Despierta (híbridos 1) (en proceso)

Capítulo 7: Espejo

—Alex… —susurro a mi gemelo en la litera de arriba—. Alex, ¿me escuchas?

—Sí… —Contesta—. Ya estoy listo, ¿vos?

¿Estoy listo?

Hace días que el día es siempre el mismo. Que la tele, la radio, el clima y mis padres repiten lo mismo. Como si fuera una película reproduciéndose una y otra vez sin fin, y yo soy uno de los protagonistas.

Mi hermano, el otro protagonista, nota lo mismo que yo. No sé si es porque seamos gemelos o qué, como si fuese algún “poder” especial nuestro… o solo enloquecimos a la par.

Bastante probable.

Aunque el problema no es solo eso, que se repitan los días, sino que parece no haber forma de hacer volver todo a la normalidad, hacer reaccionar a nuestros padres. O salir de nuestra casa, por lo menos.

Y no solo porque utilicen excusas para no dejarnos salir. Sino porque físicamente no podemos.

—Sí, estoy listo —suspiro. La única opción que nos queda es irnos mientras duermen.

Me levanto de la cama. Dejé mi bolso preparado en el ropero, junto con el de mi hermano. Algo de ropa y cosas para zafar. Es difícil armar un bolso cuando no sabes bien qué vas a encontrar del otro lado.

—Segundo intento… —Murmura Alex, con desazón. A pesar de ser quién suele tener mejor humor, se lo nota desalmado. Ya hemos intentando irnos una vez… abrimos la puerta principal para encontrarnos con un muro de ladrillos.

—Tiene que haber una salida, Alex. Quédate tranquilo —le contesto, poniéndome por una vez en el papel de optimista—. Debe estar escondida o algo.

—Vamos. Será lo que tenga que ser —Responde, harto al igual que yo de todo.

Recorremos en silencio todo recoveco de nuestra casa, exceptuando la habitación de mis padres. Ese lugar está prohibido en tanto estén dentro. Por una inexplicable razón… siento, o sentimos, que no debemos confiar en ellos.

Paramos en la cocina, la última estancia a recorrer. Mi hermano (y también yo) tenemos cada vez menos esperanzas de salir de acá. La frustración nos está poniendo nerviosos, y temo que también descuidados. Tenemos que calmarnos y empezar de cero, si no funciona.

Algo se nos va a ocurrir.

Me paro frente al espejo, mirándome a los ojos, meditando. No sé a quién veo, no sé a quién busco. A mí, a mi hermano, a nadie ¿Quién soy? ¿Qué me hicieron?

—¿Qué pasa? —pregunta Alex, acercándose y apoyándome la mano en el hombro—. ¿Crees que haya una puerta atrás del espejo?

De hecho…

Alzo mi mano e intento descolgar el espejo del muro, pero está pegado.

—Empuja —digo y coloco mis manos en el marco.

Empujamos y se mueve todo. Espejo y pared. Nos sobresaltamos con Alex y nos miramos a los ojos. Le sonrío y él lo hace de vuelta. Sabía que tenía que haber una salida.

—¡Ayuda! —El sonido de una voz gritando entra por la rendija que se acaba de abrir, haciéndonos dudar por un segundo.

—Vamos. —Dice Alex y lo sigo. Abrimos lo que queda de puerta y la traspasamos. Suelto y se cierra sola sin que pueda detenerla.

—Boludo… —Mi hermano me mira con fastidio. Ya sé, ya sé, pero ahora no se puede hacer más nada. Ambos lo sabemos— ¿Qué es este lugar?

Estamos en una especie de pasillo. Al final del mismo, una puerta entornada, del que se cuela la luz y los gritos, ahora con mucha más claridad. Parece ser un hombre el que pide socorro.

—Parece otra casa —contesto, ambos susurrando sin saber bien a qué nos estamos enfrentando— concentrémonos en seguir los gritos, después vemos qué onda.

Asiente con la cabeza y nos movemos en silencio. Busco en mi mochila la cuchilla que robé de la cocina antes de salir, por si acaso. No siento deseos de usarla en la medida de lo posible.

El sonido se va volviendo más fuerte, al que se le comienza a sumar otro más… animal. Espiamos por la puerta entornada, a lo que se ve es un living. Miro con los ojos entornados, siguiendo un rastro de sangre con una mezcla de curiosidad y pavor.

—¿¡Qué mierda es eso?! —No puedo evitar gritar. Una criatura amorfa se cierne sobre un cuerpo que se retuerce en el suelo. Al escucharme, la cosa voltea a verme. Tiene la piel gris, las espaldas anchas. Alza su brazo y trozos de piel y carne caen de entre sus garras. Grita al verme. Gritamos todos en respuesta.

Me debato entre correr o enfrentarla. No hay salida acá, puedo saberlo con certeza. Es como en casa, alguna especie de juego diabólico de casas infinitas con puertas ocultas. O estamos muertos, quizás.

La criatura se levanta a una velocidad sobrehumana y se arroja sobre mí, obligándome a decidirme por luchar.

—¡Alex! —Mi hermano grita. La criatura y yo nos enfrascamos en la lucha. Consigo clavarle el cuchillo en el brazo izquierdo, pero se lo arranca y lo tira lejos, como si solo lo hubiese picado un mosquito.

Levanta la garra y se prepara para el zarpazo. Juro por mi alma que la cosa me sonríe como gozando el momento. Lo esquivo con lo justo y busco desesperado mi única arma. Axel la encuentra y me la lanza. La criatura tiene los ojos fijos en mí, ahora enojada por mi desafío.

Saltamos al mismo tiempo, yo con el arma y la cosa con las garras listas para matar, o morir.

🌑🌑🌑

 

El agua corre cristalina. Coloco mis manos bajo ella y se tiñe de rojo.

Su sangre también es roja.

Humedezco un repasador y vuelvo al living, junto a mi hermano Axel, que está intentando consolar al hombre moribundo que la criatura parecía estar devorando.

—Tranquilo, va a estar todo bien. —Miente mi hermano, mientras yo me acerco y me arrodillo junto a él, colocando el trapo en su frente caliente—.  Ya estás a salvo.

Hago todo de manera inconsciente. La parte emocional de mi cerebro se ha apagado, y lo único que puedo hacer, es hacer.

—Gracias… —contesta el hombre, mirándonos alternadamente. Un pensamiento casi me hace reír; ¿Pensará que somos uno?, ¿un espejismo de sus delirios? —Era mi… mi hijo adolescente… era mi hijo… —murmura apesadumbrado, con los ojos en lágrimas. Deduzco que la criatura, sea lo que sea, devoró también a su hijo.




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