Despedida? Yo soy la heredera oculta

Capítulo 8: La Traición Tiene Nombre y Apellido

Mientras Loya se recupera de la victoria en la junta, una nueva traición emerge desde su círculo más íntimo. Lo que parecía un refugio seguro se convierte en un campo minado, y la verdadera dimensión del poder oculto de su familia comienza a revelarse. La lluvia golpeaba los ventanales del penthouse con una rabia silenciosa. Loya se encontraba de pie, sola, frente al muro de vidrio que mostraba una ciudad sumida en sombras. La noche era espesa, densa, como su mente. Habían pasado solo veinticuatro horas desde la junta. Veinticuatro horas desde que su media sonrisa frente a la derrota de Elías había sido portada en los tabloides financieros de toda España. Pero Loya sabía algo: las victorias públicas son el preludio de las guerras privadas. Gabriel entró en silencio, dejando una carpeta sobre la mesa. Su expresión no traía buenas noticias. —¿Qué pasó ahora? —preguntó Loya sin girarse. —Lo encontramos. El informante que filtró la copia alterada del video… no es alguien externo. Es alguien dentro del equipo. El corazón de Loya dio un vuelco.
—¿Quién? Gabriel vaciló.
—Lucía. Un silencio seco llenó la habitación. Lucía: su asistente personal, su sombra durante tres años, la única que conocía cada paso, cada decisión, cada inseguridad. —¿Estás seguro? —Tenemos los registros de acceso. Usó tu contraseña biométrica para entrar en los archivos de respaldo. Después, envió el archivo desde un servidor en Lisboa. Loya cerró los ojos. Respiró hondo. Y lo sintió: no era enojo. Era decepción. La más peligrosa de todas. —Dámelo todo. Quiero cada mensaje, cada registro, cada llamada. Si vendió su lealtad, quiero saber por cuánto lo hizo. Horas después, el ascensor privado se abrió en el garaje subterráneo. Loya caminó entre la niebla metálica de los coches de lujo, hasta un Aston Martin negro donde Lucía la esperaba, ignorando que la cita había sido una trampa. Lucía bajó del coche, nerviosa.
—Loya, ¿por qué esta reunión aquí? ¿Qué está pasando? —Tú dime —respondió Loya, lanzándole un fajo de papeles—. Cada transferencia. Cada correo. ¿Creías que no lo sabría? Lucía palideció. Dio un paso atrás. —¡No fue por traicionarte! ¡Fue por miedo! Elías amenazó a mi hermano, dijo que lo haría desaparecer si no colaboraba... Loya la interrumpió.
—¿Y decidiste entregar a quien te protegió tres años, por miedo? Lucía no respondió. —No lo hiciste por tu hermano. Lo hiciste por ti. Porque pensaste que yo perdería. Que te convenía más estar del lado del poder. —¡Eso no es verdad! —gritó ella. —¿No? Entonces mírame a los ojos y dime que no lo harías de nuevo. Lucía tembló. —No puedo... Ahí estaba la respuesta. Loya asintió con frialdad.
—Desde hoy, no formas parte de esta historia. Y si vuelvo a oír tu nombre en boca de mis enemigos, te aseguro que el miedo que conoces no será nada comparado con lo que vendrá. De regreso a su apartamento, Loya abrió una antigua caja fuerte. Dentro, papeles amarillentos, fotografías en blanco y negro, y un pasaporte a nombre de un hombre desconocido: Alejandro Sáenz. En el reverso, una nota escrita a mano por su padre: “Si algún día todo se derrumba, busca a este hombre. Él te dirá la verdad sobre nuestra sangre.” Loya sintió que su realidad comenzaba a quebrarse. ¿Quién era Alejandro? ¿Un aliado? ¿Un enemigo? ¿O tal vez... una pieza del origen que nunca conoció? Esa noche, Loya no durmió. Frente a ella, el imperio se abría como un mapa de cicatrices y secretos. Sabía una cosa: la traición no es el final.
Es el comienzo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.