Desordenados: entre el rencor y el deseo

21

Capítulo 21: Esto fue todo.

—Sorpresa —dijo con esa arrogancia suya—. Vine a arreglar este desastre.

Louise parpadeó, sin poder creerlo. Bajó el vidrio de un manotazo.

—¿Pero qué diablos haces aquí?

—¿No es obvio? Vine a verte.

—¿Cómo? —Su cerebro intentaba procesarlo—. ¿Cómo llegaste aquí?

Alejandro suspiró, divertido por su incredulidad.

—El entrenamiento terminó a las ocho de la noche. David me cubrió con el equipo. Tenía un jet privado esperando en un aeropuerto secundario. Despegamos a las nueve y aterrizamos en Madrid a las once. Me recogió un conductor de confianza, y aquí estoy. Tengo que estar de vuelta antes de la tarde, así que saldré al amanecer.

Louise se pasó una mano por la cara, limpiándose las lágrimas con furia.

—¡Dios, Alejandro! ¿Sabes la estupidez que acabas de hacer? Si alguien se entera de esto…

Pero Alejandro ya no la estaba escuchando. Su mirada se había desviado a otra cosa.

Louise lo siguió con la vista y su estómago se hundió.

Él estaba mirando su auto.

El golpe.

El rayón.

El color en el rostro de Alejandro desapareció. Sus labios se apretaron en una línea tensa.

—Louise… —Su voz sonó peligrosamente tranquila.

Ella tragó saliva.

—Yo…

Él se inclinó lentamente, inspeccionando el desastre con el ceño fruncido. Luego se enderezó y soltó una carcajada sin humor.

—Dime que esto es una broma.

—Fue un accidente…

Alejandro pasó una mano por su mandíbula, exhalando con fuerza.

—¿Un accidente? Louise, ¡es mi auto! ¡Es un coche de lujo! ¡Lo cuidé más que a mí mismo!

Louise se bajó del auto con rapidez, sintiendo cómo se le formaba un nudo en el estómago.

—No exageres…

—¿No exageres? —repitió él, señalando el rayón como si fuera una herida abierta—. ¡Has mutilado mi coche!

Louise mordió su labio, sintiéndose cada vez más pequeña.

—Puedo… puedo pagarte la reparación.

Alejandro la miró con incredulidad.

—¿Con qué? ¿Con el sueldo de niñera?

Louise sintió su cara arder de vergüenza.

—¡Eres un imbécil!

Él suspiró dramáticamente y volvió a mirar el auto con una expresión de pura tragedia.

—Mi pobre bebé… —murmuró, como si estuviera despidiéndose de un ser querido.

Louise chasqueó la lengua y le cruzó los brazos.

—¿Vas a seguir con tu show o…?

Pero Alejandro ya no miraba el coche. La miraba a ella.

Y de repente, el ambiente cambió.

Louise sintió cómo su piel se erizaba bajo su escrutinio.

Llevaba un vestido blanco ceñido, con encaje delicado en los bordes. La tela se aferraba a su cuerpo, marcando cada curva con precisión. La falda terminaba a medio muslo, dejando al descubierto sus piernas, alargadas por las botas altas que llegaban hasta sus rodillas. Las alas de ángel en su espalda parecían una ironía descarada.

Alejandro dejó escapar un suspiro lento y cargado de significado.

—Tú sí que sabes cómo volverme loco.

Louise sintió un calor ascenderle por el cuello, pero se negó a dejar que la desarmara.

—He visto las fotos con Julia. Están por todo internet.

El rostro de Alejandro se tensó un poco, pero su expresión siguió siendo relajada.

—¿Y qué? —Le sostuvo la mirada—. Tú más que nadie sabes cómo funciona internet.

—Lo sé —admitió ella, su voz temblando apenas—. Pero no soporto que ella esté cerca de ti. He perdido el control.

Alejandro sonrió con satisfacción.

—Eso me halaga mucho, cariño.

Louise le dio un empujón en el pecho, pero él atrapó su muñeca antes de que pudiera alejarse.

—Tienes que aprender a confiar en mí, Louise —murmuró, su voz grave, con una intensidad que la dejó sin aire.

Louise sintió cómo su corazón se aceleraba.

Confiar.

Qué palabra más difícil. Qué trampa más peligrosa.

—Confiar para mí no es fácil —susurró Louise, su voz temblando con la mezcla de emociones que la abrumaban—. ¿Acaso no has visto todo lo que está en internet?

Alejandro frunció el ceño.

—Escuché algo —admitió—, pero no pude ver nada. Estaba muy ocupado planeando mi fuga para venir a verte. Y ahora que he llegado no voy a desaprovechar mi tiempo viendo cómo los demás viven a través de nosotros.

Louise sintió que algo se rompía dentro de ella. Un calor inesperado le recorrió el cuerpo. Se mordió el labio con fuerza, intentando procesar lo que él había hecho. Lo que significaba. Él no había dudado en cruzar la distancia que los separaba, en arriesgarlo todo por estar con ella.

Antes de que pudiera pensarlo demasiado, lo abrazó. Fue un movimiento instintivo, desesperado. Se aferró a su espalda, sintiendo la calidez de su cuerpo, su respiración contra su cabello.

—Eres un idiota —murmuró contra su pecho.

Alejandro dejó escapar una risa ronca, apoyando su mentón sobre su cabeza.

—Y tú eres muy necia —replicó—. No entiendo cómo te ahogaste en un vaso de agua.

Louise se separó lo suficiente para mirarlo con el ceño fruncido.

—Julia no es un vaso de agua, Alejandro. Es un puto maremoto.

Él rodó los ojos.

—Da igual. No puedes ignorarme así.

—Eres un llorón —se burló Louise—. No aguantas nada.

Alejandro arqueó una ceja con diversión peligrosa.

—La que estaba llorando eras tú. Hasta que me viste.

—Pero no por ti.

—aja, sí. ¿Como que no tenemos compromiso? ¿Que fue eso?.

—La verdad, no los tenemos. Nuestra relación no tiene título.

—Aun no, pero porqué dijiste que querías algo especial.

—envejecere esperando.

—Puedo pedírtelo ahora sí quieres.

— No, ahora no quiero.

—Bien, entonces espera el momento.

—Entonces apresúrate, no quiero ser la amante.

—no eres la amante, joder.

—tu amiga con derechos.

—algo parecido al amor de mi vida.

—vale, con eso me basta.

—tienes que respetarme Louise.

—¿Tú me respetas?




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