Despojos de Medianoche

Muñecas de carne

           ''Se reporta la desaparición de Madelayne Ocahio Boltran, desde 
           el pasado martes veinte de noviembre. Testigos afirman haberla visto  
           por última vez en la Compañía de su pareja, Mike Overliz, 
           cuando la muchacha subía al auto de su acompañante. Ebria en 
           su totalidad. ''

     
    
 La habitación en penumbras se encontraba iluminada por un pequeño televisor destartalado. Frente a ella, en un desvencijado sofá polvoriento se oía el quemar del papelillo de un cigarro, viéndose entre la oscuridad el diminuto punto anaranjado del fuego. Un largo brazo velludo acabado en manos grandes y ásperas, se mantenía alzado sobre el espaldar con desentendido descanso. Un largo brazo sucio, manchado de sangre seca, que se unía al cuerpo flacuchento y de gran estatura del hombre allí echado. 
     —Esas mierdas realmente creen que podrán encontrarte. Menuda gilipollez. 
     La grotesca risa grave escapó desde la garganta del sujeto, resonando a través del silencio de la nada misma. 
     Tiró la colilla a un lado, bebiendo el último sorbo de su cerveza de mala clase. Luego la tiró a un lado con fuerza, asqueado. Al menos era alcohol, y eso le bastaba, incluso aunque supiese a meado. 
     Un tenue chillido se oyó por sobre el sonido de la televisión. El sujeto sintió un escalofrío de gusto recorrer su columna, provocándole una sonrisa. Una sonrisa desfigurada de dientes amarillentos, que al abrirse como la boca de una piraña, remarcaban las grandes ojeras bajo sus ojos saltones.  
>>—Escucho que ya estás despierta —canturreó. Se levantó de un salto encendiendo el interruptor de la bombilla en medio del techo mugriento. Luego la miró, e intentó regalarle una sonrisa dulce—. Bienvenida a mi hogar, Madelayne. 
     Lanzó un gruñido de pronto, molesto, dándose la vuelta. 
     La muchacha dio un respingo cerrando los ojos, aterrorizada, gritando para sus adentros.
     Se hallaba atada de cuerpo completo, impidiéndole siquiera levantarse del suelo frío. Su boca, cubierta por una mordaza de cinta adhesiva, se encontraba seca. Estaba sedienta y pálida. Desnuda, sobre el sucio suelo de madera vieja. Manchado de sangre y oscuros líquidos aceitosos.
     Sola, con el borroso recuerdo de haber sufrido un accidente automovilístico a mitad de la carretera en la nada. Muy lejos de la ciudad.
>>—¡Mierda, no! Lo siento, no quise asustarte de esa forma —dijo él, acercándose a su lado para arrodillarse a la altura de su cuerpo. La muchacha abrió los ojos de par en par—. Es sólo que tu nombre me trae malos recuerdos, ¿sabes? No me gusta tu nombre, para nada. 
     El sujeto posó su mano sobre el hombro de la muchacha, sobresaltándola. Pronto, pudo ver el rostro de la chica palidecer y sus ojos cristalizarse. El llanto comenzó a emerger como lluvia desde los ojos celestes, causándole nauseas. Causándole repulsión y alarma. 
>>—No llores, joder, no te he hecho nada malo —la muchacha cerró los ojos, negando con la cabeza. Luego le miró, suplicante—. Detente, me causa asco —el sujeto frunció el ceño, apretándolo con sus dedos. Comenzaba a perder la paciencia, él sólo deseaba una compañera de trabajo, una compañera—. Si te quito la mordaza, prométeme que no vas a gritar, y dejarás de llorar. 
     La muchacha asintió efusiva. A su espalda, sus manos trataban de zafarse de las cuerdas de alguna inútil forma. 
     No tenía idea de donde estaba, ni cuantos días abrían pasado. No sabía quién era el hombre pálido de aspecto demacrado frente a ella, ni qué querría hacerle. 
     Sólo supo, a los pocos segundos de despertar, que las heridas de su cuerpo estaban cubiertas por vendaje limpio y se hallaba inmovilizada. Su cuerpo pintado como un macabro multicolor de muerte con gigantescos moratones, estaba limpio de tierra o suciedad.
     No comprendía por qué se hallaba en el suelo, y por qué sentía una gélida brisa cubrir sus genitales. 
     Le costaba moverse, su cuerpo dolía demasiado. 
     Supuso que sería por el accidente. 
     Estaba totalmente aterrorizada. 
>>—Sé buena, y vivirás como una linda princesa aquí conmigo. 
