El eco de los pasos en el mármol resonaba como si cada uno llevase el peso de siglos. El castillo, bañado en la luz tenue del atardecer, parecía contener el aliento. La tensión flotaba en el aire, espesa como la niebla de los pantanos del norte.
Isabella caminaba al lado de Héctor, el espía más confiable de la Orden del Velo. Había pasado años sin confiar en nadie, y ahora caminaba hombro a hombro con alguien cuya lealtad aún no terminaba de probar. Pero no tenía opción. La amenaza venía desde adentro. Ya no era suficiente mirar a los enemigos en las sombras. Ahora, debía mirar también a los rostros conocidos.
—¿Estás segura de que fue él? —preguntó Héctor en voz baja.
—No lo vi con mis propios ojos —admitió ella—, pero escuché lo suficiente. Y mi madre… antes de morir me advirtió de los “dientes ocultos en la corte”.
Héctor asintió. Se detuvieron junto a una de las columnas del salón principal, justo donde el ángulo impedía a los guardias verlos. Él sacó un pequeño pergamino de su chaqueta y se lo entregó.
—Es una transcripción. Las reuniones secretas entre el regente y el Consejo de Sangre. Si es auténtico, confirma todo lo que temías.
Isabella sintió cómo una corriente de hielo le bajaba por la columna. Leyó las palabras con cuidado, cada una como una daga que se clavaba en lo más hondo de su confianza.
—Van a entregarle el reino al Imperio del Este —susurró—. A cambio de poder personal. ¡Traidores!
Héctor le tocó el brazo con suavidad.
—¿Qué vas a hacer?
Ella lo miró. Su mirada, antes temblorosa, ahora brillaba con la determinación de una heredera renacida.
—Voy a reclamar lo que me pertenece. Pero no lo haré sola. Necesito al pueblo. Necesito a quienes aún creen en la justicia.
En ese momento, la campana de la torre repicó tres veces. Era la señal. Una reunión de emergencia del Alto Consejo. Isabella enderezó la espalda. No como una niña asustada. No como una noble caída en desgracia. Sino como la legítima heredera del trono.
Entró al salón como una tormenta. Las miradas se volvieron hacia ella, algunas sorprendidas, otras aterradas. El regente alzó una ceja.
—¿Qué haces aquí? No fuiste convocada.
—No necesitaba una invitación —replicó ella, su voz cortante como el acero—. Mi sangre es mi entrada. Y hoy... vengo a reclamar justicia.
Un murmullo recorrió la sala. Isabella caminó hasta el centro, sacó el pergamino y lo dejó sobre la mesa del Consejo.
—Aquí está la prueba de vuestra traición. El pueblo la leerá. Y entonces decidirán a quién quieren en el trono.
El regente se levantó, con el rostro rojo de furia.
—¡Guardias! ¡Detenedla!
Pero nadie se movió. Los soldados se miraban entre sí, inseguros.
Y entonces se escuchó una voz del fondo de la sala:
—¡Viva la heredera!
Y otra, y otra más.
En segundos, el salón estalló en un coro:
—¡Viva la heredera!
Isabella cerró los ojos por un instante. El momento que había soñado, el que había temido. Finalmente estaba aquí. Pero sabía que este era solo el comienzo.
Porque los susurros detrás del trono… aún no se habían callado.
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misterio, romance oscuro y traición familiar, herencia secreta y lucha de poder
Editado: 19.05.2025