Desordenados: entre el rencor y el deseo

15

Capítulo 15: Una Noche Para Nosotros

El vestuario estaba en silencio.

El beso entre Alejandro y Louise acababa de romper todas las líneas que no debían cruzar. Sus labios aún hormigueaban con el contacto, sus cuerpos demasiado cerca, el aire denso entre ellos. Louise apenas podía respirar, Alejandro tampoco.

—¡¡¡¿QUÉ DEMONIOS ACABAMOS DE VER?!!!

David.

La voz escandalizada de su mejor amigo hizo que Louise y Alejandro saltaran como si les hubieran echado agua hirviendo encima.

—¡¿Pero qué…?! —David tenía la boca abierta y los ojos tan desorbitados que parecía haber visto un fantasma.

Detrás de él, varios compañeros del equipo también los miraban con expresiones que iban del shock absoluto a la diversión descarada.

—¿Besaste a Louise? —preguntó Luis, como si necesitara confirmación porque su cerebro se negaba a creerlo.

Alejandro suspiró y pasó una mano por su rostro, pero antes de que pudiera responder, David ya estaba en modo drama.

—¡Esto es histórico! ¡Es el plot twist de la temporada!

—¡Hermano, necesito procesar esto!

—¡No hay tiempo para procesar nada! —gritó otro compañero—. ¡Nos vamos a la fiesta!

Y así, sin previo aviso, Louise y Alejandro fueron arrastrados fuera del vestuario, sin margen para pensar, hablar o siquiera comprender qué demonios acababa de pasar entre ellos.

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El club había alquilado un hotel lujoso para la celebración. La música estaba fuerte, la gente reía y hablaba, pero Alejandro y Louise no estaban ahí realmente.

No podían dejar de mirarse.

Sentados en la mesa con los demás jugadores, el ambiente era un caos de voces y risas. Todos hablaban sobre el partido, sobre el beso al aire que Alejandro había mandado en el estadio, sobre las reacciones en redes sociales.

Alejandro no estaba escuchando.

Louise tampoco.

No se miraban como dos personas que se gustaban.

Se miraban como dos personas que estaban a segundos de perder la paciencia y devorarse ahí mismo.

David, sentado junto a Alejandro, notó el nivel de desconexión y chasqueó los dedos frente a su cara.

—Bro, ¿me estás escuchando?

Alejandro parpadeó, sin apartar la mirada de Louise.

—¿Eh? Sí, sí…

—¿Sí qué?

Alejandro apenas registró la pregunta.

David suspiró, resignado.

—Estás arruinado, amigo.

—No tengo idea de qué hablas.

David soltó una carcajada.

—Sí, claro…

Pero Alejandro ya no lo escuchaba.

Porque Louise acababa de sonreír con ese aire desafiante que lo volvía loco, y eso lo arrastró de nuevo a esa realidad donde solo existían ellos dos.

Cuando la música cambió a un reguetón lento, Alejandro supo que no tenía escapatoria.

Se levantó y extendió la mano hacia Louise.

—Ven.

Ella lo miró con desconfianza.

—¿Por qué tengo la sensación de que esta es una trampa?

—Porque lo es.

Louise arqueó una ceja.

—¿Y si digo que no?

Alejandro sonrió de lado.

—No vas a decir que no.

Y tenía razón.

Louise tomó su mano y dejó que la guiara hasta la pista.

Desde el primer movimiento, supieron que esto era mala idea.

Porque sus cuerpos se encontraron con demasiada facilidad, porque la tensión de la noche se condensó en cada roce, en cada respiración.

Alejandro puso las manos en su cintura y la atrajo más.

—Sabes que esto es una locura, ¿verdad? —murmuró Louise, con la voz ligeramente entrecortada.

—Y sabes que no te importa.

La música dictaba el ritmo, pero sus cuerpos parecían moverse por cuenta propia.

Louise pasó los brazos por su cuello y deslizó las uñas por su piel, lenta, tentadora, sabiendo exactamente lo que hacía.

Alejandro bajó la mano a su espalda baja y presionó su cuerpo contra el suyo.

—Cuidado, Von Bremen —susurró Louise, con una sonrisa que era puro veneno y fuego.

—¿Por qué? —Alejandro bajó la cabeza hasta su oído, su aliento cálido en su piel—. ¿Tienes miedo de lo que pase si sigues bailando así?

Louise abrió la boca para responder, pero Alejandro inclinó la cabeza y dejó un roce apenas perceptible con sus labios en su cuello.

Ella se quedó helada.

—Alejandro… —susurró, sintiendo un escalofrío recorrerle todo el cuerpo.

Él sonrió contra su piel.

—Dime.

Y entonces, explotó.

Sin poder contenerse más, Louise se acerco a sus labios, Alejandro la tomó del rostro y la besó.

Pero este no fue como el del vestuario.

Este fue más intenso, más profundo. Un beso con hambre, con desesperación. Con una urgencia que no dejaba espacio para la razón.

Louise se aferró a él, a su camiseta, sintiendo la dureza de su cuerpo, la fuerza de su agarre.

Era una locura.

Una locura de la que no querían escapar.

Hasta que escucharon los murmullos.

Se separaron apenas, respirando agitados, y miraron a su alrededor.

Todos los estaban viendo.

Los jugadores. Las esposas. Los amigos del equipo.

La escena era tan evidente que Alejandro soltó una risa ronca.

—Creo que acabamos de hacer mucho show…

Louise sintió el calor subiéndole a la cara y se apartó rápidamente.

—Voy al baño.

Y salió casi huyendo.

Louise cerró la puerta y se apoyó en el lavamanos.

Su corazón latía desbocado.

Se mojó la cara con agua fría, intentando aclarar sus pensamientos.

¿Qué demonios estaba haciendo?

Pero antes de que pudiera responderse, la puerta se abrió.

Una mujer entró. Alta, rubia, vestida impecablemente.

Louise la reconoció de inmediato: era la esposa de uno de los jugadores.

La mujer fingió retocarse los labios en el espejo, pero su mirada despectiva la delató.

—Deberías disfrutar esto mientras dure —dijo, sin siquiera mirarla.

Louise frunció el ceño.




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