Tras superar el Juicio de la Sangre, Loya debe tomar su primer acto como heredera. Pero el poder, aunque recién adquirido, ya comienza a mostrar su doble filo. Las voces que la rodean no siempre susurran apoyo… y su propia mente tampoco calla.
La noticia se esparció como pólvora.
—¿Ella? ¿La hija bastarda? —murmuró uno de los Guardianes cerca de los pasillos del Santuario—. ¿Y ahora tenemos que inclinar la cabeza?
—Dicen que sobrevivió al Espejo Negro. Nadie lo logra sin volverse loco —agregó otro, sin molestarse en bajar la voz.
Loya lo escuchó todo mientras cruzaba el corredor principal, su capa aún manchada por el ritual. No se detuvo. No miró atrás. Pero cada palabra se le clavaba como un alfiler bajo la piel.
“Es normal. El miedo se disfraza de burla. De desprecio. Pero aún así… me afecta.”
Caminó hasta el Salón de las Decisiones, donde se esperaba que pronunciara su primera orden como legítima heredera. Las puertas, altas como una catedral, se abrieron con un crujido que heló la columna vertebral de todos los presentes.
Al fondo, sentados en semicírculo, estaban los once consejeros del Círculo, Ilena incluida. Ninguno la miró con calidez.
—Loya Villalba, heredera del linaje oscuro —dijo el consejero mayor, un hombre enjuto con ojos tan blancos que parecían no ver—. ¿Has venido a asumir lo que se te concedió?
Ella se detuvo a tres pasos del centro. Tragó saliva. Su voz no tembló.
—He venido a cumplir con lo que me gané.
El consejero asintió, con la frialdad de quien observa un experimento.
—Entonces haz tu primer movimiento.
Una mesa circular apareció en el centro. Sobre ella, cinco pergaminos lacrados.
Ilena se levantó, caminando hacia ella con la elegancia de una reina aún en control.
—Estos son los primeros cinco juicios que decidirás. Destinos de sangre, dinero, castigo y poder. Tu firma será ley.
Loya los observó en silencio. Un nombre sobresaltó en uno de los documentos: Selene Rosas.
Recordó el rostro de esa mujer. Una aliada de su madre, famosa por manipular jóvenes para venderlos como sirvientes “contratados”. La recordaba sonriendo mientras firmaba acuerdos con huérfanos. No por compasión, sino por negocio.
Loya desató el lacre. Leyó.
—Pide perdón político, no justicia. Dice que sus acciones fueron necesarias para mantener el equilibrio económico del distrito.
—Y no está mintiendo —dijo uno de los consejeros, un hombre corpulento con anillos dorados en cada dedo—. Su red ha sostenido el comercio durante tres años. Quitarla es desestabilizar todo.
—¿Entonces aceptamos esclavitud disfrazada por mantener el orden?
El silencio fue incómodo.
Loya sintió que el aire le pesaba en el pecho. La sala no esperaba que hablara así. Esperaban que obedeciera. Que repitiera lo que haría Ilena. Que jugara el mismo juego.
Pero ella no había sobrevivido al Juicio para imitar a nadie.
Tomó la pluma de sangre. Y escribió:
“Selene Rosas será exiliada. Sus bienes, redistribuidos entre las familias víctimas de sus pactos. El comercio se reconstruirá sin cadenas humanas.”
El consejero corpulento apretó los dientes.
—Estás cometiendo un error...
—Estoy cometiendo un acto de justicia.
Afuera, los rumores no tardaron en estallar.
—Dicen que fue ella la que condenó a Selene.
—Está desafiando el sistema.
—¿Y cuánto le durará ese idealismo?
Arián la esperaba en el corredor de mármol, recargado contra la pared. La miró sin sonreír, pero con esa forma que tienen los fieles de no decir “te lo advertí” en voz alta.
—¿Estás bien? —preguntó al verla salir.
Loya se detuvo. Por un momento, no respondió. Luego, con voz baja:
—Me siento… sucia. Como si cada decisión tuviera sangre en la tinta.
—Porque la tiene. No existe poder limpio, Loya. Solo intenciones limpias.
Ella lo miró. Y por primera vez, se permitió admitir en voz alta lo que hasta entonces solo era un susurro interior:
—No estoy segura de poder con esto. No de verdad.
Arián no se movió. Solo murmuró:
—Pero ya lo estás haciendo. Y eso es más de lo que hicieron todos los que vinieron antes.
Esa noche, Loya no durmió. Observó desde la terraza cómo el viento movía los estandartes del Círculo.
Pensó en su padre. En la primera vez que le dijo: “No puedes arreglar un mundo que te rompió sin romper algo a cambio.”
Y ahora, al fin, entendía lo que significaba.
El eco del poder no era la gloria. Era el silencio interior que te obligaba a preguntarte si el precio valía la pena.
Y aun así, no retrocedió.
Porque si debía romper algo más en ese mundo, entonces que fuera el miedo que aún le quedaba dentro.
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misterio, romance oscuro y traición familiar, herencia secreta y lucha de poder
Editado: 19.05.2025