Epílogo: Ecos de Felicidad.
El viaje a Cuenca fue un desastre anunciado para Alejandro. No porque el coche estuviera en malas condiciones ni porque el tráfico fuera un problema, sino porque tenía el estómago hecho un nudo desde el momento en que arrancaron.
Louise, sentada a su lado con una sonrisa ladina, se encargó de hacerle la experiencia aún más tortuosa.
—Mi madre te odia —le soltó con total naturalidad mientras pasaban por una curva en la carretera.
Alejandro giró la cabeza bruscamente, casi perdiendo el control del volante.
—¿Qué? —farfulló, sintiendo cómo una gota de sudor le resbalaba por la sien.
Desde el asiento trasero, Rosa, junto a las gemelas Emma y Leni, comenzó a reírse con ganas.
—¡Ay, niño, pareces un pollito sudado! —soltó Rosa entre carcajadas.
—¡Nosotros sí que estamos frescas! —añadió Emma con malicia, señalándolo con el dedo.
Leni, no queriendo quedarse atrás, le dio un golpecito en el hombro a su hermano mayor.
—¿Por qué estás tan nervioso? Tú eres Alejandro von Bremen, el súper futbolista. ¡Ganaste una liga para el Atleti! —exclamó con dramatismo.
Pero Alejandro no se sentía ni un poco mejor. Su corazón seguía martilleando en su pecho.
Louise decidió apiadarse de él y se inclinó hacia su oído con una sonrisa.
—Era broma, amor. Mi madre no te odia, te va a adorar. Mi padre, en cambio, ya te ama. Pero mi tío Paco… bueno, mejor no le digas que el Atleti le ganó al Madrid ese año. —soltó con picardía.
El sudor frío de Alejandro no desapareció en absoluto.
—¿Por qué no me siento aliviado? —murmuró Alejandro, secándose la frente con la manga.
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Cuando finalmente llegaron a Cuenca, el aire fresco y las montañas les dieron la bienvenida. La casa de la familia de Louise estaba llena de movimiento, y apenas bajaron del coche, Elena, la madre de Louise, salió a recibirlos.
—¡Mi niña! —exclamó abrazando con fuerza a Louise.
Cuando sus ojos se posaron en Alejandro, los evaluó de arriba abajo con una expresión neutral que casi lo mata de nervios. Pero antes de que pudiera decir algo, Rosa irrumpió en la escena, jalando a las gemelas con ella.
—¡Señora, es un placer conocerla! —saludó Rosa efusivamente, apretando la mano de Elena con confianza. —Vengo a asegurarme de que estos dos no se metan en problemas.
Elena soltó una risa.
—Oh, querida, aquí los problemas llegan solos. Pero bienvenidos todos.
Las gemelas se presentaron con descaro, y en cuestión de segundos, la familia entera estaba rodeándolos. Alejandro se sintió arrastrado por los primos de Louise y el infame tío Paco, quien no perdió oportunidad en meterlo en una conversación de fútbol donde, efectivamente, mencionó la liga ganada contra el Madrid.
—Hijo, te respeto, pero ese partido fue un robo —sentenció Paco.
—Tío, ni lo intentes —dijo Louise divertida. —Vamos a comer.
Después del almuerzo, una deliciosa paella preparada con esmero por el tío Paco, Louise reunió a la familia en el salón. Con un ligero temblor en las manos, sostuvo un libro de tapa blanda con un diseño sencillo pero elegante.
—Quería compartir con vosotros algo muy especial—anunció Louise, su voz llena de orgullo. —Este es mi primer libro.—
Una exclamación de sorpresa y alegría recorrió la sala. Elena se acercó y abrazó a su hija conmovida. Louise mostró la portada, donde se leía el título: "Máscaras Deshechas: El Arte de Ser Tú en un Mundo de Filtros".
—Trata sobre la importancia de aceptarnos tal como somos— explicó Louise, su mirada recorriendo los rostros expectantes de su familia. —Y cómo las redes sociales a menudo nos presentan vidas perfectas que son solo fachadas, alejándonos de nuestra propia autenticidad, hay que saber usarlas con cuidado y responsabilidad.
La familia hojeó el libro con interés, leyendo fragmentos y felicitando a Louise por su logro. Alejandro la observaba con admiración, sintiéndose inmensamente orgulloso de su talento y su mensaje.
Las felicitaciones no tardaron en llegar, pero el momento fue interrumpido abruptamente por una risa traviesa. Emma y Leni aparecieron cubiertas de harina de la cabeza a los pies, mientras Rosa, con una mezcla de horror y diversión, intentaba ocultar una sonrisa culpable.
—Nosotras no fuimos… —dijeron las gemelas al unísono.
Louise y Alejandro se miraron. No necesitaban más para saber que otra travesura icónica había sido perpetrada. La casa se llenó de risas y caos mientras intentaban controlar el desastre, con Rosa cubriendo a las pequeñas como una abuela cómplice.
Cuando la noche cayó y la algarabía de la familia se fue apagando, Louise y Alejandro se encontraron en el balcón, contemplando las luces de Cuenca parpadeando a lo lejos.
—Hemos cambiado mucho —susurró Louise, entrelazando sus dedos con los de él.
Alejandro asintió, con una sonrisa nostálgica.
—Quién diría que aquel chico torpe que no podía pronunciar las ‘r’ terminaría aquí —murmuró él.
—Y quién diría que la chica que solo se preocupaba por los ‘likes’ escribiría un libro que importara —agregó Louise.
Se quedaron en silencio un momento, dejando que el peso de todo lo que habían vivido los envolviera.
—Los sueños se cumplen, Ale —dijo ella finalmente—. Pero nadie te los regala. Hay que trabajarlos sin descanso, incluso cuando todo el mundo dice que no lo lograrás.
—Y hay que escuchar el corazón —añadió él—. Porque en un mundo de vidas aparentemente perfectas, hay humanidad, dolor e imperfección. Y hay que vivir con eso.
Louise sonrió y le acarició la mejilla.
—Te amo mucho.
Alejandro la miró con una chispa divertida en los ojos.
—No te voy a pedir matrimonio, no insistas.
Louise frunció el ceño, indignada, pero antes de que pudiera responder, Alejandro sacó un pequeño estuche del bolsillo y lo abrió, revelando un anillo brillante.
—Por una vida de peleas juntos —susurró él.
Louise rió y tomó su rostro entre las manos.
—Por una vida de peleas, travesuras multiplicadas por dos, comentarios llenos de humor negro, mucho fútbol, muchos libros… y sin hijos.
Alejandro parpadeó.
—¿Cómo que sin hijos? —preguntó, fingiendo estar ofendido.
—¿No te basta con Emma y Leni? —bromeó ella—. Joder, a mí sí, no necesito ir al gimnasio me tienen al trote todo el día.
Él suspiró dramáticamente, dándole la razón. ¿para que entrenar antes de un partido? correr tras Emma y Leni después que hicieran una travesura era suficiente.
—Sí, me basta… lo reconsideraremos cuando tengan quince.
—Mejor dieciocho —replicó Louise antes de besarlo.
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de enemigos a amantes, de amor y odio, de amigos a amantes erticos
Editado: 20.03.2025