Desordenados: entre el rencor y el deseo

10.

Capítulo 10: La Tormenta del Orgullo

—Bésame —dijo de repente, sin perder esa actitud burlona, como si fuera la respuesta más obvia.

El tiempo pareció detenerse por un momento. Louise se quedó quieta, con una risa que solo pudo definir como sarcástica, como si la propuesta fuera la más ridícula que hubiera escuchado en años.

—¿Besarte? ¿De verdad? —dijo Louise, levantando una ceja, mientras observaba a Alejandro con una mezcla de incredulidad y diversión. —Con ese ego tan grande, me temo que ni el hielo podría enfriarlo.

Alejandro soltó una carcajada, disfrutando de la situación. No esperaba menos de ella. Louise siempre tenía una forma de responder que lo dejaba sin palabras, pero también lo divertía.

—Pues te lo dije —respondió él, riendo entre dientes—. Lo intentaste. Pero si me sigues retando, no habrá forma de evitarlo, aunque me cueste un precio… alto.

De repente, un murmullo recorrió la habitación. Un leve susurro comenzó a crecer en volumen, y la atmósfera de la fiesta cambió de inmediato. Los ojos de los amigos de Alejandro se desviaron hacia la puerta, como si una presencia inesperada hubiera irrumpido en el espacio. Alejandro se giró instintivamente hacia la entrada, sintiendo el cambio en el aire.

La puerta se abrió con un crujido que hizo que todos los ojos se fijaran allí. Julia apareció en el umbral, su figura esbelta resaltando en la oscuridad, iluminada por las luces de la fiesta. El brillo en sus ojos era intenso y frío, como si estuviera a punto de desatar una tormenta.

Julia no necesitó decir una palabra. Con su sola presencia, la atmósfera cambió por completo. Alejandro se tensó al instante, consciente de lo que eso significaba. Sabía que este encuentro iba a ser explosivo, y lo peor de todo era que no podía predecir cómo lo manejaría.

Al verla acercarse a él, Louise frunció el ceño. No esperaba la irrupción de Julia en ese momento. La situación, que ya estaba cargada de tensión, se volvía aún más complicada. Pero lo peor de todo fue ver cómo Julia se acercaba a ellos con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—¿Así que esta es la gran sorpresa? —dijo Julia, con una voz afilada, mirando a Alejandro con una mezcla de desprecio y curiosidad. —Así que aquí están… —Julia agregó, con su voz cortante, mientras sus ojos recorrían la escena con desdén. —La gran amiga que intenta ocupar el lugar que claramente no le corresponde. Y Alejandro, por supuesto, el héroe que no puede dejar de salvar a la gente.

La sala quedó en completo silencio. Nadie sabía cómo reaccionar, y los ojos de todos estaban fijos en la escena que se estaba formando. Alejandro intentó acercarse a Julia, pero ella no le dio espacio.

—¿Lo ves, Alejandro? —continuó con un tono venenoso, mientras miraba a Louise—. Aquí estamos, tú y yo, con el circo montado, y esa chica… —hizo un gesto con la mano, señalando a Louise—. Intentando robar lo que no le corresponde.

Alejandro intentó defenderse, pero las palabras no salían.

—Julia, por favor, no es lo que piensas...

—¿No es lo que pienso? —La risa de Julia fue fría y llena de ironía—. ¿En serio? No me tomes por tonta. No soy una idiota.

Alejandro miró a Julia, sorprendido por la intensidad en su voz. No podía evitar sentir el peso de su mirada, como si ella estuviera buscando algo más que una simple respuesta.

Antes de que pudiera reaccionar, Julia ya se había vuelto hacia Louise, con un brillo venenoso en sus ojos.

—Y tú —dijo, con un tono cargado de veneno—, parece que te has empeñado en dejar de ser la amiga para fingir ser la novia de mi novio rápidamente. Qué bien. No sé si me impresiona o si debería preocuparme por la facilidad con que te adaptas a la situación. Oportunista.

Louise no se dejó intimidar. Sabía que Julia estaba jugando sus cartas, pero no pensaba ceder ante su juego.

—¿La novia de tu novio? Wow, Julia, ¿a qué horas pasó eso? Yo solo vengo a ayudar con las gemelas, y parece que hay mucha confusión aquí… —respondió Louise con un tono despreocupado, aunque el fondo de su mirada decía todo lo contrario. No iba a permitir que Julia tomara el control de la conversación tan fácilmente.

Pero Julia no iba a dejar que su juego terminara tan rápido. Su mirada volvió a Alejandro, con una intensidad que lo hizo sentirse incómodo. No había escapatoria de lo que iba a decir.

—¿De verdad, Alejandro? —dijo, con un tono frío y desafiante—. ¿De verdad vas a decir que solo es 'una amiga'? Porque tengo fotos más que claras de esta chica en la piscina, con el bikini rojo, y tú dándole una camiseta del Atleti para que se cubriera. ¿Eso es lo que llamas amistad?

El aire se cortó. Todos los presentes en la fiesta guardaron silencio, mirando a Alejandro, esperando una respuesta. Las palabras de Julia, como un fuego cruzado, atravesaron la sala, desgarrando cualquier vestigio de calma.

Alejandro, atrapado en el ojo de la tormenta, intentó mantenerse firme, pero su mente estaba en caos. No podía hacer nada para detener lo que estaba sucediendo. Sin embargo, lo que dijo a continuación no fue suficiente para calmar la tempestad.

—Esto es ridículo, Julia. Lo que ocurrió en la piscina no fue más que una confusión. Louise no es lo que piensas. Solo está ayudando con las gemelas, y las fotos no cuentan toda la historia.

Julia no lo dejó terminar. Su voz sonó como un golpe seco.

—¡¿Confusión?! ¡¿De verdad crees que me trago eso?! El bikini rojo, las fotos, todo el mundo vio cómo te comportaste con ella. Y ahora me vienes con esa excusa barata… —dijo, casi sin aliento de la rabia.

Alejandro, viendo cómo las palabras se deslizaban fuera de su control, intentó apaciguar la situación. Pero sabía que era inútil.

—Si realmente te importa, Alejandro, entonces dímelo. Dímelo ahora. Si quieres estar con ella, dilo. Ya no tengo tiempo para esta farsa —dijo Julia, con un tono frío, casi derrotado, pero decidido.




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