Desordenados: entre el rencor y el deseo

13.

Capitulo 13: una cita desastrosa, un futbolista desconcentrado.

Alejandro estaba en su habitación, ajustándose las deportivas y preparándose para el entrenamiento. Llevaba unos pantalones deportivos oscuros y una camiseta ajustada que marcaba cada músculo de su torso. Se miró en el espejo, asegurándose de que todo estuviera en su sitio antes de salir.

Justo cuando estaba a punto de bajar, escuchó ruido en el pasillo. Al asomarse, vio a Louise cruzando con paso seguro hacia su habitación, cargando una bolsa de maquillaje y ropa.

—¿Y tú a dónde vas? —preguntó Alejandro con el ceño fruncido.

Louise se detuvo y lo miró con superioridad.

—Tengo una cita.

Alejandro sintió un puñetazo en el estómago.

—No recuerdo haberte dado la tarde libre.

Louise sonrió con burla.

—Oh, ¿qué pena? Porque ya me la tomé.

Antes de que Alejandro pudiera responder, Julia intervino desde el sofá, donde estaba sentada con Rosa y las gemelas.

—Déjala ir —dijo con fingida dulzura—. Es mejor que esa chica esté fuera. Yo me quedaré aquí con Rosa y las niñas. Así el caos se va un rato.

Tanto Alejandro como Louise giraron la cabeza para mirarla con sorpresa. Julia nunca perdía la oportunidad de hacerle la vida imposible a Louise, pero esta vez su comentario venía disfrazado de buena intención.

Alejandro cerró los ojos con frustración.

—Está bien —dijo finalmente, sin poder encontrar un motivo válido para negarse—. Pero no llegues tarde, Louise. Leni y Emma ya vuelven a clases y deben dormirse temprano.

Louise hizo un saludo militar con una sonrisa burlona.

—Sí, jefe.

Y con eso, se encerró en su habitación para arreglarse.

Cuando bajó, su transformación era evidente.

Su look era casual, pero explosivamente sexy. Llevaba unos leggings negros de cintura alta que se ajustaban perfectamente a sus curvas y un top deportivo color vino, ajustado y de tela delgada, que dejaba su abdomen al descubierto. Encima, una chaqueta ligera que se deslizaba por sus hombros como si estuviera a punto de caer en cualquier momento. Su cabello rizado estaba perfectamente definido y suelto, y su maquillaje, aunque ligero, resaltaba sus ojos felinos y labios carnosos.

Lucía tan natural y despreocupada que era imposible no notarla.

Cuando Alejandro la vio bajar las escaleras, apretó la mandíbula con fuerza. Su mirada la recorrió de arriba abajo sin disimulo, y su ceño se frunció automáticamente.

—¿A dónde se supone que vas vestida así? —soltó sin pensar.

Antes de que Louise pudiera responder, Julia se adelantó con una sonrisa venenosa.

—¿Qué te importa? Es su vida privada.

Alejandro chasqueó la lengua y cruzó los brazos.

—Soy su jefe. No quiero que vaya a perder el tiempo con cualquier idiota cuando debería estar descansando para cuidar a las niñas mañana.

Louise rodó los ojos.

—Relájate, papá oso. No te vas a quedar calvo si salgo una noche.

Se giró con una sonrisa victoriosa y salió de la casa con paso seguro.

Bajó por la calle con su teléfono en la mano, revisando la aplicación de transporte. Suspiró al ver los precios de los Uber. Definitivamente, no podía darse el lujo de gastar en eso.

Así que caminó.

Pero justo cuando estaba disfrutando la brisa de la tarde, un sonido la hizo detenerse.

¡BEEP BEEP!

El rugido de un motor potente y un par de luces iluminando el pavimento le indicaron que alguien acababa de detenerse a su lado.

Louise giró la cabeza con expresión de fastidio.

Ahí estaba Alejandro, sentado en su camioneta negra, un modelo de lujo que claramente no pertenecía a alguien que se preocupaba por el precio del Uber. La carrocería brillaba bajo el sol, y el interior de cuero negro y paneles digitales hacían que todo el vehículo se viera intimidante y elegante.

Alejandro bajó la ventanilla y se inclinó levemente hacia ella.

—Te doy un aventón.

Louise negó con la cabeza sin dudarlo.

—No, gracias. Me encanta caminar. Además, tú me robas el oxígeno.

Alejandro sonrió de lado, acelerando lo suficiente para seguir su paso sin necesidad de que ella aceptara subir.

—¿Y con quién es la cita?

Louise lo ignoró y siguió caminando, pero él continuó.

—Debe ser alguien muy especial si te pusiste así de arreglada.

Louise apretó los dientes y le dedicó una mirada asesina.

Alejandro no se rindió.

—Déjame adivinar… ¿Cena romántica? ¿O algo más casual? —preguntó con fingida indiferencia.

Louise se detuvo de golpe, giró hacia él y sin decir nada, levantó el dedo del medio.

—Piérdete en un bosque, Alejandro.

Y con eso, siguió caminando.

Alejandro soltó una carcajada y finalmente aceleró, dejándola en paz.

Pero mientras se alejaba, se sorprendió a sí mismo con una sonrisa en los labios y una sensación de incomodidad en el pecho.

¿Por qué demonios le molestaba tanto esa cita?

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El sol ya comenzaba a esconderse detrás del horizonte cuando Alejandro pisó el campo de entrenamiento. La luz dorada de la tarde-noche parecía agregar una capa extra de tensión al ambiente. Sus compañeros ya estaban calentando, pero algo no estaba bien. Alejandro, que solía estar concentrado hasta el último segundo, no podía dejar de pensar en Louise. Cada pase, cada regate, cada carrera parecía ir en la dirección equivocada.

—Oye, ¿qué pasa, hermano? —le preguntó Luis, su compañero más cercano, notando la desconcentración en el rostro de Alejandro.

—Nada —respondió él, intentando sonar tranquilo mientras se frotaba la mandíbula, apretando los dientes con fuerza—. Un pequeño accidente entrenando en casa. No te preocupes. Solo necesito concentrarme un poco antes del partido.

Pero Luis lo miraba con una mezcla de duda y preocupación. El moretón en su cara era visible, pero no era eso lo que realmente lo tenía distraído. La verdad era que no podía dejar de pensar en Louise, en cómo la había visto irse tan segura de sí misma esa mañana, con su actitud desafiante, su belleza intoxicante. La maldita Louise.




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