Desordenados: entre el rencor y el deseo

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Capitulo 17: Claro que te gustan los Cliché

—Es tan cliché —dijo con sarcasmo, mirando a su alrededor.— El parque, tus manos calientes sobre las mías heladas, la chaqueta que me pones sobre los hombros... Y luego la frase típica: "Quiero todo de ti."

Alejandro la miró con una mezcla de diversión y desafío.

—¿Y qué? ¿No te gustan los clichés? —respondió con tono burlón.

Louise lo fulminó con la mirada, levantando una mano en un gesto dramático.

—No, ademas haz silencio, estoy hablando von Bremen —ordenó, sin perder la compostura.

Alejandro asintió, siguiéndole el juego con una sonrisa ladeada.

Ella continuó, su tono cambiando a algo más serio, más vulnerable, mientras sus ojos se fijaban en el suelo.

—Te juro que mi mente me dice que esté muy alerta, que no te crea nada... Pero mi cuerpo y mi corazón... —hizo una pausa, suspirando con frustración— también quieren todo de ti. Y me estoy volviendo loca.

Alejandro inclinó la cabeza, estudiándola con atención. Sus ojos la recorrían como si pudieran descifrar cada pensamiento que Louise intentaba ocultar.

—¿Te estás volviendo loca por mí, Louise? —preguntó en un murmullo ronco, con una sonrisa ladeada que no ocultaba del todo la intensidad en su mirada.

Louise chasqueó la lengua, girando el rostro para evitar mirarlo de frente.

—No te emociones —replicó—. Es una forma de hablar. Lo que siento es… frustración. Como cuando quieres algo y sabes que no es bueno para ti.

Alejandro soltó una risa baja, sin apartar la vista de ella. Su pulgar trazó círculos sobre su mano sin que pareciera darse cuenta. Louise sintió el calor de su piel a pesar del frío de la mañana.

—Así que no soy bueno para ti —murmuró él, inclinándose apenas hacia ella.

—Eres lo peor —susurró ella, sin apartarse.

Un viento helado cruzó el parque, haciéndola temblar ligeramente. Alejandro no dudó en ajustarle la chaqueta sobre los hombros, sus manos deteniéndose un poco más de lo necesario sobre sus brazos. Louise cerró los ojos por un segundo. Todo en él la volvía loca.

—Pero te gusta lo peor.

—Indudablemente.

—Me parece bien que al amor le tengas temor, pero sabes que tú y yo conectamos al cien ¿porque no funcionariamos?

—Hablas de lo que siente la piel, no lo que siente tu corazón.

—Ambos.

—Tonterias.

— como digas, ¿Y qué vamos hacer ? —preguntó Alejandro, su tono más bajo, más peligroso.

Louise tragó en seco.

—Nada. No vamos a hacer nada —dijo, aunque ni ella misma creyó sus palabras.

Alejandro sonrió de lado, como si disfrutara de su lucha interna.

—Claro. Nada —repitió, como si fuera la cosa más absurda que hubiera escuchado.

Louise respiró hondo, sintiendo el frío morder su piel, pero no tanto como las palabras que estaba a punto de decir.

—No podemos hacer esto, Alejandro.

Él la miró fijamente, su expresión pasando del desafío a la incredulidad.

—¿"Esto"?

—Tú y yo —susurró, apartando la mirada—. No estamos preparados para esto.

Alejandro entrecerró los ojos, estudiándola con intensidad.

—¿Y cuándo crees que lo estaremos?

Ella mordió su labio, como si buscara las palabras adecuadas. Cuando por fin habló, su voz salió más baja, más tensa.

—No lo sé… Pero no puedo.

Alejandro frunció el ceño, esperando que siguiera, y Louise sintió el peso de cada palabra antes de pronunciarlas.

—Hemos empezado mal desde el principio. Ni siquiera somos nada, y ya la gente me ha catalogado como la amante.

Su tono era duro, pero Alejandro solo apretó la mandíbula.

—No eres la amante de nadie.

—Díselo al resto del mundo —replicó con una risa amarga—. A la prensa, a Julia, a los que están esperando que dé un paso en falso para destrozarte.

Él negó con la cabeza, frustrado.

—Me importa una mierda lo que digan.

Louise lo miró, incrédula.

—Claro que te importa. Te haces el que no, pero lo hace. Y a mí también, Alejandro.

Él no respondió, pero ella vio cómo su mandíbula se tensaba.

—Escucha… —continuó, su voz bajando un poco—. No voy a poner en juego tu carrera y tu imagen pública por algo que ni siquiera sabemos si tiene futuro.

Alejandro alzó las cejas, soltando una risa seca.

—¿Eso crees? ¿Que esto no tiene futuro?

Louise sintió un nudo en la garganta, pero se obligó a sostener su mirada.

—Lo que creo es que ya te hice daño una vez —dijo en un murmullo—. No voy a volver a hacerlo.

Él parpadeó, sorprendido.

—¿Esto es por el instituto?

Ella desvió la mirada, avergonzada.

—Te llamaba regordete… Me burlaba de ti, fui una perra, bruja que no soportaba que fueras el unico a quien no te deslumbrara mi presencia. Me creia una Diosa, era una niña estúpida que nos sabia nada. Y no me digas que lo olvidaste porque esa mierda no se olvida asi de facil. Soy mala para ti, esa es la verdad.

Alejandro dejó escapar un suspiro, pasándose una mano por el cabello.

—Louise… eso fue hace años.

—No cambia el hecho de que te lastimé. Y no voy a volver a hacerlo.

El silencio entre ellos se hizo pesado, sofocante. Alejandro la miraba como si intentara descifrar cada pensamiento que ella intentaba ocultar.

—Así que tu gran solución es alejarte —dijo finalmente, su tono bajo y tenso.

Louise tragó en seco.

—Sí.

Pero ni ella misma creyó sus palabras.

Alejandro soltó una risa sin humor, negando con la cabeza.

—Hagas lo que hagas, Louise… no me mires como lo estás haciendo ahora si realmente quieres alejarte.

Ella sintió un nudo en la garganta. No dijo nada más. Solo se giró y empezó a caminar.

Se prometió que lo dejaría ahí.

Que esta vez sí se alejaría.

Que sería fuerte.

Pero ambos sabían que no iba a durar.

Pero entonces él volvio a hablar, y todo su cuerpo se tensó.

—¿Sabes lo peor de todo? —Su voz la alcanzó como un golpe en la espalda—. Que aunque tú me hayas jodido en el pasado, aunque me hayas hecho sentir como la peor versión de mí mismo, nunca dejé de quererte.




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