Terminó de leer aquel capítulo de Frankenstein, dónde el monstruo le confiesa a su creador que ha matado al hermano menor de este, sólo porqué el pequeño se asustó al verlo e hizo referencia a esa conocida familia.
Sin más emoción que el dolor y la sorpresa que le transmitió el sentir de Viktor, se levantó de la cama pues yacía acostado. A pesar que hoy fue un día despejado, no salió de la habitación; durmió todo el día y parte de la tarde, fue a saciar su hambre y terminó por ponerse a leer un poco. Al terminar de leer ese capítulo se quitó las gafas y masajeó sus párpados. Estiró la mano a la mesita de noche y tomó su encendedor, un zippo, objeto que siempre traía con él por su tendencia maníaca. Él podía ser un pirómano peligroso si lo quisiera, pero podía controlarse.
Encendió el zippo y se quedó viendo la flama por mucho tiempo. Su mente necesitaba quemar algo para estar en paz en ese momento. Quemó lo más cercano a su mano, un ticket.
Caminaba por la ciudad. La noche estaba nublada y el viento fresco le alborotaba el cabello. Metió la mano derecha en el bolsillo de su chaqueta y sacó el encendedor azul. Lo prendió cerca a la palma de su mano y contuvo la llama que se formaba en ella.
Acercó su mano a su cara y sintió el calor abrasador quemándole la piel. Su mano le ardía, pero no le importó. La llama con su color rojo, naranja y azul le calmaba, sus pupilas dilatadas reflejaban el fuego. No había nadie cerca que pudiera ser testigo del crimen de esa noche.
Caminó al terreno baldío y lanzó la llama a las plantas secas y amarillentas que adornaban el suelo.
— Buenas noches —, dijo al ver las llamas abrasando todo.
Siguió su camino escuchando con placer el sonido de las llamas quemando el terreno. Contempló su mano regenerándose con cierta indiferencia a la vez que cerraba el puño, intentando calmar su pulsión de destrucción.