Despedida? Yo soy la heredera oculta

Capítulo 6: La Sangre También Puede Traicionar

Loya descubre que la amenaza más letal no está fuera, sino dentro de su propia sangre。Gabriel revela una verdad que desmonta su historia familiar y cambia el tablero del poder. Mientras tanto, Sofía mueve fichas en la oscuridad, preparando un golpe que podría costarle todo a Loya——incluida su vida。

Las luces de la ciudad titilaban como si intentaran avisarle algo.

Desde el balcón de su suite en la torre Valdero, Loya sentía que el viento le traía presagios. No eran fantasías. Desde que volvió, cada advertencia, cada sospecha, se confirmaba tarde o temprano.

—¿Quién es? —preguntó sin girarse.

Gabriel no dudó en responder.

—Se llama Elías. Elías Mendoza Valdero.

La copa en la mano de Loya tembló.

—Ese apellido…

—No es público. Fue borrado. Enterrado bajo millones en sobornos y documentos falsos. Pero existe. Y tiene más derecho que tú. O eso cree.

—¿Mi medio hermano? —susurró.

—Sí. El bastardo que tu padre nunca reconoció… pero al que sí le dio poder. En secreto. Él manejó los fondos ocultos. Él construyó las empresas en Panamá y Dubái. Y ahora quiere tomar lo que considera suyo.

Loya rió. Pero no era una risa feliz. Era hueca. Fría.

—Perfecto.
Uno más para la lista.

La mañana siguiente no trajo sol, sino un correo anónimo. Con videos.

Imágenes de su madre, encerrada en una casa… semanas después de haber sido “oficialmente encontrada muerta.”

Loya sintió que el mundo se inclinaba. El piso bajo sus pies se volvía líquido.

Su madre no murió. Fue ocultada. ¿Por qué? ¿Por quién?

—Sofía… —susurró. Pero algo dentro de ella decía que no era suficiente. No esta vez.

Al mediodía, Loya convocó al consejo directivo. Vestía de negro, pero no luto: autoridad.

—He decidido reiniciar la auditoría completa de los últimos quince años.

El salón quedó mudo.

—Cualquier resistencia será tomada como obstrucción. Y quien no quiera colaborar… puede ir preparando su carta de renuncia.

Un hombre tosió nerviosamente. Otro bajó la mirada. Y entonces una mujer levantó la voz.

—Hablas como si esto fuera una dictadura, Loya.

—No. Hablo como alguien que está cansada de vivir bajo una mafia disfrazada de familia.
Su voz era fuego.
—Esto ya no es la Casa Valdero. Es mi casa. Mi imperio. Y sí… las reinas también tienen espadas.

Esa noche, en la terraza del piso 42, Loya y Gabriel bebían vino tinto. No por placer, sino por ritual.

—¿Estás lista para destruirlo todo?

—Estoy lista para reconstruir desde las cenizas. Pero primero… necesito ver caer a Elías.

—Entonces te daré lo que sabes que quiero a cambio.

—¿Qué?

—Sofía. La quieres viva… ¿o muerta?

Loya giró la copa lentamente. Pensó en los años perdidos. En los abrazos falsos. En las sonrisas que olían a veneno.

—Quiero que sepa que la maté… mucho antes de enterrarla.




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