Despedida? Yo soy la heredera oculta

Capítulo 21: El eco de una traición no se silencia con justicia

El amanecer no trajo consuelo. Solo una luz pálida que penetraba las ventanas altas del despacho, bañando los muebles en un resplandor mortecino. Aurora no había dormido. No podía. El juicio comenzaba en unas horas, y con él, el inicio de una guerra pública contra su propia sangre.

Gabriel se acercó con una taza de café, sin decir nada. Se sentó frente a ella, observando los círculos oscuros bajo sus ojos.

—Tienes miedo —dijo al fin, no como una acusación, sino como un hecho.

Aurora lo miró. Su voz apenas fue un susurro.
—No de perder. De lo que perderé incluso ganando.

—¿La familia? —preguntó él.

Ella negó con la cabeza.
—La ilusión de que alguna vez la tuve.

Un silencio denso se apoderó de la sala, solo roto por el reloj de péndulo marcando los segundos que parecían arrastrarse con crueldad.

El tribunal estaba abarrotado. Reporteros, abogados, familiares distantes y enemigos disfrazados de aliados. Aurora entró con la cabeza en alto, flanqueada por su abogado y Gabriel. Llevaba un traje azul oscuro, el mismo tono que usaba su madre en las juntas más importantes. Sentía que, de algún modo, ella caminaba a su lado.

Iván estaba allí. Su rostro impasible, sus ojos fríos. No parecía temer nada. Para él, todo esto no era más que un circo mediático que acabaría en un acuerdo privado y una multa menor.

Pero Aurora tenía otros planes.

La fiscal presentó las pruebas con precisión quirúrgica: grabaciones, documentos, extractos bancarios, testimonios de exempleados que por años habían callado por miedo. Cada uno fue un clavo más en el ataúd de la impunidad.

—El señor Iván Robles no solo falsificó documentos legales, sino que también fue cómplice directo en el deterioro de la salud mental de la señora Emilia Serrano, madre biológica de la señorita Aurora Serrano, con el objetivo de apoderarse del control total del patrimonio —afirmó la fiscal con voz firme.

El juez la miró con atención.
—¿Tiene algo que decir en su defensa, señor Robles?

Iván se levantó, alisando su traje caro.
—Todo esto es una conspiración orquestada por una niña resentida que no sabe cómo manejar un legado. Mi hermana siempre fue emocionalmente inestable. Yo simplemente la protegía… de sí misma.

Aurora sintió la ira subir como una marea dentro de ella, pero no se dejó arrastrar. Era su turno. Se levantó, pidió la palabra.

—Mi madre me dejó algo más que una fortuna. Me dejó una verdad que no pude ver hasta que fue demasiado tarde. Me enseñó a mirar detrás de las máscaras, incluso cuando esas máscaras llevan tu apellido. Yo no vengo aquí a pelear por dinero. Vengo a proteger su memoria… y la mía.

Su voz no tembló. Sus manos, sí. Pero no lo mostró.

Al salir del tribunal, la prensa la rodeó como una tormenta de flashes. Aurora no dijo una palabra. Solo se subió al coche con Gabriel y dejó que la ciudad quedara atrás.

—¿Crees que te perdonarán algún día? —preguntó él.

—¿Quiénes? —respondió ella.

—Tu apellido. Tus raíces.

Aurora lo miró por la ventanilla.
—Tal vez no. Pero yo me he perdonado. Por no haber hablado antes. Por haber amado a quien no lo merecía.

—Eso ya es una victoria —dijo Gabriel, sonriendo.

Pero Aurora no sonrió. Porque dentro de ella, el campo de batalla seguía ardiendo. La justicia externa no había sanado las heridas internas.

Esa noche, recibió una llamada inesperada. Era Claudia, su prima, una de las pocas que había permanecido en silencio durante todo el proceso.

—Aurora… sé que no es el momento, pero necesito verte —dijo con voz quebrada.

Aurora dudó. Pero algo en su tono le hizo decir que sí.

Se encontraron en un café discreto, alejado del centro. Claudia llegó con los ojos rojos.

—Yo sabía cosas —confesó sin rodeos—. Cosas que podrían haberte ayudado hace años… y no dije nada.

—¿Por qué? —preguntó Aurora, sin ira, solo con cansancio.

—Porque tenía miedo. Porque Iván me ayudó cuando lo necesitaba. Porque pensé que no importaba. Pero hoy… hoy te vi enfrentarlo. Y me sentí… cobarde.

Aurora tomó su mano.
—La cobardía no se redime con excusas, pero se corrige con decisiones.

—Quiero testificar. Aún hay cosas que no han salido a la luz.

—Entonces hazlo —dijo Aurora—. No por mí. Por ti.

Esa noche, al volver a casa, Aurora subió al desván. Entre viejas cajas y libros polvorientos, encontró el cuaderno que había comenzado a los catorce años. Donde escribía lo que nunca se atrevió a decir en voz alta.

Lo abrió. En la primera página había una frase: “Algún día, mi historia valdrá la pena.”

Y ahora sabía que ese día… había llegado.




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