Despedida? Yo soy la heredera oculta

Capítulo 20: La verdad no siempre libera, a veces destruye

La lluvia no cesaba. Caía con una furia silenciosa sobre los cristales de la mansión, como si el cielo quisiera advertir lo que estaba por venir. Aurora contemplaba el fuego de la chimenea, aunque su mente estaba a kilómetros de distancia, atrapada entre recuerdos y sospechas.

—¿Qué harás ahora? —preguntó Gabriel, rompiendo el silencio con una voz suave pero firme.

Aurora giró ligeramente la cabeza, sin mirarlo del todo.
—Lo que siempre debí hacer… enfrentar a mi familia.

—¿Y si estás equivocada? —insistió él, con una mezcla de preocupación y respeto.

Ella cerró los ojos un segundo, como si necesitara fuerza.
—Entonces caeré con la certeza de que lo intenté. No puedo seguir siendo una sombra en mi propia historia.

El crujir de la madera interrumpió el ambiente, como una señal. Gabriel se acercó, colocándole una mano en el hombro.
—No estás sola, Aurora. No más.

Pero Aurora sabía que, en el fondo, esta batalla se libraría sola. Porque la traición, cuando viene de la sangre, hiere con una profundidad que nadie puede compartir.

La reunión familiar fue convocada a medianoche. Nadie entendía por qué. Algunos pensaban que era por la herencia, otros que era por la crisis en la empresa. Solo Aurora conocía la verdadera razón.

Al entrar en el gran salón, su silueta se recortó bajo la lámpara de araña, vestida de negro como si fuera el luto hecho carne. Su voz, cuando habló, fue un cuchillo sin filo que no por ello cortó menos.

—Gracias por venir —dijo con frialdad—. Esta no será una reunión habitual.

Iván, sentado a la derecha del sillón principal, se removió en su asiento.
—¿De qué se trata esta vez, querida? ¿Más melodrama?

—De la verdad —respondió ella sin inmutarse—. De una carta que mi madre nunca envió. De un diario que sobrevivió al fuego… y de un nombre que ahora sé pronunciar con certeza.

El silencio fue absoluto. Nadie se movió.

Aurora sacó la carta descifrada y la leyó. Cada palabra caía como martillo en la mesa.

"El traidor lleva la sangre, pero no el corazón. Me temo que Iván ya no oculta sus ambiciones. Si algo me ocurre, busquen en la bóveda roja."

Iván se puso de pie.
—¡Esto es una locura! ¡Tu madre estaba enferma! Esa carta no prueba nada.

—¿No? —Aurora le lanzó una mirada gélida—. ¿Y el testamento modificado? ¿Los registros médicos falsificados? ¿Las amenazas a los antiguos empleados?

Una tía, pálida, susurró:
—¿Es esto cierto, Iván?

—¡Claro que no! —gruñó él.

Pero Aurora ya no le temía. Caminó hasta la chimenea y sacó un sobre más.
—Encontré algo más. La grabación de la enfermera que cuidó a mamá los últimos días. Dice tu nombre, Iván. Y no es una alucinación.

La sala explotó en murmullos. Algunos se levantaron, otros lloraban.

Iván rompió en carcajadas.
—¿Y qué piensas hacer, sobrina? ¿Entregarme a la policía? ¿Destruir a tu familia por una venganza mal dirigida?

Aurora se le acercó. Tan cerca que podía oler su perfume caro y rancio.
—No quiero venganza. Quiero justicia. Por mí. Por ella. Por todos los que callaron.

Se dio media vuelta y caminó hacia la puerta.

—Mañana a las ocho presentaré todo ante la Fiscalía. Ustedes pueden decidir ahora mismo de qué lado están.

Nadie habló. Nadie la siguió. Pero Aurora no necesitaba testigos. Ella ya había ganado al recuperar su voz.

Horas después, en la azotea de la mansión, Gabriel la encontró mirando el horizonte.

—¿Estás bien? —preguntó.

Ella no respondió de inmediato. Solo dejó que la lluvia le mojara el rostro.

—¿Sabes qué es lo más triste? —dijo al fin—. Que esperé este momento toda mi vida… y no siento alivio. Siento vacío.

Gabriel la miró con ternura.
—Porque creciste esperando justicia. Pero la justicia no cura las cicatrices. Solo impide que haya más.

Ella asintió, con los ojos enrojecidos.
—¿Y si nunca dejo de sangrar por dentro?

Él le tomó la mano.
—Entonces me quedaré aquí hasta que deje de doler.

Aurora lo miró por fin. Y por primera vez, sonrió.

No era el final. Ni siquiera el principio del final. Pero sí era el final del principio.

Y eso… ya era suficiente.




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