Capitulo 26: primera cita.
El auto rugió cuando Alejandro arrancó bruscamente, la velocidad aumentando en la calle silenciosa. Su mandíbula estaba tensa, sus manos sujetaban el volante con demasiada fuerza y su respiración era más pesada de lo normal.
Louise, con el abrigo de Alejandro envuelto a su alrededor, lo miró de reojo y suspiró.
—Cálmate —dijo sin rodeos—. Solo me ha prestado el abrigo. Estaba a punto de devolvérselo cuando llegaste.
Alejandro soltó una risa sin humor, esa que usaba cuando estaba demasiado molesto para gritar.
—¿Cálmate? —repitió, incrédulo—. ¿De verdad me estás diciendo que me calme después de encontrarme con ese imbécil cubriéndote con su abrigo como si fuera su derecho?
Louise puso los ojos en blanco, recargándose contra el asiento.
—El bar ya estaba cerrado, Alejandro. No podía hacer nada más que esperar afuera, y hacía un frío de mierda.
—Podrías haberme llamado antes.
—Lo hice en cuanto revisé mi cartera y vi que no tenía mi tarjeta —se defendió, cruzándose de brazos—. Pero no me iba a congelar mientras llegabas.
Alejandro resopló, con la mirada fija en la carretera, pero el tic en su mandíbula lo delataba.
—No me gusta ese cabrón.
—Lo noté —murmuró Louise, con sarcasmo.
—Hablo en serio, Louise —su voz bajó de tono, volviéndose más grave—. No me gusta cómo te mira, no me gusta cómo se comporta contigo y mucho menos me gusta lo que me dijo antes de que subieras al auto.
Louise giró la cabeza para mirarlo con el ceño fruncido.
—¿Qué te dijo?
Alejandro soltó una risa fría, pero no había diversión en sus ojos cuando la miró de reojo.
—Que no va a parar hasta tenerte.
El estómago de Louise se contrajo, pero su expresión no cambió.
—Es un imbécil —respondió con indiferencia.
—Un imbécil que cree que tiene una oportunidad porque piensa que soy un novio descuidado y egocéntrico.
Louise sintió cómo la temperatura en el auto bajaba drásticamente. Alejandro había dicho esas palabras con una rigidez peligrosa, con un tono contenido que indicaba que la frase lo había golpeado en lo más profundo.
—¿Eso te dijo? —Louise frunció el ceño—. ¿Y por qué mierda le das importancia?
—Porque me jodió —gruñó Alejandro, acelerando un poco más—. Porque si él lo ve así, ¿quién más lo ve así? ¿Quién más piensa que no te cuido, que soy un egoísta de mierda que solo piensa en sí mismo?
Louise exhaló, frotándose el rostro con una mano.
—Alejandro, deja de comerte la cabeza con la opinión de un tipo que ni me conoce ni te conoce. Lo único que quiere es hacerte dudar para abrirse camino.
Alejandro frenó en seco en un semáforo y giró el rostro hacia ella con una intensidad que le hizo contener el aliento.
—¿Y tú no dudas?
Louise parpadeó.
—¿Qué?
—¿Tú no crees que soy un novio descuidado y egocéntrico? —preguntó, con una vulnerabilidad disfrazada de enojo.
Louise sintió una punzada en el pecho. Se inclinó hacia él y deslizó los dedos por su nuca, obligándolo a mirarla de frente.
—Eres muchas cosas, Von Bremen, pero descuidado conmigo no es una de ellas —susurró, con una seguridad inquebrantable—. Y egocéntrico… bueno, sí, un poco. Pero eso ya lo sabía antes de besarte, y aquí sigo.
Alejandro cerró los ojos un segundo, como si el peso de la conversación lo golpeara de lleno.
Cuando volvió a abrirlos, ya no había furia en su mirada, solo esa intensidad pura que solo reservaba para ella.
—No voy a dejar que él se meta entre nosotros —murmuró.
—No puede meterse si no le damos espacio.
Louise le dedicó una sonrisa traviesa, buscando aligerar la tensión.
—Además, técnicamente no eres un novio descuidado… porque aún no me has pedido que sea tu novia.
Esperaba que Alejandro soltara una risa o que respondiera con un comentario sarcástico. Pero en lugar de eso, la miró con una seriedad brutal, sin un solo atisbo de humor en su rostro.
—No estoy jugando, Louise.
El corazón de ella se saltó un latido.
La luz del semáforo cambió, pero Alejandro no se movió. Su mirada seguía clavada en la de ella, como si estuviera evaluando cada mínimo gesto de su rostro.
—Lo sé —susurró Louise, con el pecho apretado.
Y lo sabía. Lo sintió en la forma en que Alejandro apretó la mandíbula, en la tensión de sus músculos, en la rabia contenida que no tenía que ver solo con Hades, sino con algo mucho más profundo.
La bocina de un coche sonó detrás de ellos, sacándolos de su burbuja.
Alejandro desvió la mirada con un resoplido y volvió a arrancar el auto.
Pero el aire entre ellos estaba cargado.
Y Louise supo, sin lugar a dudas, que lo que acababa de decir no había pasado desapercibido para Alejandro.
Louise suspiró y se pasó una mano por el rostro.
—Lo siento. Quería restarle drama a esto.
Alejandro no dijo nada, solo mantuvo la mirada en la carretera. Su silencio era pesado, pero ella sabía que aún estaba procesando todo.
—En serio, estoy muy cansada —continuó Louise—. Fue un día difícil en el trabajo… y ahora esto.
Bajó la mirada a sus manos y notó un corte pequeño en la palma, probablemente de algún vaso roto en el bar. Movió los dedos y sintió un ligero escozor.
Alejandro, que no dejaba pasar ni un solo detalle cuando se trataba de ella, también lo vio.
—¿Te has lastimado?
Louise levantó la mano con indiferencia.
—Bah, no es nada. Es un corte pequeñito.
Pero Alejandro negó con la cabeza, con esa seriedad férrea que solo usaba cuando se preocupaba de verdad.
—Para ya, Louise. No sigas en ese trabajo.
Ella suspiró, recostando la cabeza contra el asiento.
—No volvamos a lo mismo.
—Busca otra cosa. Algo mejor. Algo de día.
Louise soltó una risa breve, sin humor.
—¿Y las gemelas? ¿Quién las cuidará si trabajo de día?
Alejandro la miró con una determinación que la dejó sin aire.
#304 en Novela contemporánea
#28 en Joven Adulto
de enemigos a amantes, de amor y odio, de amigos a amantes erticos
Editado: 20.03.2025