Después de clases

Castigados juntos

El domingo era el peor día para Thaly. Ese día no tenía donde huir, no había colegio, ni actividades extra por la tarde, algunos fines de semana tenía algún partido o competencia, pero el resto de la tarde nada. En algunas ocasiones iba a la iglesia de San Rafael, a escuchar la misa del padre Sebastián y jugar un rato con los niños de la catequesis. Aunque no era muy religiosa siempre le gustó ese lugar. Estando allí sentía mucha paz, todo en silencio a excepción del coro que entonaba un bellísimo canto gregoriano. La luz que cobraba diversos colores a través de los vitrales le daban un ambiente mágico al lugar, el techo alto y el espacio ancho la hacían sentirse diminuta; eso le agradaba, imaginarse volando en el cielo, libre y tranquila.
Pasó por la iglesia, hacía mucho tiempo que no iba por ahí y tenía la sensación de que sería un último momento de paz antes de muchos de intranquilidad que se avecinaban.
La calma de ese lugar la relajó y le hizo olvidar que una de las personas que más amaba ya estaba a kilómetros de distancia. Al finalizar la misa se dirigió a su casa pensando y brincando alegremente como siempre hacía.
Ni bien cruzó la puerta al llegar, Vanessa la recibió con una cachetada. Aquello había sido tan inesperado que se quedó con la mano en la mejilla tratando de comprender qué sucedía. Confundida miró a la mujer y esta le extendió un periódico.
—¿Se puede saber qué es esto? —le señaló una fotografía, la publicidad estaba impresa en toda una plana del periódico.
Thaly abrió los ojos sorprendida, se había olvidado por completo de las fotos que le habían tomado, y como Nicolás no le había dado tiempo de hablar con Alan, no sabía que aquello saldría en el periódico.
—¡Por favor no se lo digas! —le suplicó tomando el periódico con las manos temblorosas.
—Ya lo sabe, me llamó muy molesto hace un rato. Será mejor que vayas a tu cuarto y te atengas a las consecuencias, sabes que yo no puedo hacer nada por ti. —Se dio la vuelta dejando a Thaly sola en la entrada de la casa.
La chica miraba el periódico con los ojos llorosos, todavía temblando. Permaneció así unos minutos hasta que la puerta se abrió y un hombre alto y fornido entró.
—¡Mocosa maldita, quién te dio permiso para posar como una cualquiera! —le gritó con mucha dureza. La agarró con fuerza de la muñeca y la torció hasta lograr que cayera de rodillas.
—Perdón... por favor suéltame, te juro que no haré algo así nunca más —intentaba excusarse, pero las palabras apenas le surgían de la boca, tenía miedo, muchísimo miedo.