     El sujeto sonrió con aquella dentadura repulsiva, y la muchacha sintió asco de inmediato.
     Sus ojos se abrieron con alarma y dejó de moverse, perpleja. Sus palabras calaron en lo profundo de sus oídos, despertando todos sus sentidos y su razón. Pronto cayó en cuenta que se hallaba en lo que parecía ser una cabaña alejada de toda civilización, quién sabe donde, con un asqueroso hombre solitario que deseaba mantenerla con él contra su voluntad. 
     Él le quitó la mordaza lentamente, con cuidado, fijando sus ojos atentos en el rostro de la muchacha. 
     Ella no hizo el intento de gritar, ni siquiera dijo palabra. Se limitó a observarlo, alerta, asustada. Cual corderito enfrentándose al lobo.
     Él le sonrió una vez más, acariciándole el rostro con una calidez espeluznante. Sintiendo algo en lo profundo de su ser, crecer poco a poco. Emoción. Excitación. 
     Esperó por que ella dijese algo, hasta que llegó al punto de ansiedad, desfigurando su sonrisa en una mueca de ira. 
     >>—¡Habla, joder! —gritó. 
     La muchacha se removió asustada, agachando la cabeza para protegerse. 
     Si decía algo malo, sabía que lo peor podría ocurrirle. 
     —Gra-gracias —musitó—. Gracias por salvarme. 
     El sujeto lanzó una carcajada espeluznante, en sus ojos se dibujó el rastro de una burla secreta.  
     —Te pareces mucho a ella. 
     Se levantó del suelo, cauteloso. Atento a cualquier ruido que la muchacha emitiera. 
     Caminó a través de un oscuro corredor, entrando en la habitación de su difunta muñequita. Tomó un vestido rosa, adornado con flores de colores, y caminó a toda prisa de regreso a la sala.
     Su emoción lo exaltaba. Hacía mucho tiempo no le ocurría un milagro. 
     Desde que Doroty nació.  
     La muchacha lo observó, agitada. El miedo la consumía. 
     —Tengo frío...
     El sujeto se arrodilló una vez más, sonriente. 
     —Aquí, míralo —le enseñó el delicado vestido en perfectas condiciones—. Quiero que uses esto por ahora —un breve silencio se hizo presente, luego él sonrió de oreja a oreja, clavándole la mirada—. Jugaremos un juego.
     La muchacha tembló, sintiendo las lágrimas acudir a sus ojos sin poder detenerlo. 
     —¿Qué juego? —dijo, con la voz casi inaudible. 
     Miró el vestido, y luego lo miró a él. Su cabellera rubia le caía alrededor del rostro y los hombros.
     El sujeto rió en voz baja.
     —¿Qué edad tienes? —dijo, relamiéndose emocionado—. Si puedes con ello, si eres buena, vivirás aquí conmigo y prometo que serás más feliz de lo que eras antes —de pronto, el semblante que la muchacha conocía hasta ahora, adquirió una oscuridad atemorizante. Una sonrisa grotesca apareció—. Sino, prometo devolverte a tus padres. 
     La muchacha no pudo evitar emocionarse ante la idea de ser liberada y devuelta a sus progenitores. Lo ansiaba. Nunca antes sintió tanto miedo y deseos de estar en casa. 
     El rostro del hombre se contrajo en una mueca de disgusto.
     La muchacha intentó dirigir esa emoción hacia el hecho de quedarse con él, mintiendo. 
     —Quisiera hacer las pruebas para quedarme aquí —murmuró, mirándole bajo sus pestañas. El sujeto sintió algo crecer en sus pantalones, lanzando un gruñido—. Tengo dieciséis... 
     Si ella creía que él era estúpido, pensaba mal. 
     Él soltó un golpe a la pared, provocando un chillido de la muchacha. 
     Ella sólo deseaba volver a casa. 
     Pudo oír por encima de la risa del hombre, a lo lejos, el balido de las cabras.
     —La primera es ahora —anunció, mirándola fijamente. Dirigió su vista hacia su cuerpo, mirándola de arriba a abajo—. Voy a desatarte los pies. Quiero que veas la sorpresa que he puesto en ese regalo que tienes entre las piernas. 
      La desató con desespero, ansioso. Sonreía y sonreía, con sus dientes obscenos al deseo de comérsela toda.
     Le encantaban jovencitas, pero mucho más le debía fidelidad a Doroty.
     La muchacha sintió nauseas, asqueada, a punto de llorar. A punto de gritar por pedir ayuda. 
     Cuando él le abrió las piernas, la brisa en su vulva tomó sentido.
>>—A Doroty le vas a encantar —murmuró. 
