Desordenados: entre el rencor y el deseo

3.

Capítulo 3: La prueba del caos

El día comenzaba como cualquier otro, hasta que una llamada inesperada interrumpió la rutina de Louise. Mientras recogía la sala, con el polvo de la casa de Alejandro cubriéndole los dedos, él irrumpió de nuevo, esta vez con la expresión más tensa que jamás había visto.

—¡La niñera se largó! —dijo Alejandro, sin preámbulos, mirando la sala como si el caos fuera parte de su día normal—. No sé qué hacer con las gemelas. Tengo entrenamiento y nadie para cuidarlas.

Louise, que había logrado evadir las tensiones del día, simplemente resopló, levantando la vista sin dejar de fregar.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —respondió, intentando mantener la calma mientras continuaba con su tarea. A fin de cuentas, no era su problema.

Pero Alejandro la miró con desesperación en los ojos.

—No tengo a nadie más. ¿Me harías un favor? Quédate un rato más. ¿Solo esta vez?

Louise, con la mandíbula apretada, lo miró, sorprendida por la solicitud. No podía creer que la situación estuviera escalando hasta este punto. Pero antes de que pudiera responder, las gemelas entraron al salón, corriendo como siempre, saltando y haciendo ruido. Ellas no comprendían lo que estaba sucediendo, solo que estaban fuera de control y buscando algo para hacer.

—¡Tú eres la que está aquí! —insistió Alejandro, sin mostrar signos de rendirse. Louise, que ya estaba de mal humor, no dudó ni un segundo.

—Yo no soy niñera, ¿lo sabías? —respondió, frunciendo el ceño. Lo miró con desdén—. Llama a tu madre, la holgazana esa. Seguro que ella sí sabe cómo manejar a tus hermanas.

Las palabras salieron antes de que pudiera pensar en lo que decían, y en cuanto las dijo, un silencio pesado se instaló en la habitación. Fue como si el aire se volviera denso, y Louise, en su arrogancia, no se dio cuenta de lo que acababa de hacer. Las gemelas se quedaron paradas en la puerta, observando la escena. Emma y Leni estaban quietas, mirando a Louise con una mezcla de sorpresa y confusión. El rostro de Alejandro se endureció de inmediato.

—¿Qué has dicho? —su voz salió rasposa, casi un susurro de furia contenida.

Louise, al principio, no comprendió la magnitud de sus palabras, pero al ver las expresiones de las gemelas, algo se rompió en su interior. Las pequeñas empezaron a sollozar suavemente, sus ojos llenos de lágrimas que no lograban detener. Y luego, fue como si la realidad golpeara a Louise con toda su fuerza. Miró a Alejandro, y el dolor en su rostro era más de lo que había anticipado.

—Mi madre... Ha muerto. —La voz de Alejandro salió más fría que nunca, más cortante. Cada palabra parecía llevar una carga que Louise no había previsto.

Lo dijo tan rápido, tan desgarradoramente, que Louise sintió cómo el peso de la frase le caía encima. Las gemelas, al escuchar lo que acababa de suceder, comenzaron a llorar más fuerte. Emma abrazó a Leni, sollozando con la tristeza reflejada en sus pequeños rostros. Louise sintió cómo su corazón se hundía, y por un momento, el aire se le hizo pesado. Su boca se secó.

—No quería... —murmuró Louise, sintiéndose miserable.

Pero ya era demasiado tarde.

Alejandro apretó los dientes y cerró los ojos, claramente luchando por controlar su ira. Sin embargo, la furia que solía tener en su adolescencia no era lo que dominaba ahora. Estaba frío, distante, como si estuviera sumido en un océano de frustración y dolor, y Louise, sin saberlo, acababa de lanzar la última gota que colmó el vaso.

—Vete —dijo, su voz grave, sin emoción—. Vete ahora. No quiero verte en esta casa nunca más.

El golpe de sus palabras hizo que Louise diera un paso atrás, el alma hecha pedazos. Pero más allá de su rabia, Alejandro no la miraba con odio, sino con una indiferencia helada. Como si, en ese momento, ella no fuera más que un recuerdo doloroso de lo que alguna vez había sido.

—No quiero que regreses —añadió, como si quisiera asegurarse de que lo entendiera. Sus ojos no la miraban, sino que se dirigían a las gemelas, que lloraban cada vez más fuerte.

Louise, herida y confundida, no sabía cómo reaccionar. Pero las gemelas seguían sollozando, y su corazón se destrozaba aún más al verlas tan perdidas.

—Perdón... —dijo ella, su voz quebrada. Sentía que, de alguna manera, había roto algo que no podría arreglar tan fácilmente. —No quise... no sabía.

El rostro de Alejandro permaneció implacable, pero después de un largo silencio, finalmente cedió.

—Maldigo no tener más opciones —dijo, su tono más frío que el hielo—. Solo porque necesito entrenar. Pero no quiero verte más cerca de mis hermanas. No aportas nada bueno. Eres desagradable.

Alejandro salió de la casa con las gemelas aún llorando. Louise se quedó en silencio, mirando el desorden, con las pequeñas detrás de ella, mirándola con desconfianza. La situación había pasado de incómoda a dolorosa. ¿Cómo iba a hacer las paces con ellas? ¿Cómo podía reparar el daño que había causado?

Un poco más tarde, mientras se tambaleaba entre la impotencia y el arrepentimiento, tuvo una idea, aunque bastante ridícula. ¿Qué más podía hacer?

Se acercó a las gemelas, que seguían sollozando, y suspiró. Sabía que el camino hacia el perdón no iba a ser fácil, pero tenía que intentarlo.

—¿Qué tal si hacemos un TikTok? —dijo, intentando ocultar su nerviosismo tras una sonrisa forzada. Las gemelas la miraron, todavía con las mejillas húmedas de las lágrimas.

—¿Un TikTok? —preguntó Leni, desconcertada.

—Sí —respondió Louise, con una chispa de esperanza—. Voy a hacer el ridículo para que se rían un poco. Tal vez eso las haga sentir mejor.

Lo que sucedió después fue completamente surrealista. Louise, con su orgullo destrozado, comenzó a grabar un TikTok mientras pretendía limpiar de manera exagerada, resbalando a propósito, tropezando y cayendo en el proceso. Se tiró harina por encima, bailó de manera absurda y actuó completamente ridícula. Las gemelas comenzaron a reír, primero con cautela, y luego con ganas. Sus risas fueron lo único que logró romper el hielo.




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