El día lunes era el más odiado por Nicolás. Debía regresar a trabajar teniendo en mente que la semana recién comenzaba y había mucho por delante. Ese lunes en particular no habría sido tan malo si no tuviese que ver a Thaly y recordar los sueños que tenía últimamente con ella, sin mencionar que aquella chiquilla le estaba haciendo la ley del hielo e irónicamente eso también le molestaba. No quería que se acercase mucho a él y tampoco quería la total indiferencia... solo pensaba que las cosas eran mejor hacía dos semanas atrás.
Llegó temprano al colegio, Thaly no estaba ahí, supuso que dentro de su plan de evasión estaba llegar justo para la clase, pero no fue así. Su asiento permaneció vacío durante toda la clase de física. Nicolás miraba a cada momento, intentaba concentrarse en la clase, pero le era imposible, solo pensaba si le había sucedido algo, si estaba enferma o si había decidido no ir al colegio; sin embargo, sus amigos se encontraban ahí, no creyó que fuese a escaparse sola. Terminada la clase se puso a borrar la pizarra cuando Alison y Daniel se le acercaron.
—Disculpa... nosotros queríamos saber si tal vez podrías ir a casa de Thaly, para ver por qué faltó, estamos preocupados y no podemos salir, pero tú sí, tal vez le pasó algo malo —pidió Alison muy nerviosa.
El maestro los miró desconfiado, presentía que ellos sabían algo y lo estaban ocultando.
—¿Tienen idea de por qué no vino Thaly? —preguntó serio.
—La verdad es que ayer salió la publicidad que hizo con tu amigo, llamé a Thaly a su casa y la empleada me dijo que ella estaba castigada y no podía hablar. Así que suponemos que a su tío no le hizo mucha gracia que saliera en el periódico —respondió Daniel, seguro de lo que decía, le parecía una tontería andarse con rodeos.
—¿Quieres decir que no vino porque está castigada? ¿Quién castiga a una chica prohibiéndole ir al colegio?
—Eso es lo mismo que pensamos, si no vino es porque no pudo, porque ayer la castigaron —Alison no sabía cómo explicarse, no quería sacar conjeturas.
Nicolás entendió la indirecta, les dijo que iría en ese momento a verla. Se encaminó rogando que ella estuviera bien.
Llegó a la enorme residencia, tocó el timbre y una de las mucamas lo atendió.
—Lo siento, la señorita Natalia no puede recibir visitas.
A Nicolás no le importó el aviso, la hizo a un lado y entró a la casa, la sirvienta corría detrás suyo intentando que se fuera, mas el joven no hacía caso. No conocía el cuarto de Thaly, imaginó que estaba en el segundo piso así que subió por las amplias escaleras de madera gritando su nombre.
Al final del pasillo encontró una puerta con una elegante letra «N» de metal, supuso que esa era la habitación que buscaba.
Thaly estaba en su habitación, acostada en la cama viendo televisión cuando escuchó una voz familiar que la llamaba.
—¿Thaly estás ahí?, soy Nicolás, ábreme.
Al escuchar estas palabras se levantó rápidamente, recogió la ropa tirada y la empujó dentro el armario, también tomó a sus animales de felpa y los estrujó junto con la ropa. Entonces se acercó a la puerta y la abrió.
—¿Qué haces aquí? —preguntó agitada.
—Señorita Natalia yo le dije que no podía verla, pero entró a la fuerza —explicó la mucama apareciendo por detrás de Nicolás.
Antes que alguna de las dos pudiese decir nada, Nicolás tomó el rostro de Thaly, notando un gran morete en su mejilla.
—¿Estás bien? —la llevó hacia adentro.
—Sí, no es nada, ayer caí de las escaleras.
—Eres muy inteligente para inventar una excusa tan estúpida —la regañó—. Dónde más te golpeó.
—Nadie me golpeó, me caí.
—Esto no es de una caída —le rebatió mostrándole su brazo, donde podía verse la piel roja e irritada con una ligera cortadura—. Esto es que te pegaron con un cinturón. Lo siento, pero ahora mismo iremos a poner una denuncia.
—¡No, no haremos nada! ¡Si me llevas diré que es mentira!
—No seas estúpida, no puedo quedarme de brazos cruzados, una cosa es que te no te traten con cariño, otra que te maltraten físicamente.
—Primero, no es de tu incumbencia, y segundo, esto no es algo que suceda con frecuencia, a muchos chicos les pegan.
—¡No de esta manera y eso tampoco significa que esté bien! Voy a llamar a la policía quieras o no quieras cooperar.
—¿En qué clase de mundo yupi vives? ¿Qué crees que ganas llamando a la policía? Ellos no van a hacer nada y esto solo me causará mayores problemas a mí. Y en el improbable caso que sí hagan algo ¿qué? ¿Me llevarán a otra casa donde todos me miren con lástima? —Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas, no de tristeza sino de ira—. No necesito la lástima de nadie y menos la tuya.
Se miraron fijamente, la expresión de Thaly se mostraba desafiante.
—Está bien, no diré nada, por ahora —cedió, sabía que si ella no colaboraba solo lograría empeorar la situación; aun así no pensaba dejar las cosas ahí, luego vería qué hacer.
—¿Ya te curaste? —Examinó las heridas visibles y ella negó con la cabeza–. Muéstrame dónde estás lastimada.
Se levantó las mangas de la blusa exponiendo varios moretes que se confundían con los garabatos borrosos que un día antes habían sido números.
—¿Dónde más?
—En las piernas, pero no te las voy a mostrar.
Nicolás esbozó una sonrisa y le pidió un botiquín; le pasó un algodón con alcohol en las rasmilladas aun no cicatrizadas y la dejó entrar al baño para curarse las que no quería mostrarle. Mientras tanto aprovechó de observar la habitación. Era grande y luminosa. Cada objeto presente parecía costoso, desde las cortinas hasta las lámparas. En una pared había un gran estante lleno de libros, en la contigua un estante con muchos trofeos y medallas. La cama se encontraba en el medio frente a un televisor y en el extremo izquierdo, junto a la puerta del baño, había un escritorio con una computadora. Nicolás notó una pequeña libreta encima de este, la curiosidad pudo más que él y la tomó. Dentro encontró un montón de listas: «Formas de asesinar al presidente; cosas que debo comprar antes de morir; razones por las que el profesor de matemáticas debería rasurar su estúpido bigote; motivos por los que Martha es tan insoportable; razones por las que Nicolás es tan molesto». La última lista fue la que llamó su atención y pensó que no podía dejar de leerla.




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