Doy media vuelta en mi cama, despegando un ojo a duras penas para poder ver el reloj de mi mesa.
8:15 AM
Debía estar en el instituto hace una hora atrás. Me levanto de la cama somnolienta, bostezo un par de veces de camino a mi baño personal. Siempre he tenido graves problemas con mi puntualidad, pero desde hace más o menos nueve meses y medio esto se volvió un problema serio, al punto en que mi subconsciente toma el control, mi conciencia puede recordarme las veces que sea que estoy a mala hora, pero mi subconsciente le da una bofetada, restando toda la importancia a la situación.
Paso tranquilamente el cepillo por mi cabellera rubia, lo llevo desde mi raíz hasta las puntas que rozan mis hombros. Miro el reflejo que devuelve el espejo frente a mí, una adolescente, recién levantada, ojeras notorias bajo sus ojos los que lucen apagados y muy cansados, una mueca en sus labios y una expresión totalmente neutral. En eso me he convertido, en alguien neutral la mayoría del tiempo.
Dejo el cepillo en su sitio, y procedo a hacer el aseo personal en toda mi anatomía. Cuando termino de sacar el jabón de mi cuerpo escucho un pequeño toque en la puerta del baño.
Ruedo mis ojos.
—Hoy no es mi día, ¿De acuerdo? No estoy de humor para un sermón—Cierro la llave y tomo la toalla detrás de la puerta para secar mi cuerpo.
Un suspiro cansado llega a mis oídos del otro lado de la madera.
—Tienes que mejorar la impuntualidad, linda. Tal vez, sea causada por otra cosa...
Frunzo mis labios y dejo de pasar la toalla por mi brazo.
—Yo tampoco lo puedo procesar aún—Sigue susurrando mi madre.
Las palabras se atoran en mi garganta y mis ojos comienzan a picar. Envuelvo mi cuerpo en la toalla y suelto mi cabello del moño en el que lo tenía. Vuelvo a verme en el espejo, si pensé que no podía lucir peor, me equivoqué. Aunque mi piel este suave y fresca y eso tal vez me haya ayudado a sentirme más liviana, el hecho de remover mis emociones tan temprano me hace sentir agotada, estoy agotada de seguir sintiéndome igual después de casi un año. Tomo pequeñas bocanadas de aire, abro la llave del lavabo, juntando mis manos tomo un poco de agua para pasarla por mi cara y así eliminar el rastro de esa lágrima rebelde que acaricio mi mejilla como un recordatorio de que mi dolor, seguía ahí, presente.
Seco mi rostro, tomo aire y abro la puerta, mamá está recostada en el marco con una expresión nostálgica. Sus ojos castaños rebuscan en mi rostro meticulosamente algún indicio de que estoy a punto de quebrarme, y aunque tal vez así sea, ella no lo nota. O finge no hacerlo.
—No quiero hablar de eso, ¿Si?—Camino por mi habitación en busca de mi ropa.
Mamá esconde sus manos en los bolsillos de su bata blanca, su larga cabellera rubia se encuentra domada en una coleta alta, su rostro está disfrazado con un poco de maquillaje, haciendola lucir profesional y elegante.
—Esta bien—Sonríe con pesadez—Te llevaré al instituto hoy, no querrás llegar más tarde aún.
Le doy una mirada de ¿En serio? Haciéndola sonreír, está vez más sutilmente, más real.
—Vamos a estar bien ¿Recuerdas?—Se acerca a mí.
Dejo de lado la camisa que tenía en mano para ponerme, la rubia me toma de los hombros.
—Estaremos bien—Termino. Envuelvo mis brazos a su alrededor y por un momento olvido lo demás.
—Te quiero—Besa mi frente, se separa de mí y camina en dirección a la salida de mi habitación—Te espero abajo.
—Bien...—La veo salir y un fuerte golpe al corazón me hace estremecer—Ahora solo somos ella y yo... Nadie más.
Y duele ser solo dos cuando nos acostumbramos a ser más que eso.
•••
Camino con mi bolso sobre mí hombro, algunos rostros familiares hacen algunos ademanes en mi dirección en forma de saludo, no soy popular, ni muy amigable, solo soy un intermedio entre normal. Aunque en este preciso momento de mi vida quisiera ser total y completamente invisible.
Visualizo mi casillero a unos pocos metros de distancia, apresuro mi paso, al llegar coloco la combinación logrando abrirlo, en él un orden regular me da la bienvenida, no soy desordenada, solo soy impuntual.
Tomo los libros de mi siguiente clase y guardo los que tenía en la mochila, en mi mente repito una y otra vez las novelas clásicas que nos dieron como asignación para este día, mi próxima clase tal vez se pueda considerar mi favorita; literatura. Es una forma de escape, encontré en la lectura que puedo apagar mi realidad por cierto tiempo, puedo escapar de ella y vivir mil mundos y vidas diferentes. Eso es paz mental, si me lo preguntan.
Una mano cierra de un portazo la pequeña puerta metálica del casillero frente a mí, por reflejo mi cuerpo da un pequeño brinco y ahogo un grito, las miradas caen rápidamente en mí y mi nueva acompañante.
—¡Seis, Adams, seis!
Una hoja aparece frente a mí, en ella en una de las esquinas superiores con bolígrafo rojo, escrito el número seis rodeado de un círculo. La castaña me mira esperando alguna clase de respuesta de mí, tomo la hoja y la observo con cuidado. Cuando la culpa me invade, solo puedo mirarla con cierta vergüenza.
—De verdad lo lamento—Digo, devolviéndole la hoja—Mi cabeza está en otro universo, discúlpame.
Suplico, los negros ojos de mi amiga se entornan en mi dirección, y una sonrisa se asoma en sus labios. La miro confundida, la creí molesta por haberla plantado en el examen en pareja de química, en el cual se suponía que yo sería su muleta.
El brazo de Clara se engancha al mío y juntas comenzamos a caminar en dirección desconocida, pasamos entre grupos de alumnos.
—Tenemos que hacer algo con tu mente, últimamente estás más despistada de lo normal, Delanie.
Asiento. Pasamos como podemos al lado de las porristas que han tomado el centro del gran pasillo para hacer una pequeña coreo, alentando a los jugadores de fútbol que están reunidos a unos cuantos metros de ellas. Clara y yo las miramos como si estuviesen locas o algo así.