Capítulo 16: Quiero todo.
La música seguía vibrando en el aire, las luces cálidas iluminaban la pista y las risas de los jugadores llenaban el salón. Louise volvió a la mesa con la elegancia impecable de quien no se deja afectar.
Alejandro la vio desde su asiento, con una copa en la mano y una sonrisa ladeada, como si aún estuviera saboreando el beso de hace unos minutos. Pero algo en la forma en que Louise se sentó, demasiado recta, demasiado medida, lo hizo fruncir el ceño.
—¿Y el baño estuvo entretenido? —preguntó, con tono desenfadado.
Louise le sostuvo la mirada y sonrió con la misma frialdad con la que podía destrozar a cualquiera en su camino.
—Mucho. Me encontré con tu club de admiradoras. Parece que tienes más fans de las que imaginaba.
Alejandro dejó la copa sobre la mesa y entrecerró los ojos.
—¿Y eso te molesta?
—No. —Louise se encogió de hombros y tomó un sorbo de su trago—. De hecho, ahora entiendo mejor las cosas.
Alejandro sintió un pequeño escalofrío recorrerle la espalda. Algo en su tono le hizo sentir que estaba perdiendo un partido que ni siquiera sabía que estaba jugando.
—¿Qué cosas? —inquirió, apoyando el codo en la mesa y acercándose un poco más a ella.
Louise sonrió, pero su sonrisa tenía filo.
—Tu historial. Tu especialidad en coleccionar chicas y besarlas frente a la audiencia.
David, que estaba al otro lado de la mesa, soltó una carcajada.
—Uf, te están leyendo la cartilla, bro.
Alejandro ignoró a David, sin apartar la mirada de Louise.
—¿Y quién te vendió esa versión?
—Nadie. —Louise se inclinó apenas, su voz lo suficientemente baja para que solo él la escuchara—. No hace falta que me la vendan. Ya la conozco.
El estómago de Alejandro se tensó.
Louise se recargó en el respaldo de su silla, fingiendo un desinterés absoluto, pero su mano apretada sobre su regazo delataba que no estaba tan tranquila como aparentaba.
Él la observó en silencio, analizándola. Había algo más allá del sarcasmo, algo que Louise intentaba ocultar con su fachada impecable. Y entonces, recordó el instituto. Recordó los años en que ella lo había molestado sin piedad, sus burlas, sus risas, su manera de siempre estar cerca, pero nunca lo suficiente.
Se humedeció los labios, pensando en voz alta:
—Sabes, siempre pensé que me odiabas en el instituto. Pero ahora me pregunto si lo que odiabas era lo que te hacía sentir.
El vaso de Louise se quedó suspendido en el aire por un segundo. Sus ojos brillaron con algo peligroso, pero su sonrisa no se rompió.
—Qué interesante teoría, Von Bremen. Si quieres, podemos publicarla en una revista de psicología barata.
Alejandro soltó una risa baja, pero su mirada seguía fija en ella.
—Si tan equivocada estuviera mi teoría, ¿por qué te pusiste tan tensa?
Louise entrecerró los ojos, pero antes de que pudiera responder, la voz de uno de los jugadores rompió la tensión:
—¡Hey, hey, basta de dramas románticos! ¡Shots para todos!
La atención se desvió a la ronda de tragos que se servían en la mesa, y Louise aprovechó para tomar su copa y girarse hacia Andrea, una de las esposas de los jugadores, como si la conversación con Alejandro no hubiera ocurrido.
Pero Alejandro no dejó de mirarla.
Por primera vez en mucho tiempo, sentía que había dado con una pieza clave.Y ahora, no iba a parar hasta descubrir el resto.
La fiesta seguía con su propio ritmo. La música, las risas, el brindis tras brindis de los jugadores celebrando la victoria. Pero Alejandro ya no estaba ahí.
Desde su asiento, miró a Louise una vez más. Seguía conversando con Andrea, sonriendo en los momentos precisos, impecable en su actuación. Pero Alejandro ya la conocía. Sabía leer entre líneas. Y lo que veía era una máscara.
Algo la había cambiado en ese baño.
Y aunque intentaba fingir indiferencia, aunque su tono seguía siendo afilado, Alejandro podía sentir la tensión en cada uno de sus movimientos.
No quería seguir aquí.
Se puso de pie de repente, tomando su chaqueta del respaldo de la silla.
—Nos vamos.
Louise parpadeó y lo miró con un leve fruncimiento de ceño.
—¿Nos?
Alejandro se inclinó apenas hacia ella, su voz lo suficientemente baja para que nadie más escuchara.
—No tengo paciencia para este circo.
Louise se enderezó y tomó su bolso con la misma actitud altiva de siempre, como si estuviera decidiendo por sí misma y no porque él lo había dicho.
—Bien. Yo tampoco.
Se despidieron con excusas corteses, ignorando las miradas curiosas y los comentarios cómplices de sus compañeros. Alejandro no se molestó en disimular que tenía prisa por salir.
Cuando finalmente cruzaron la puerta del hotel y el aire fresco de la noche los envolvió, Louise soltó un suspiro silencioso.
Alejandro la guió hasta el auto, abriendo la puerta para que entrara sin decir una palabra. Cuando él tomó el volante y arrancó, el silencio entre ellos se volvió espeso.
El auto avanzó por las calles iluminadas de la ciudad, y con cada kilómetro, Louise sentía la tensión acumulándose en su pecho.
Su cuerpo entero pedía a gritos estar cerca de Alejandro. La intensidad del baile, el beso en la pista, la forma en que la había mirado antes de salir de la fiesta… todo seguía latiendo dentro de ella, fuerte, incontrolable.
Pero la voz de esa mujer en el baño también resonaba en su mente. "Solo eres un juego." "Carne fresca."
Louise apretó las piernas y respiró hondo, obligándose a mantener la compostura.
Alejandro, por su parte, tenía los nudillos blancos sobre el volante.
No entendía qué demonios pasaba con Louise, pero su actitud fría lo estaba volviendo loco. Era como si hubiera construido un muro entre ellos después de lo que pasó en la pista de baile. Como si estuviera intentando convencerse de algo.
Y lo peor era que, en lugar de apagarlo, esa distancia solo avivaba más sus ganas de tenerla.
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de enemigos a amantes, de amor y odio, de amigos a amantes erticos
Editado: 20.03.2025