     Él sostuvo sus piernas, mirándola con ojos depredadores. 
     La muchacha soltó un débil sollozo, resistiéndose a mirar hacia abajo. 
     No quería saberlo, no quería verlo.
     —¿Qué... me hizo?
     La voz de ella fue una fina súplica. Casi un hilo de esperanza. 
     El hombre soltó una risilla entre dientes, golpeándola con una gran bofetada, justo sobre el clítoris. 
     La niña aulló de dolor, mirando sin otra opción hacia sus genitales. 
     Un viscoso fluido blanquecino se hallaba esparcido sobre toda su vulva, saliendo de su vagina, manchando el suelo. 
     La muchacha lloró, sin poder controlarlo. Había sido violada y ahora estaba sucia. 
     Pensó entonces, que no saldría nunca de allí si no escapaba por sí misma. No ahora que tendría el bastardo de un loco metido en el vientre. 
     Le dio una patada, sin detenerse a pensarlo. Aun se hallaba atada de manos. 
     El sujeto cayó hacia atrás. De inmediato, al verla arrastrarse de rodillas intentando escapar, la agarró por una pierna, tirándola hacia él una vez más. 
     Un puñetazo abrió la piel de mejilla, haciendo sangrar su nariz. Seguido de una bofetada en la otra mejilla, que la hizo virar la cabeza. Pronto la sangre comenzó a esparcirse sobre su boca y su rostro mezclándose con sus lagrimas, adolorida. 
     —Me gusta rudo, puta, pero no jodas conmigo —y la ensartó, metiendo devuelta todo el semen frío dentro de su vagina—. ¿Te gusta duro, eh?... Oh —la embestía con bestialidad, oyendo sus gemidos de dolor. Su llanto le sacaba de quicio—. ¡Deja de llorar! 
     Descargó su puño con fuerza sobre su vientre, arrancándole todo el aire. La tomó del cuello, apretando. La vagina de la muchacha comenzaba a sangrar a la fricción bruta. 
     —Por favor... —imploró, sorbiendo su sangre—. Haré lo que sea, perdóname. ¡Perdóname! 
     Sollozo tras sollozo, él aumentaba el ritmo, buscando correrse y llenarla con su esperma. 
     —Cállate, puta —la abofeteó, manchándose con su sangre—. Voy a preñarte, y preñarte, y cuando ya no me sirvas... cuando seas un despojo de mierda sin más uso, tal vez considere devolverte a tus papitos. 
     —Por favor...
     La muchacha cerró los ojos, intentando desconectarse de esa realidad. 
     Él la cogió por el cuello, elevándola. 
     —Pero primero, te necesito para parir una compañera a mi Doroty —la muchacha abrió los ojos de par en par, aterrorizada. Con cada intento de librarse, su vagina dolía como el infierno. El sujeto rió, mirándola sufrir.— Eres igual de patética que ella. 
     La muchacha abrió la boca, bramando de dolor. Entonces, con sus últimos alientos antes de perder su mente, dijo lo que nunca debió.
     —¿A ella igual la hiciste sufrir así, mierda asquerosa?
     Los ojos del sujeto se abrieron, clavando su mirada en ella. Dejó de moverse, y la soltó bruscamente. 
     Un segundo después, su puño se estampó contra el rostro de la muchacha, llenando uno de sus ojos de sangre. Seguido de otro, rompiendo su nariz. Comenzó a mover sus caderas como una bestia, tirando de su vulva con los dedos. 
     La muchacha tragó su sangre impidiéndole respirar. Pronto, se ahogaba en su propia sangre, con el dolor punzante en todo su cuerpo. 
     Deseaba estar muerta, lo deseaba. 
     —Tú no sirves —bramó él, con la voz furiosa. Veía su rostro amoratarse a cada segundo—. ¡Puta! ¡Puta! ¡Debí dejarte morir en la mierda donde perteneces!
     Entonces, en el clímax de su sufrimiento, agradeció poder morir. 
     El sujeto continuó abusando de un cadáver maltratado, hasta correrse. 
     Luego, la tiró a un lado, dejandola sobre su charco de sangre. 
     Se miró la polla, sucia de sangre y semen, y se enfureció.
     —¡Jodeeeeeeer! —aulló, pateando el cadáver de la muchacha.
     Y exactamente como había ocurrido con su Madelayne, había muerto en sus manos. 
     Al menos, su propia hija había podido darle a luz a Doroty. 
     Y al menos tenía a Doroty, su más preciada muñequita.



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En el texto hay: asesinatos, relatos de terror, muerte y sangre

Editado: 11.04.2019

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