Desordenados: entre el rencor y el deseo

28.

Capítulo 28 : Ecos del Pasado

Louise llegó más temprano que nunca al bar, incluso antes de que las luces estuvieran completamente encendidas. Se quitó el abrigo con movimientos lentos y dejó escapar un suspiro al notar que Hades ya estaba ahí, recargado contra la barra con su típica expresión entre aburrida y altanera.

—Mira nada más, la pequeña rebelde llegando antes de tiempo. ¿Me estás diciendo que en realidad te gusta este lugar?

Louise no respondió. Solo se ajustó el delantal y se encaminó hacia la parte trasera sin siquiera dirigirle una mirada. Hades frunció el ceño, observándola con atención.

—¿Y ese semblante? Pareces un alma en pena. ¿No me digas que el chico dorado te rompió el corazón?

Ella siguió sin responder. Ni siquiera tenía ganas de pelear con él. Sentía un nudo en la garganta y una presión en el pecho que no la dejaban respirar bien.

Hades suspiró, exasperado.

—Aburrida. Muy aburrida. Anda, ve a ordenar el almacén. Me estresa verte en este estado.

Louise asintió sin discutir y se dirigió al pequeño cuarto al fondo del bar. Apenas cerró la puerta, la frustración la golpeó con toda su fuerza. Se apoyó contra la pared y apretó los puños.

Alejandro no iba a jugar la final. Todo por su culpa.

Si tan solo hubiera reaccionado diferente. Si no hubiese actuado como una idiota cuando vio a Julia en el hotel. Si, por una vez en su vida, lo hubiese escuchado en lugar de dejarse llevar por los celos, él nunca habría ido a buscarla, y la junta directiva nunca lo habría sancionado.

Murmuró en voz baja, con los labios temblorosos:

—Le arruiné la vida otra vez...

El peso de las palabras la dejó sin aire. Y de repente, el pasado la golpeó con la misma fuerza.

Flashback: Química Explosiva

Instituto St. Germaine. Madrid, 2016

Louise miraba la hoja frente a ella con frustración. Habían escrito las instrucciones de la práctica en la pizarra, pero para ella era lo mismo que estuvieran en otro idioma. Miró de reojo al chico a su lado: Alejandro Von Bremen, su compañero de mesa en química.

A diferencia de ella, él se veía completamente seguro de lo que hacía, midiendo sustancias con una precisión meticulosa. Se inclinó hacia ella con una sonrisa de suficiencia.

—Es simple —explicó—. Tienes que mezclar el permanganato de potasio con la glicerina. El calor de la reacción hará que prenda fuego sin necesidad de chispa.

Louise arqueó una ceja.

—Eso suena peligroso.

—Por eso es genial —respondió él con una sonrisa más grande.

Ella observó cómo lo hacía, maravillada cuando la mezcla comenzó a arder con un brillo violeta intenso. Por primera vez en su vida, entendió algo de química.

Pero no fue solo la reacción lo que la sorprendió. Fue él.

Alejandro no era feo, solo tenía un poco de peso extra. Sus facciones eran suaves, su cabello despeinado de forma natural. Pero cuando sonreía, cuando explicaba algo que le apasionaba, su rostro se iluminaba de una manera que la hacía sentir...

No. No podía ser.

Y entonces, él rozó su mano por accidente al pasarle una probeta. Un simple contacto. Y sintió electricidad.

Louise se asustó.

Era imposible que Alejandro Von Bremen le gustara.

Así que hizo lo que mejor sabía hacer: se defendió con una burla.

—Eres un nerd de primera, regordete.

El brillo en los ojos de Alejandro desapareció. Su sonrisa se borró.

Los demás escucharon. Y rieron.

—¡Regordete!

Alejandro apretó la mandíbula. Sus mejillas se encendieron de rabia, pero no se quedó callado.

—Y tú eres una bruja.

Louise sintió una punzada en el pecho cuando los demás rieron más fuerte.

—¡Bruja! ¡Bruja!

El aire se volvió sofocante. Se puso de pie y salió corriendo del aula, sin importarle la mirada de los demás.

Se encerró en el baño y se lavó la cara con agua fría.

—No me puede gustar tanto ese chico... —murmuró, mirándose en el espejo—. Todos se burlarían de mí.

Afuera, las risas seguían resonando.

Y, con ellas, el eco de un error cuyas burlas se salieron de control y, años después, aún a ella le dolían.

**********************************

Louise se dejó caer en el suelo del almacén, rodeándose las piernas con los brazos mientras el llanto la sacudía con una fuerza que no recordaba haber sentido en mucho tiempo.

La culpa la consumía.

Ni siquiera le pidió disculpas a Alejandro. Ni le entendió. Pasó todo el día reclamándole por cosas que pudo haber resuelto por sí misma, cosas que, en el fondo, no tenían sentido comparadas con lo que realmente importaba.

Se sentía una idiota.

Un nudo se formó en su garganta, y su cuerpo se estremeció con cada sollozo. No podía evitarlo. Se sentía pequeña, miserable.

No supo cuánto tiempo pasó así, perdida en su propio dolor, hasta que la puerta del almacén se abrió de golpe.

—Lou, el bar está lleno y—

Laura se quedó en silencio al verla. Su expresión de confusión se transformó en preocupación en cuestión de segundos. Sin pensarlo, se agachó y la rodeó con los brazos.

Louise sintió el calor del abrazo, pero no se permitió seguir llorando. Se obligó a respirar hondo, a parpadear con fuerza para contener las lágrimas.




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