Desordenados: entre el rencor y el deseo

4.

Capítulo 4: Adiós, pero no tanto

El sol apenas comenzaba a filtrarse por las persianas cuando Louise, con el cansancio de la noche anterior aún en su rostro, se preparaba para la última ronda de limpieza en la casa de Alejandro. Todo parecía indicar que tenia el trabajo porque en la noche cuando llego no le dijo nada mas que gracias. Así que ella asumió que la jornada seguiría el curso habitual: un día más en el que su orgullo se vería pisoteado y sus esperanzas de recuperar su vida anterior, aplastadas.

Pero cuando Alejandro apareció en el umbral de la puerta, con la mirada fría pero resuelta, lo que dijo la tomó por sorpresa.

—Te pago lo que corresponde —dijo sin más. Su voz, aunque firme, carecía de la tensión de los días anteriores—. Y... gracias, supongo.

Louise no pudo evitar sentirse como si todo lo que había hecho no valiera la pena. Pero no tenía fuerzas para discutir, así que aceptó el sobre con el dinero que le tendía. Lo tomó con una ligera inclinación de cabeza, sin atreverse a mirar demasiado a sus ojos.

Antes de que pudiera dar un paso más, las gemelas aparecieron, corriendo hacia ella con sus sonrisas traviesas. Emma, con su característico brillo en los ojos, la abrazó con fuerza.

—¡Te extrañaremos, bruja! —dijo, aunque el tono travieso dejaba ver la inocencia de una niña que realmente había disfrutado de su presencia.

Leni, con sus rizos desordenados y cara de traviesa, también corrió a abrazarla.

—Sí, bruja, ¡ha sido divertido! —exclamó, con una risa contagiosa.

Louise no supo qué hacer por un momento. Las palabras de las gemelas fueron como un bálsamo que calmaba las heridas de su orgullo. No era solo la niña cruel de la escuela secundaria; en esos ojos, había algo más, algo que ella no esperaba encontrar. Algo que ni siquiera Alejandro había logrado destruir del todo.

—¿Me vas a echar de menos? —preguntó Louise, sonriendo por primera vez de forma sincera.

Emma y Leni, en lugar de responder, solo la miraron con esa mezcla de afecto y picardía, dándole un abrazo más fuerte.

—Sí —dijeron al unísono, mientras se apartaban, casi tristes de verla partir.

Louise se giró hacia Alejandro, quien las observaba en silencio. La tensión entre ambos seguía, pero la mirada que compartieron fue diferente esta vez. No era solo desprecio, ni siquiera solo frialdad. Era algo más cercano a la comprensión, a la resignación.

—Lo siento —murmuró Louise, sin saber muy bien qué decir. Pero el nudo en su garganta se deshizo con esas palabras.

Alejandro, sin cambiar su expresión de hielo, asintió.

—Si,si...—dijo en voz baja, sin mirarla directamente.

—Adios Regordete.

—Vete ya influtonta.

Louise, sabiendo que no podía quedarse más tiempo, se giró y se alejó sin añadir nada más. Estaba cansada, había hecho todo lo que podía, y ahora solo quedaba dar un paso más lejos de esa vida que no la quería.

Un trabajo inesperado... y un momento peligroso

Horas después, Louise aceptó otro turno. Esta vez en una zona más peligrosa de Madrid. No era su primer trabajo en lugares como ese, pero cada vez que aceptaba uno de esos servicios, sentía el peligro a su alrededor. Al llegar al lugar, un hombre rudo y de mirada inquietante le abrió la puerta. La casa, aunque grande, estaba en un estado deplorable. Louise no estaba preparada para lo que encontró dentro, y la presión del lugar la hizo sentirse más vulnerable que nunca. Sin embargo, lo que menos esperaba era que el dueño, un hombre con cicatrices que contaban historias de otro tiempo, se acercara demasiado para "supervisar" su trabajo.

El ambiente era tenso. Las manos de Louise temblaban ligeramente mientras recogía la basura y limpiaba la cocina, sin dejar de mirar al hombre de reojo. Un sonido sordo la hizo sobresaltarse, y cuando giró, vio al hombre de pie, observándola con una sonrisa extraña. Por suerte, en ese momento su teléfono vibró. Era un mensaje de su amiga.

Decidió salir lo antes posible, sin querer enfrentarse a una situación incómoda que podría escalar rápidamente. Y cuando se fue, sintió el alivio de estar a salvo.

A pesar de que sus finanzas estaban más que ajustadas, no podía decir que no a sus amigas influencer. La tarde de compras en la tienda de diseñadores más exclusiva de Madrid era una oportunidad para no quedar mal. Sabía que no podía permitirse ni un par de calcetines de la tienda, pero con tal de no sentirse excluida, se acomodó el cabello y se preparó para lo que venía.

Al entrar a la boutique, el lujo y el brillo de las prendas las rodeaban. Louise miró las etiquetas, desanimada. Si pensaba en las marcas, la sensación de vaciedad aumentaba. Nada de eso estaba en su alcance. Pero había algo en el ambiente que le incomodaba más: sus amigas, todas ellas perfectas en su glamour, probándose ropa cara y sin preocupaciones. Louise las observaba, sonriendo con la boca, pero el peso de la pobreza la estaba ahogando por dentro.

Fue en ese momento cuando lo vio. Alejandro. Y no solo a él. Estaba acompañado de su novia, una modelo famosa que resplandecía en la tienda como si fuera parte del mobiliario de lujo. Alta, delgada, con un look impecable, su cabello rubio casi de otro mundo y su actitud tan perfecta que Louise no pudo evitar sentir una punzada de inseguridad.

Pero lo que realmente la hizo saltar fue ver a las gemelas corriendo hacia ella.

—¡La bruja! —gritaron, y Louise se encogió, sabiendo que ya no había forma de evadir esa etiqueta.

Alejandro la miró con una mezcla de incomodidad y cansancio. No tenía muchas opciones, así que se acercó, su rostro rígido, pero con una leve sonrisa que no alcanzaba a ser amable.

—Louise —saludó con frialdad. Ella intentó sonreír, pero la tensión era palpable.

Las amigas de Louise se presentaron rápidamente, casi ignorando a las gemelas. De inmediato comenzaron a sacar el teléfono y a grabar videos para sus redes sociales con Alejandro y su novia. Las risas, los comentarios y las tomas fueron instantáneos, y Louise no pudo evitar sentir la incomodidad de ser una espectadora de la vida perfecta de los demás.




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