Desordenados: entre el rencor y el deseo

22.

Capítulo 22: lo que se rompe, se paga.

La alarma del móvil de Alejandro rompió el silencio en el garaje del chalet, donde los dos se habian hechado una siesta en el asiento trasero de uno de sus autos de lujo, rodeados por la oscuridad de la madrugada. A pesar de la comodidad se había acabado el tiempo, a él le pesaba saber que tenía que irse. Miró su teléfono y suspiró, su cuerpo aún caliente por la cercanía de Louise.

—Se acabó la visita —dijo, mirando a Louise con una mezcla de frustración y deseo. Sabía que ya era tarde y no quería que su fuga tuviera más consecuencias de las que ya había provocado, pero también no quería dejarla ir tan pronto.

Louise, que se encontraba acurrucada junto a él, levantó la cabeza lentamente, como si aún no estuviera dispuesta a aceptar que este momento se acababa. Sus ojos brillaban con una mezcla de cansancio y diversión. Sonrió con picardían y enojó como si hubiera estado esperando ese momento.

—Otra alarma… —dijo con sarcasmo, dándole un toque juguetón mientras observaba cómo Alejandro comenzaba a levantarse. Su tono no era de reproche, sino más bien de burla—. ¿Ya te vas? Tan pronto.

Él se acomodó en el asiento, tratando de mantener su compostura mientras recogía su ropa, la cual había quedado regada entre los asientos del coche.

—Se acabó la visita, ya lo sabes —dijo con una sonrisa cansada, mientras veía cómo Louise se estiraba y se levantaba con una gracia que solo ella tenía.

Louise lo miró de reojo mientras comenzaba a ponerse el vestido que había dejado sobre el asiento. Sabía que Alejandro la observaba, lo veía en sus ojos, y disfrutaba cada segundo de su atención. Con una sonrisa, subió lentamente el vestido, levantándolo de forma sensual hasta sus muslos, sabiendo exactamente cómo hacerlo para hacerlo perder la cabeza.

Alejandro tragó saliva, incapaz de apartar la mirada. Era como si cada uno de sus movimientos fuera una invitación directa, una prueba de control y provocación. La tentación estaba sobre él, y ella lo sabía.

—No me hagas esto, Louise —dijo con voz áspera, mientras se pasaba las manos por el cabello, buscando alguna forma de calmarse. No quería perder más el control, no quería que este momento se volviera algo aún más complicado de lo que ya estaba.

Louise lo miró con una sonrisa desafiante, sabiendo que él no iba a poder resistir. Su tono fue suave, pero el brillo en sus ojos decía lo contrario.

—Lo sé… solo estoy jugando —dijo, sus labios curvándose en una sonrisa pícara mientras subía el vestido aún más, disfrutando del poder que tenía sobre él.

Alejandro la miró con un suspiro pesado, su cuerpo reaccionando a cada movimiento que ella hacía. No sabía si admirarla o maldecirla, pero en ese momento se dio cuenta de que no podía resistirse.

—Déjalo, Louise —dijo, su voz más grave, la frustración saliendo de entre sus dientes mientras sus manos caían pesadamente sobre el respaldo del asiento—. Si sigues haciendo esto, no me voy a poder ir.

Ella se detuvo un segundo, mirándolo desde lo alto. Luego, con una sonrisa irónica, lo observó con descaro.

—Debes aprender a tener control, Alejandro —le dijo, mientras su tono se volvía más serio, aunque su mirada era aún juguetona—. Cosas tan impulsivas como esta pueden tener consecuencias devastadoras para tu carrera.

Alejandro soltó una risa que mezclaba cansancio y molestia. Ya había escuchado este sermón antes, pero sabía que Louise solo lo hacía para desafiarlo.

—Ahórrate el sermón, ¿sí? —respondió con firmeza, su tono lleno de desdén—. Soy adulto y tomo mis propias decisiones. Necesitaba venir. Y eso lo hice. Punto.

Louise suspiró con algo de resignación, mientras sus ojos suavizaban su mirada. Se acercó lentamente a él, tocando su rostro con delicadeza, como si fuera una caricia que solo ella sabía dar.

—Aunque fue una tontería… —empezó, mirando hacia abajo por un momento antes de mirarlo nuevamente—. Yo también necesitaba que vinieras.

Eso lo sorprendió, y por un momento, la dureza de Alejandro se desvaneció. Se acercó a ella, sus labios buscando los de Louise una vez más. El beso fue inmediato, profundo, apasionado. Las manos de él viajaron por su espalda, atrayéndola hacia él, mientras ella respondía con la misma intensidad, aferrándose a su cuello y perdiéndose en la sensación de la cercanía, el deseo, la conexión.

Pero el sonido de su teléfono interrumpió el momento. La llamada de su chofer resonó en el aire, como una interrupción cruel que les recordó la realidad.

—Mierda… —murmuró Alejandro, apartándose lentamente de ella, respirando entrecortadamente mientras tomaba su teléfono. El número en la pantalla le indicó que no podía seguir ignorando el tiempo.

Era el chofer. Lo llamaban para confirmar que ya estaba listo para partir hacia el jet privado que lo llevaría de regreso. Alejandro suspiró y, con una mirada arrepentida, le dijo a Louise:

—El jet está esperando. Tenemos que salir en unos minutos.

Louise suspiró, resignada. Sabía que no podía detenerlo.

—ok— Su sonrisa fue ligera, como si no le importara demasiado, aunque su tono indicaba lo contrario.

Alejandro la miró, claramente sorprendido por su respuesta. Solo eso, sin un beso, sin un gesto más.

—¿Solo "ok"? —preguntó, con una sonrisa torcida, el ceño fruncido por la incredulidad—. ¿Nada más?

—¿Que más quieres no has tenido suficiente?

—No.

—Pues no es mi culpa.

—Tampoco la mía.

—Ya no queda nada, estamos a miércoles.

—Y todavía tengo que pasar 120 horas sin tí.

—Eres un dramático. Ponte Serio, te quiero concentrado. Como hagas alguna tontería más como está, o hagas un desempeño mediocre en el partido. Te voy a castigar.

—Joder, que estrés contigo. Me presionas más que mi entrenador.

—Solo Vete...

— ¿Asi sin ni un beso?

Louise lo miró directamente a los ojos, el sarcasmo y la diversión en su rostro.




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