—¡No puede ser! La voz de Gustavo Valdero retumbó en la sala como un trueno mal contenido. Las copas tintinearon, las miradas se cruzaron, y el silencio se volvió asfixiante. Nadie se atrevía a respirar. Loya Valdero, la hija muerta, la mancha borrada del linaje, estaba allí... viva, elegante, y más peligrosa que nunca. —¿No puedes creerlo, tío? ¿O simplemente te molesta que la sangre que tú intentaste borrar siga viva y caminando frente a ti? —su tono era suave, pero cada palabra estaba afilada como una cuchilla. Gustavo se incorporó con una lentitud medida, ocultando el temblor en sus manos. Estaba viendo un fantasma. Pero no uno que gime y suplica… sino uno que sonríe con la seguridad de quien ha regresado del infierno solo para vengarse. —Esta reunión es privada. Solo los miembros activos de la junta pueden permanecer. —Entonces no tengo por qué irme. —Loya sacó de su bolso un sobre de cuero rojo—. El testamento original de mi padre. Firmado, sellado y autenticado ante notario internacional. ¿Quieres leerlo tú mismo o prefieres que lo haga yo… en voz alta? La tensión en la sala se volvió insoportable.
Uno de los consejeros, un anciano de barba blanca, carraspeó. —Eso no es posible… tu padre… él… dijo que te habías ido. Que renunciaste. —¿Renuncié? —Loya soltó una carcajada tan fría que hizo estremecer incluso a los muros—. Me encerraron, me drogaron, me sacaron por la puerta trasera como si fuera una vergüenza. Mientras ustedes celebraban un funeral falso y repartían mi herencia como ratas sobre un cadáver que aún respiraba. Uno a uno, los presentes bajaban la mirada.
Nadie se atrevía a negar su versión. Nadie tenía el valor. Porque en lo profundo de sus conciencias… todos sabían. Gustavo caminó hasta ella, con los ojos entrecerrados como un depredador herido. —No sabes en qué te estás metiendo, Loya. No eres bienvenida. Ya no perteneces a esta familia. —No me digas que no pertenezco. La sangre no miente… pero sí traiciona. Y tú eres la prueba.
Ella avanzó un paso. Sus ojos, oscuros como el abismo, clavados en los suyos—: Voy a recuperar todo lo que me robaron. Y te juro por cada noche que pasé encerrada, por cada lágrima que tragué en silencio, que tú… vas a arrodillarte. El impacto fue total. Nadie osaba interrumpir. Nadie se movía. En ese instante, entró Andrés, y con él, la evidencia final: los libros contables secretos del imperio Valdero. Pruebas de corrupción, de transferencias ilícitas, de falsificaciones… todo firmado con la rúbrica de Gustavo. —El consejo tiene derecho a conocer la verdad. —declaró Andrés—. Y hoy… la verdad ha regresado en forma de mujer. Gustavo palideció.
El monstruo que había construido se desmoronaba, no con gritos… sino con silencio, con documentos, y con la mirada firme de una mujer que ya no temía a nada. Loya se volvió hacia los miembros del consejo. —Les daré una sola oportunidad. O reconocen mi legítimo derecho como heredera y presidenta… o haré público todo esto en menos de 24 horas. No solo perderán su dinero, perderán sus nombres. Su legado. El anciano consejero asintió lentamente. —Propongo una votación. —¿Votación? —Loya sonrió con sorna—. ¿Acaso la justicia debe ser votada?
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misterio, romance oscuro y traición familiar, herencia secreta y lucha de poder
Editado: 19.05.2025