejandro avanzó un paso. El aire pareció espesarse. Louise notó el calor que irradiaba su cuerpo, su aroma amaderado. Su mirada azul la atrapó, oscureciéndose apenas.
—Qué pena que ahora estés aquí, limpiando mi suelo.
—Qué pena que hayas crecido para ser un gilipollas con exceso de ego.
El silencio se estiró. Alejandro inclinó la cabeza y Louise sintió su estómago dar un vuelco. Por un momento, pensó que la iba a besar.
Pero en lugar de eso, alejó el rostro y sonrió.
—Vete. No sabes limpiar.
Louise se enderezó, desafiante.
—Si me voy, te quedará una reseña de cliente nefasto. No me voy a ninguna parte.
—Muy bien. Atente a las consecuencias.
Y con esa amenaza velada, Alejandro salió del baño, dejándola con el pulso acelerado y el orgullo herido.
Louise salió del baño con un rastro de irritación en el rostro. No podía creer lo que acababa de suceder: una rata de juguete y ahora un enfrentamiento tenso con Alejandro. Él, con su actitud dominante y mirada ardiente, la observaba desde el otro lado de la habitación, apoyado con los brazos cruzados en el marco de la puerta. Su camiseta marcaba sus músculos definidos, y el leve brillo de sudor en su piel hacía que su atractivo se intensificara peligrosamente.
—¿Todavía sigues aquí? —su voz fue un rugido bajo, cargado de exasperación.
Louise se irguió con la misma altanería con la que había crecido, negándose a sentirse intimidada.
—No me iré hasta terminar mi trabajo. No pienso permitir que mi app reciba una mala calificación por tu capricho.
Él resopló, como si realmente estuviera considerando arrastrarla hasta la puerta y echarla fuera de su casa. Pero justo cuando parecía que iba a dar otro argumento en su contra, un estruendo interrumpió el tenso momento.
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de enemigos a amantes, de amor y odio, de amigos a amantes erticos
Editado: 23.02.2025