Capitulo 29: un respiró.
El silencio en la cocina era pesado. Solo el tenue sonido de la cafetera y la respiración entrecortada de Louise rompían la quietud de la mañana. Rosa se apoyó en la encimera con los brazos cruzados, observándola con preocupación.
—Lou, ¿qué ha pasado? —preguntó en voz baja, notando sus ojos hinchados y la taza temblorosa entre sus manos.
Louise tomó aire, sintiendo el nudo en la garganta tensarse aún más.
—Renuncié, Rosa. No podía más.
—¿Renunciaste? ¿Por qué?
Louise dejó la taza en la mesa y se cubrió el rostro con las manos.
—Alejandro fue anoche. Discutió con Hades. Me dijo que yo le daba pie a Hades para que siguiera molestándome… como si fuera mi culpa que él se haya fijado en mí.
Rosa frunció el ceño.
—Alejandro no debió decirte eso…
—Y Hades… —Louise tragó saliva—. Se confesó.
Rosa entrecerró los ojos.
—¿Que se confesó?
—Me dijo que le gustaba. No tuve opción, Rosa, renuncié en ese mismo momento. No podía seguir ahí.
La mujer suspiró y se acercó a Louise, tomando sus manos entre las suyas.
—Mira, Lou… No dejes que esto te haga sentir menos. Tú no le haces daño a Alejandro.
Louise cerró los ojos con fuerza.
—Siempre fue así… Yo solo lo meto en problemas. Desde que me conoció su vida ha sido un caos.
—Eso no es cierto —la interrumpió Rosa con firmeza—. Desde que llegaste a esta casa, todos hemos sido más felices.
—Pero por mi culpa lo sancionaron…
—Alejandro tomó su decisión y ahora vive con las consecuencias. No puedes cargar con eso.
Louise se mordió el labio, evitando las lágrimas que amenazaban con volver.
—Necesito pensar, Rosa.
La mujer ladeó la cabeza.
—¿Qué quieres decir?
—Me voy a Cuenca… pasaré unos días con mis padres para desconectar.
Rosa la miró con sorpresa, pero antes de responder, la puerta se abrió y Alejandro apareció.
—¿Te vas?
El silencio cayó sobre la cocina. Rosa miró a Louise y luego a Alejandro.
—Me voy. Necesitan hablar. —Rosa se acercó y le dio un beso en la frente a Louise—. Ánimo, Lou. Eres una chica maravillosa.
Cuando Rosa salió, Alejandro se quedó observando a Louise fijamente, con el ceño fruncido.
—¿Es cierto?
—Sí. Me voy a Cuenca.
Alejandro entrecerró los ojos.
—¿Por qué?
Louise tomó aire.
—Porque me siento fatal…
Alejandro dejó escapar una risa sarcástica y la aplaudió con ironía.
—En nuestra primera pelea, sales huyendo. Bravo, Louise.
Ella apretó los puños.
—Esto no es solo una pelea, Alejandro. Es sobre tu futuro y el mío. Te amo, pero necesito organizar mi vida… y tú también necesitas enfocarte en la tuya.
Alejandro se acercó, mirándola con intensidad.
—Tú eres mi vida.
Louise negó con la cabeza, sintiendo un dolor punzante en el pecho.
—No, eso no es cierto. Tu vida eres tú, tus hermanas, el fútbol, tus amigos… No solo soy yo, Alejandro. A veces siento que lo que sientes por mí no es amor.
Él parpadeó, como si sus palabras fueran irreales.
—¿Ah, no? ¿Entonces qué es?
Louise bajó la mirada.
—Siento que soy un capricho para ti… Algo que quieres tener porque te satisface en todos los aspectos.
Alejandro frunció el ceño con furia.
—¿Te dijo eso Hades? —dio un paso adelante, con la mandíbula tensa—. ¿Te vas con él?
Louise lo miró, incrédula.
—Joder… Es imposible. Tengo que irme en serio. No puedo más.
Se dio media vuelta y caminó hacia la puerta, pero antes de salir, escuchó su voz una última vez.
—Espero que cuando te des cuenta de lo mucho que te amo, vuelvas y te disculpes.
Louise se detuvo en el umbral, con la respiración agitada.
—Ojalá te des cuenta tú primero… y que cuando lo hagas, yo aún te siga amando.
Y sin mirar atrás, se marchó.
Alejandro se quedó en la cocina, inmóvil, sintiendo cómo el aire se volvía pesado en su pecho. No podía creer lo que acababa de pasar. Louise se había ido.
Apretó los puños con fuerza y lanzó una maldición entre dientes. Caminó hasta la mesa y, con un movimiento brusco, golpeó la superficie con la palma abierta. El sonido resonó en el silencio de la casa.
"¿Un capricho?"
Sus propias palabras le repitieron en la cabeza como un eco insoportable. ¿Cómo podía pensar eso de él? ¿Cómo podía dudar de lo que sentía? La rabia se mezclaba con la desesperación en su interior.
No podía dejar que se fuera así.
Con pasos firmes, salió de la cocina y subió las escaleras de dos en dos. Entró a su habitación y tomó su chaqueta. Buscó su teléfono, pero cuando intentó llamarla, escuchó el sonido del motor de un coche arrancando afuera.
Corrió hacia la ventana y la vio. Louise estaba dentro de un taxi, alejándose.
Golpeó el marco de la ventana con frustración. No podía hacer nada en ese momento. Ella se iba… y él la estaba perdiendo.
Se dejó caer en la cama, mirando el techo. "No la pierdas, idiota." Pero, ¿qué podía hacer?
—Mierda…
Cerró los ojos con fuerza.
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Louise mantuvo la mirada fija en el paisaje que pasaba por la ventanilla. Sus manos estaban heladas, y aunque intentaba controlar su respiración, su pecho subía y bajaba con agitación.
—¿Está bien, señorita? —preguntó el taxista, echándole una mirada fugaz por el espejo retrovisor.
Louise asintió con una sonrisa débil.
—Sí… solo estoy un poco cansada.
El taxista no insistió y continuó el camino.
En cuanto dejó de mirarla, Louise bajó la vista y entrelazó sus dedos.
Alejandro estaba furioso. Se había sentido traicionado. Y ella… ¿había hecho lo correcto?
Se repitió a sí misma que sí. Que necesitaba ese tiempo. Que no podía seguir en esa casa sintiéndose tan perdida. Pero, entonces, ¿por qué sentía este vacío en el pecho?
Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el asiento. "No llores. No otra vez."
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de enemigos a amantes, de amor y odio, de amigos a amantes erticos
Editado: 20.03.2025