Capítulo 19: Celos.
El aire en la habitación de Alejandro se había vuelto sofocante, cargado de deseo y de la electricidad que siempre chisporroteaba entre ellos. Louise apenas tuvo tiempo de procesar lo que pasaba antes de sentir su espalda chocar contra la pared, atrapada entre su cuerpo y la firmeza de sus manos que la recorrían con hambre. Sus labios se encontraron de nuevo, desesperados, entreabiertos, profundizando un beso que ardía como fuego en sus venas.
Alejandro la tomó por la cintura y la llevó hacia la cama sin despegarse de ella, su lengua explorando la suya, su respiración entrecortada. Louise se dejó caer con él, sintiendo el peso de su cuerpo sobre el suyo, la calidez de su piel bajo sus dedos cuando los deslizó por su espalda, por la firmeza de sus músculos. Las manos de Alejandro se colaron bajo su blusa, acariciándola con una mezcla de urgencia y devoción.
Una risa jadeante escapó de los labios de Louise cuando él se la quitó por completo, arrojándola a un lado sin preocuparse por dónde caía. En respuesta, ella le quitó la suya, deslizando las manos por su torso desnudo, provocando que Alejandro soltara un gruñido grave que vibró contra su boca. Volvió a besarla con desesperación, recorriéndola con caricias que la hacían arquearse contra él, como si ya no pudieran detenerse…
Hasta que el sonido insoportable de una alarma los golpeó de lleno.
Alejandro se tensó sobre ella y apretó los ojos con frustración.
—No… No puede ser…—murmuró, negando con la cabeza contra su cuello.
Pero la alarma seguía sonando.
—Ignórala,—susurró antes de volver a besarla, con los labios hinchados y el pulso acelerado.
Estaba convenciendose a si mismo más que a ella.
Louise trató de resistirse un segundo, pero el calor de su cuerpo y la forma en que la besaba hicieron que su resolución flaqueara. Sin embargo, cuando él murmuró contra su boca “Voy a llegar tarde” y siguió besándola como si no le importara, Louise se obligó a poner las manos en su pecho y empujarlo suavemente.
—No vas a llegar tarde por mi culpa —dijo con la voz todavía afectada, con los labios rozando los suyos—. Esto se salió de control… Yo solo venía a hacerte una pregunta, y terminé… en otra situación.
Alejandro la miró con frustración, su respiración aún agitada, y soltó una risa baja, resignada.
—Sí, bueno… ya deberíamos saber que esto siempre se sale de control.
Louise sonrió de lado y deslizó sus dedos por su cabello antes de apartarse, dándole espacio para levantarse. Con el corazón aún acelerado, tomó su camisa del suelo y se la puso mientras le lanzaba su camiseta a él.
—Póntela —ordenó.
Alejandro la atrapó con una mueca y se la puso con evidente fastidio.
—Esa maldita alarma no ha dejado de sonar —gruñó antes de finalmente apagarla.
Louise cerró su maleta de un golpe y la empujó hacia él.
—Buen viaje.
Alejandro, aún acalorado, la miró con una intensidad que le erizó la piel.
—Ojalá pudiera decir que me enfermé y faltar… Pero el fútbol no espera.
Louise bufó y puso los ojos en blanco.
—Deja la estupidez. Vete ya. —Empujó su maleta con el pie hacia él.
Alejandro la miró con diversión y chasqueó la lengua.
—Louise, siempre tan sutil como un elefante en una cristalería.
Ella le sostuvo la mirada con picardía.
—Y aún así, te gustó.
Él sonrió, acercándose de nuevo a ella.
—Me encantas. Sí.
Y sin darle tiempo a responder, la besó de nuevo, robándole el aliento por un último momento antes de separarse. Fue difícil, demasiado difícil, pero Alejandro suspiró y la miró con un deje de frustración.
—Adiós. Nos vemos en una semana. Pórtate bien.
Louise sonrió con falsa inocencia.
—Yo siempre me porto bien. Pórtate tú bien. Y haz un partido decente, por favor. No vuelvas a jugar como un amateur, que no voy a ir a Bilbao a arreglar tus tonterías.
Alejandro rio con suavidad y asintió.
—Lo intentaré.
Le dedicó una última sonrisa antes de tomar su maleta y salir de la habitación, dejando tras de sí el eco de lo que casi había pasado.
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Louise había pasado la peor noche de su vida.
Se había removido entre las sábanas, tratando de encontrar una postura cómoda, pero daba igual si dormía boca arriba, de lado o abrazada a la almohada: Alejandro seguía ahí, en su mente, como una condena. Su cuerpo recordaba cada caricia, cada beso, cada roce de su piel sobre la suya.
No había pegado un ojo.
Cuando miró el reloj y vio que eran las 7:00 a.m., decidió que era inútil seguir torturándose. Se levantó con un bufido y bajó a la cocina a preparar el desayuno para Emma y Leni.
Al llegar, se encontró con Rosa, quien se giró al verla con una ceja arqueada.
—¿Qué haces levantada a esta hora? ¿Te caíste de la cama o qué?
Louise suspiró mientras sacaba el café.
—Dormí fatal.
Rosa chasqueó la lengua y cruzó los brazos, divertida.
—Me lo imagino. Que Alejandro se haya ido en pleno florecimiento de su romance debe ser difícil.
Louise resopló y se sirvió una taza, pero estaba tan distraída que se quemó al tocar la taza caliente.
—¡Joder! —se quejó, sacudiendo la mano.
—¡Niña, pero concéntrate! —Rosa tomó su mano y revisó la quemadura—. Vas a acabar en el hospital si sigues así de despistada.
—Estoy bien, no te preocupes.
—No pienses tanto —dijo Rosa, y mientras le aplicaba pomada en la quemadura, añadió—: Ese chico está muy enamorado de ti. No tienes por qué preocuparte.
Louise apretó los labios y desvió la mirada.
—Él no me importa.
Rosa la miró con incredulidad y sonrió con picardía.
—Ajá, claro. Louise siempre en negación.
Antes de que pudiera responder, Rosa se fue a despertar a las gemelas.
Unos minutos después, Emma y Leni bajaron con una energía envidiable para la hora que era, aunque sus caritas reflejaban cierto nerviosismo.
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de enemigos a amantes, de amor y odio, de amigos a amantes erticos
Editado: 20.03.2025