La mañana transcurría entre lágrimas y sollozos; algunos de verdaderos sentimientos de tristeza, otros hipócritas, de quienes van a un funeral por mostrar que se interesan por los demás y que el fallecimiento de un anciano profesor de física era un acontecimiento que hondaba profundo en sus corazones.
Posiblemente Nicolás era quien más lo sentía, el ingeniero Cohen más que un tío había sido como un padre para él. Sin embargo, no fue hasta que dirigió la mirada hacia una de sus alumnas que sintió como su corazón era oprimido hasta sentir un vacío doloroso en el pecho; después de todo era Thaly, su alumna, quien más necesitaba de su profesor y confidente para no caer al borde del suicidio...
El ingeniero Cohen era el profesor de física y química en el colegio privado «Saint Abel», no obstante, al ser diagnosticado con leucemia tuvo que renunciar a la enseñanza, dejando en su lugar a su sobrino Nicolás, un joven recién graduado de una universidad alemana en ingeniería mecánica.
La directora del colegio no estuvo de acuerdo en un principio. A pesar de que Nicolás se había graduado con honores, la idea no le gustaba por el hecho de considerarlo muy joven, falto de experiencia y sin duda una distracción para las alumnas del colegio. Sin embargo, con el inicio de clases tan cerca y ante la perspectiva de no conseguir un maestro calificado y acorde a los altos estándares de «Saint Abel», no tuvo más opción que confiar en la sugerencia del profesor Cohen, aceptando a su joven sobrino como maestro de los últimos cursos de secundaria.
—No entiendo cómo me convenciste de ser maestro en tu colegio —dijo Nicolás con cara de resignación.
—Te convencí porque puede ser el último deseo de un viejo moribundo —le respondió su tío con un vano intento de sonrisa.
—¡No es gracioso tío! ¡No hables de la muerte como si nada!
—Y tú no hables de ella como si no fuese algo inevitable. Voy a morir pronto, debes hacerte a la idea, yo ya me la hice, por eso dejé todo arreglado antes de partir. Lo más importante era saber que mis estudiantes estarían en buenas manos y ya cubrí eso dejándote en mi lugar.
Nicolás esbozó una sonrisa, ver al ser que más quería en el mundo postrado en una cama con una restringida movilidad del cuerpo no le hacía gracia, pero sí el hecho de que sin importar la situación, su tío siempre sabía encontrar el lado positivo llenándolo de tranquilidad y el sentimiento de que todo iba a mejorar.
—Nicolás, la hora de visita ya terminó, mejor regresa a tu casa y descansa, mañana tienes clases a las ocho de la mañana.
—Sí ya sé, creo que eso es lo que más odio de este trabajo, que las clases son tan temprano ¿A quién se le ocurrió hacer madrugar a esos pobres niños?
—Más que a los niños querrás decir a los maestros. Ya vete de una vez hijo, no quiero que llegues tarde mañana.
Nicolás se despidió taciturno y salió de la habitación protestando mentalmente. «Ocho en punto... ¡Tendré que despertarme a las siete, máximo! ¡Qué lata! Tampoco podré salir entre semana, qué fastidio...».
Sus pensamientos fueron interrumpidos al ver el escándalo que ocasionaba una joven adolescente frente al mesón de recepción. El guardia de seguridad la observaba con superioridad y la recepcionista se hacía a la distraída para no involucrarse en el problema.
—¡No puede impedirme la entrada, aún no acaba el horario de visitas! —protestaba la muchacha claramente alterada.
—Ya son las siete y treinta y uno —le indicó el guardia señalándole un enorme reloj que ocupaba casi toda la pared del fondo, justo arriba de un letrero que explicaba que el horario de visita acababa a las siete y media en punto.
—¡Su reloj está adelantado!... por favor, solo quiero darle un paquete a alguien, no tomará mucho tiempo —suavizó su voz volteando la mirada al piso como si estuviese a punto de llorar.
—No niña, vuelve mañana ¿quieres?
El espectáculo pareció haber concluido en cuanto la joven volteó hacia el portón de vidrio y el guardia regresaba a su pequeña mesa junto a la entrada. Cuando de un momento al otro, la muchacha dio media vuelta y echó a correr hacia las escaleras como alma que lleva el diablo.
—¡Ey, deténganla! —El hombre, encolerizado, corrió tras ella.
Nicolás no pudo aguantar la carcajada ante la escena: la chica corriendo, el guardia, dos médicos y dos enfermeras haciendo el intento de atraparla; pero sin duda ella era más veloz y ágil, mucho más que las enfermaras que resbalaban por el suelo recién lustrado y se estrellaban contra las camillas.
Unos segundos más tarde, un médico pudo por fin agarrarla en su travesía hacia el segundo piso y se la entregó al guardia, quien prácticamente la arrojó a la calle.
—¡Vete mocosa escandalosa!, ¡y agradece que no llame a la policía!
—Está bien, vuelvo mañana —dijo de manera arrogante sacudiéndose por donde la había agarrado.
—¡Cual mañana! ¡Si te vuelvo a ver cerca de esta clínica te lanzo agua caliente! —gritó cerrándole la puerta en la cara.
La joven lo miró con odio y una expresión infantil a través del vidrio mientras le hacía un gesto obsceno con la mano.
—¡Mocosa maldita! ¡Ahora si llamo a la policía!
Ante estas palabras, la muchacha desapareció por la calle cual ninja experta. Nicolás todavía lloraba de la risa, al menos entre tanta tristeza algo había alegrado su día.