Desordenados: entre el rencor y el deseo

12.

Capítulo 12: La resaca de los celos

El sol filtraba su luz por las cortinas, iluminando la habitación con un resplandor cálido. Louise se removió entre las sábanas, disfrutando de la comodidad… hasta que sintió algo pesado y caliente alrededor de su cintura.

Sus ojos se abrieron de golpe.

—¿¡Pero qué carajo…!? —gritó al darse cuenta de que estaba bien abrazada a Alejandro.

Su voz resonó en la habitación, y Alejandro, sobresaltado, frunció el ceño antes de abrir los ojos con fastidio.

—¿Qué demonios te pasa? —murmuró con voz ronca, claramente molesto por haber sido despertado tan abruptamente.

Intentó moverse, pero al hacerlo, notó una sensación pegajosa y húmeda en su suéter. Bajó la mirada y su expresión pasó de irritación a absoluto asco.

—¡Maldición, Louise! ¡Qué asco! —exclamó, apartándose rápidamente de ella—. Me has hecho un maldito lago de baba. Ni dormida dejas de joder.

Louise lo miró, pestañeando un par de veces, aún confundida.

—¿Eh?

—¡Esto! —gruñó Alejandro, señalando la enorme mancha húmeda en su suéter negro de cuello alto antes de quitárselo de inmediato.

Louise se tapó los ojos con una mano.

—¡Por Dios, no te quites la ropa frente a mí!

Alejandro la miró con una mezcla de burla y exasperación.

—Oh, claro, lo siento, princesa —dijo con sarcasmo mientras se quitaba el suéter por completo, revelando su torso definido—. No quería traumar tus inocentes ojos.

Louise abrió los dedos de su mano lo suficiente para mirarlo de reojo, pero cuando su vista se posó en él, sintió que la boca se le secaba. Los músculos bien formados de su abdomen, los pectorales firmes y los brazos fuertes la dejaron momentáneamente en trance.

"Maldita sea", pensó. ¿Por qué tiene que verse así?

Alejandro notó su mirada y arqueó una ceja, cruzándose de brazos.

—¿Qué miras, influtonta?

Louise reaccionó de golpe, sacudiendo la cabeza y apartando la vista.

—Nada, nada…

Pero al girarse para salir de la cama, sintió una brisa fría en las piernas y notó algo extraño. Bajó la mirada y su expresión pasó de confundida a aterrorizada.

Su vestido estaba prácticamente enrollado en su cintura, dejando sus piernas completamente expuestas.

—¡Mierda! —exclamó, bajándolo rápidamente mientras se ponía de pie.

Alejandro abrió la boca para hacer un comentario, pero en ese instante, la puerta de la habitación se abrió de golpe.

—Disculpen la interrupción —dijo Rosa con su tono pícaro de siempre, sus ojos recorriendo la escena con interés.

Louise sintió cómo la sangre se le subía al rostro y se apresuró a acomodarse el vestido.

—¡No es lo que parece!

Rosa sonrió con diversión y asintió con fingida comprensión.

—Ajá, claro, claro…

Louise bufó, claramente avergonzada, mientras Alejandro se pasaba una mano por la cara con resignación.

—Bueno, Romeo, si terminaste tu sesión de abrazos nocturnos, deberías saber que Julia está abajo haciéndote el desayuno —soltó Rosa, con un tono que hizo que la atmósfera se tensara de inmediato.

Louise cambió de humor en un milisegundo.

—¿Julia está aquí?

Alejandro se tensó y sin pensarlo dos veces, salió corriendo de la habitación.

Rosa y Louise se quedaron en silencio por un segundo antes de que la mujer mayor se girara hacia ella con una ceja levantada.

—Louise, ustedes dos tienen que empezar a hablar con honestidad.

Louise, aún alterada, cruzó los brazos y bufó.

—Lo hacemos. Nos odiamos.

Rosa suspiró, rodando los ojos.

—Por supuesto que sí…

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Louise descendió las escaleras con el ceño fruncido, sintiendo cómo los celos la consumían por dentro. ¿Julia haciéndole el desayuno a Alejandro? El pensamiento la carcomía mientras apretaba los dientes con frustración.

Llevaba puesto un vestido azul marino de tela ligera, con pequeños detalles bordados en el escote y una falda que le llegaba por encima de las rodillas. Sus rizos rebeldes caían sobre sus hombros, aún algo desordenados por la mañana caótica. A pesar de la simplicidad de su atuendo, se veía fresca y natural.

Julia, en cambio, estaba sentada junto a Alejandro con un conjunto impecable: un vestido blanco ceñido que resaltaba cada una de sus curvas, combinado con tacones y un maquillaje perfectamente aplicado. Se veía como si estuviera lista para una sesión de fotos, y su expresión dejaba claro que sabía que se veía espectacular.

Cuando Julia la vio, su mirada se llenó de absoluto desprecio.

—¡Louise! —gritaron de repente dos voces alegres.

Leni y Emma, las gemelas pequeñas, corrieron hacia ella con una sonrisa enorme en sus rostros.

—¡Louise, Louise, Louise! —Emma se aferró a su pierna.

—¡Tienes que contarnos qué pasó anoche! —dijo Leni con emoción.

Louise les devolvió una sonrisa cálida y les revolvió el cabello.

—Buenos días, pequeñas tormentas —respondió antes de dirigirse a la mesa.

Pero apenas se sentó, Julia habló con su voz llena de veneno:

—El servicio no come en la mesa.

Louise entrecerró los ojos y se inclinó hacia adelante, lista para responderle con algo mordaz, pero Alejandro la interrumpió antes de que pudiera decir una palabra.

—No empieces, Julia —dijo con cansancio—. Rosa y Louise siempre comen con nosotros, y hoy no será la excepción.

Louise se giró lentamente hacia Julia con una sonrisa ganadora, disfrutando la forma en que la mandíbula de la otra mujer se tensaba con furia.

Las gemelas, ajenas a la tensión entre las dos, continuaron con su entusiasmo.

—Louise estuvo loquísima anoche —soltó Emma, riéndose.

—¡Sí! Nunca la habíamos visto así. Ella es una bruja, pero anoche parecías más una piraña borracha.

Louise abrió los ojos como platos.

—¡Oigan, no es para tanto!

Julia frunció el ceño, sin entender, pero en lugar de preguntar, su atención se desvió hacia el rostro de Alejandro. Su expresión se suavizó al ver el moretón en su ojo.




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