Despedida? Yo soy la heredera oculta

Capítulo 9: Alejandro Sáenz — El Eco del Pasado

Loya inicia la búsqueda de Alejandro Sáenz, guiada por la única nota que su padre dejó antes de morir. Pero lo que encuentra no es un hombre, sino una leyenda escondida entre ruinas, mentiras y un pasado que la familia Sáenz intentó borrar para siempre. La dirección en el reverso del pasaporte llevaba a un pueblo fantasma en los Pirineos: Valgrande, un lugar borrado de los mapas turísticos y de la memoria de casi todos los que alguna vez lo habitaron. Loya condujo sin escolta. Quería —necesitaba— hacer esto sola. El viento golpeaba los muros derruidos como si tratara de hablar. Las calles eran polvo y silencio. Nadie. Ni un alma. Solo una vieja capilla cubierta de musgo y una casa de piedra con las ventanas selladas desde dentro. Allí, frente a la puerta podrida, encontró el número: 113. Tocó tres veces. Nada. Una cuarta vez. —¿Quién te envía? —dijo una voz áspera desde dentro. —Mi padre. Se llamaba Arturo Villalba. Silencio. Después, pasos arrastrándose. Una cadena cediendo. La puerta se abrió apenas. Un hombre mayor, de barba gris, la observó con unos ojos que no parpadearon. —No puede ser... —murmuró. —¿Usted es Alejandro Sáenz? —Lo era. Pero ese nombre está muerto. Loya levantó el pasaporte.
—Entonces dígame por qué mi padre confiaba en usted. Por qué me pidió que lo buscara si todo se derrumbaba. Alejandro abrió la puerta del todo.
—Porque sabía que el día llegaría. El día en que alguien como tú despertaría al monstruo que duerme bajo el apellido Villalba. Dentro de la casa, el aire olía a papel viejo, madera quemada y memorias enterradas. —Tu padre y yo fuimos parte de algo que jamás debió existir —comenzó Alejandro mientras servía dos vasos de vino tinto oscuro como la sangre—. Una sociedad secreta, nacida durante la Guerra Fría. No éramos espías. Éramos arquitectos del poder. Elegíamos gobiernos. Movíamos fortunas. Silenciábamos a quien debía ser silenciado. Loya no pestañeó.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo? Alejandro sonrió con tristeza.
—Todo. Porque tú... tú naciste marcada. Tu sangre es un código. Un pasaporte que abre puertas que la mayoría ni siquiera sabe que existen. —¿Qué puertas? —Las del poder real. El que no se ve en televisión. El que no se vota. El que se hereda con muerte. Alejandro se levantó y retiró un panel secreto en la chimenea. De ahí sacó una caja metálica. —Tu padre la dejó para ti. Nunca la abrí. Loya la sostuvo. Temblaba. Dentro, encontró lo imposible: • Un certificado de nacimiento alterado. • Fotografías de un bebé en brazos de una mujer desconocida. • Y un anillo, grabado con un símbolo: un cuervo en vuelo sobre una luna invertida. Alejandro observó su reacción. —Ese símbolo… ¿lo has visto antes? Loya asintió lentamente.
—Mi madre lo tenía tatuado en la nuca. Siempre dijo que era solo arte. —No lo era. Es el emblema del Círculo de Umbra. La organización que creó a tu padre. Y que ahora... te quiere de vuelta. —¿De vuelta? —Tú eres la heredera oculta, Loya. Y ahora que te has expuesto, ellos vendrán. No para ofrecerte un trono. Para ver si eres digna de conservarlo. Al anochecer, Loya salió de la casa con la caja entre los brazos y la mirada perdida en los picos nevados. Todo lo que creía saber se desmoronaba. El apellido Villalba no era una carga...
Era una llave. Y ella estaba por abrir la puerta del infierno.




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