Despedida? Yo soy la heredera oculta

Capítulo 10: El Cuervo Desciende

Tras conocer la verdad sobre el pasado de su padre y la existencia del Círculo de Umbra, Loya regresa a Madrid. Sin saberlo, ya está siendo observada. Alguien ha activado un protocolo antiguo: si la heredera aparece, debe ser evaluada… o eliminada. La noche caía sobre Madrid como un velo de terciopelo negro salpicado de diamantes. Desde la ventana de su ático, Loya contemplaba la ciudad con los ojos vacíos. Sus dedos acariciaban el anillo con el símbolo del cuervo, y su mente revivía cada palabra que Alejandro Sáenz le había confiado. “Tu sangre es un pasaporte”, había dicho. Pero ¿hacia dónde? El apartamento estaba en silencio, salvo por el leve zumbido de una cafetera automática y el tic-tac de un reloj antiguo heredado de su abuelo. La caja metálica que contenía los secretos de su familia reposaba abierta sobre la mesa. Fotografías, documentos, claves cifradas... Todo aquello parecía más propio de una novela de espionaje que de su vida. Loya sacó una de las hojas, amarillenta por el tiempo. Un nombre resaltaba en tinta negra: Ilena Darbón. No conocía ese nombre. Pero algo en sus entrañas se tensó, como si su cuerpo recordara lo que su mente aún no podía descifrar. Fue entonces cuando lo sintió. Una presencia. Se volvió rápidamente, pero no había nadie. Solo sombras alargadas proyectadas por la luz tenue de una lámpara. —Tranquila, heredera. No has sido llamada para morir… todavía. —La voz surgió desde la penumbra como un susurro afilado. Loya se incorporó de golpe. Frente a ella, una mujer de cabello blanco y ojos de un gris casi metálico emergía del rincón más oscuro del salón. Llevaba un traje negro ceñido, sin armas visibles, pero con una amenaza latente en cada movimiento. —¿Quién eres? —preguntó Loya, sin dar un paso atrás. —Mi nombre es Kira. Soy la Cazadora del Círculo. —¿Del Círculo de Umbra? —Exacto. Y tú, Loya Villalba, acabas de activar un protocolo dormido hace más de veinte años. Kira avanzó hasta la mesa y tocó el anillo. —Este símbolo es sagrado. Solo aquellos nacidos bajo el juramento del eclipse pueden llevarlo. Y tú lo llevas... lo que significa que tu tiempo de ignorancia ha terminado. —¿Qué quieren de mí? Kira ladeó la cabeza con una sonrisa casi maternal, pero cruel. —No se trata de lo que queremos. Se trata de lo que tú eres capaz de ofrecer. El Círculo no es una organización. Es una selección. Un sistema ancestral de poder y legado. Tu padre lo abandonó. Tú no puedes. —¿Y si no quiero formar parte? La cazadora se acercó aún más.
—Entonces, como dicta el Pacto de las Sombras… deberás ser borrada. Kira entregó un sobre sellado con lacre negro.
—Tienes tres días para presentarte en el Santuario. Allí serás evaluada. Tus decisiones dictarán el destino de más vidas de las que imaginas. Y sin otro sonido, desapareció. Como si la oscuridad misma la hubiese absorbido. Tres días después… Una tormenta azotaba los tejados de Toledo cuando Loya se presentó en la dirección indicada. Lo que parecía una iglesia abandonada se abría ante ella con majestuosa decadencia. Detrás de los muros agrietados y vitrales rotos, encontró lo imposible: Una sala subterránea, tallada en piedra obsidiana, iluminada por fuegos azulados que no necesitaban oxígeno para arder. Allí, sentados como jueces de un tribunal milenario, siete figuras encapuchadas la esperaban. —Bienvenida, hija del eclipse —dijo una voz masculina y grave—. Antes de saber quién eres, debemos saber si mereces serlo. Lo que siguió fue una prueba de fuego, mente y espíritu. Primero: una sala de espejos que reflejaban no su rostro, sino sus miedos más profundos. Segundo: una balanza donde debía colocar lo que más valoraba… o alguien inocente moriría. Tercero: una elección final.
Un nombre. Uno solo. —Di el nombre de tu lealtad, y vivirás. Miente, y tu linaje se extinguirá —dijo el encapuchado central. Loya cerró los ojos. El rostro de su padre emergió. Las cartas. Las mentiras. La sangre. —Alejandro Sáenz. Los jueces guardaron silencio. Luego, uno a uno, se retiraron sus capuchas. Kira estaba entre ellos. Pero no era la más impactante. Frente a ella, en el trono central, un hombre con ojos idénticos a los suyos sonrió con una tristeza infinita. —Bienvenida a casa, Loya. Yo soy Ilena Darbón. Y soy tu madre. El mundo se resquebrajó. Todo lo que creía saber sobre su origen, sobre su destino, sobre su familia, ardía ante la verdad incandescente que el Círculo le arrojaba como un juicio final. Loya ya no era una hija.
Era un arma.
Una heredera. Una amenaza. Y el cuervo... acababa de desplegar sus alas.




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