Resumen del capítulo:
Loya sale por primera vez del palacio para enfrentar al pueblo. Su deseo de justicia choca con el miedo, el resentimiento y la miseria acumulada. Por fin entiende que no basta con ser heredera: debe ganarse cada alma con fuego, dignidad… o con sangre.
El aire del distrito bajo olía a hierro, humo y pan duro.
No había olor a esperanza.
Loya descendió de la escolta con los pies firmes. No llevaba capa real, ni corona, ni los anillos de la Casa del Loto Celeste. Solo su nombre, y una carta escrita con la tinta de sus decisiones.
La gente la rodeaba como si fuera un espectro.
Silenciosos.
Contenidos.
—Es ella —susurró una anciana—. La que hizo caer a los Rosas.
—La que nos dejó sin subsidios —gruñó otro.
—La que no ha traído pan, pero sí problemas.
Loya tragó saliva.
—Vengo a escuchar. No a ordenar. Hablen.
Un hombre de manos callosas alzó la voz:
—¿Para qué? Todos los de arriba escuchan, pero ninguno baja al barro con nosotros.
Ella lo miró a los ojos.
—Entonces dame un rastrillo. Hoy, me hundo con ustedes.
Y lo hizo.
Pasó toda la mañana entre escombros, ayudando a levantar una panadería calcinada. Escuchó a los viudos, a las madres sin medicinas, a los niños que robaban para sobrevivir. Cuando le ofrecieron agua, bebió de la misma fuente oxidada que todos.
No dio discursos. No prometió nada.
Solo trabajó.
Horas después, mientras se secaba las manos sucias, un niño de cara sucia y ojos brillantes se le acercó.
—Mi mamá decía que los nobles no pisan barro.
—Entonces tu mamá nunca conoció a una heredera de verdad —respondió Loya.
El niño sonrió por primera vez. Y otros lo siguieron.
Un gesto. Una grieta en el muro.
Arián observaba desde una esquina, maravillado.
—No estás tomando el poder, Loya. Lo estás construyendo desde abajo.
Ella asintió. Por primera vez, sin rabia ni miedo.
—Voy a arder, Arián. Pero esta vez… no será sola.
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misterio, romance oscuro y traición familiar, herencia secreta y lucha de poder
Editado: 19.05.2025