Despedida? Yo soy la heredera oculta

Capítulo 17: La verdad tras el velo

El sol apenas despuntaba tras los altos muros del palacio cuando Loya avanzaba por el largo corredor, sus pasos resonando en el silencio sepulcral. La frescura de la mañana no mitigaba la tormenta que se desataba en su interior: dudas, miedos, y un fuego indomable de determinación se entrelazaban en su pecho.

Al llegar al despacho del consejero Álvaro, la puerta entreabierta dejó ver una silueta encorvada sobre un pergamino antiguo. Sin alzar la voz, Loya pronunció:

—Don Álvaro, es hora de hablar.

Él levantó la mirada, sus ojos cansados pero llenos de siglos de secretos.

—Has estado ausente del reino más tiempo del que imaginas, niña —dijo con voz grave—. Y lo que viste en el pueblo es solo la superficie de un iceberg que amenaza hundirnos.

Loya cruzó los brazos, un gesto que ocultaba su vulnerabilidad.

—Entonces dime, ¿qué es lo que nos ocultan? —su voz se volvió firme, implacable.

—Las heridas que sangran no son visibles —contestó Álvaro—. La corrupción se esconde en los rincones más insospechados, incluso en quienes llaman tu familia.

Un escalofrío recorrió la espalda de Loya. La verdad era un velo que se rasgaba lentamente.

—¿Quiénes? —preguntó, con la garganta seca.

—No puedo darte nombres sin poner en riesgo vidas. Pero debes prepararte para enfrentar traiciones que vendrán de donde menos esperas.

Se hizo un silencio pesado, solo roto por el viento que jugaba con las cortinas.

—¿Y cómo protegeremos a quienes creen en mí? —la pregunta salió entre dientes.

Álvaro se levantó y apoyó una mano firme en su hombro.

—Con astucia, paciencia, y una fortaleza que no solo nace del músculo, sino del alma.

En ese instante la puerta se abrió de golpe y Arián entró apresurado.

—Loya, el Consejo quiere verte. Se discuten decisiones sobre la Casa del Loto Celeste —dijo con urgencia.

La mirada de Loya se tornó desafiante, como el filo de una espada recién forjada.

—Entonces es momento de tomar el timón y escribir nuestro destino.

Diálogo intenso

—¿Confías en el Consejo? —preguntó Arián, su voz cargada de preocupación.

—No en todos. Pero no puedo caminar sola esta senda —respondió ella, sus ojos destellando una mezcla de esperanza y precaución.

—El poder corrompe, incluso a los que parecen aliados —añadió Arián.

—Entonces tendremos que ser más astutos que la corrupción —replicó Loya, apretando los puños.

Mientras caminaban juntos hacia la sala donde el destino se decidiría, una voz interna le susurraba que el verdadero combate estaba por comenzar.

En la sala del Consejo

Los miembros del Consejo estaban sentados en semicírculo, sus rostros marcados por el escepticismo y la ambición. Loya entró con la cabeza alta, sintiendo en el aire la tensión de secretos no dichos.

El líder del Consejo, Don Esteban, habló primero:

—Loya, sabemos que has visto el sufrimiento de nuestro pueblo, pero nuestras prioridades son la estabilidad y el orden. Cambiar demasiado rápido podría desatar el caos.

Loya respondió con voz firme pero respetuosa:

—La estabilidad que sostienen sobre las espaldas de los más pobres es una prisión para ellos. El orden sin justicia es una mentira que solo prolonga el sufrimiento.

Una murmuración recorrió la sala.

—Tus palabras son apasionadas —dijo Don Esteban—, pero necesitamos pactos, no revoluciones.

—Un pacto sin cambio es solo una cadena más —interrumpió Loya—. Si la Casa del Loto Celeste quiere perdurar, debe renovarse desde sus raíces.

Una joven consejera, Doña Isabel, se levantó y susurró:

—Pero, ¿a qué costo? Algunos tememos que su ímpetu provoque que nos ataquen desde dentro y fuera.

Loya bajó la mirada un instante, recordando el peso que llevaba.

—Sé que habrá pérdidas —confesó—, pero prefiero arder como llama que consumirme lentamente en la sombra.

Reflexión interior

En ese instante, Loya recordó las noches en vela, el dolor de sus pérdidas, la soledad que la acompañaba. Sin embargo, también recordó las miradas llenas de esperanza de su pueblo, el susurro de los árboles que parecían pedir justicia.

El liderazgo no era un cetro que se empuñaba sin heridas, sino una armadura forjada en dolor y sacrificio.

La inesperada traición

Justo cuando parecía que el diálogo podía abrir una brecha, uno de los consejeros, Don Ricardo, se levantó con rostro sombrío.

—Loya —dijo con voz fría—, he descubierto que tus aliados en la periferia negocian con los enemigos del reino.

El murmullo se convirtió en un estruendo.

Loya sintió que el mundo se cerraba a su alrededor. ¿Traición o verdad?

—¿Quién dice eso? —exigió.

Don Ricardo la miró con desprecio.

—La evidencia está en este mensaje interceptado. Siembra discordia y pone en riesgo nuestra estabilidad.

El corazón de Loya latía con fuerza, pero no podía mostrar miedo.

—Si me quieren ver caída, tendrán que hacerlo frente a todos —replicó con voz clara—. Estoy aquí para luchar, no para rendirme.

El Consejo quedó dividido, y Loya supo que la batalla por su herencia acababa de entrar en una nueva fase, más oscura y peligrosa.




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