Después de clases

Todo por dinero

La semana posterior a la fiesta de cumpleaños pasó tranquila. Poco a poco se acercaba el fin de trimestre y los exámenes finales, lo que ocasionaba ansiedad en muchos alumnos. A Thaly no le gustaba estudiar así que normalmente no lo hacía; aprobaba las materias de literatura, historia, inglés y biología sin problemas, le bastaba con hacer las tareas y prestar atención en clases para sacar diez en los exámenes. Por otro lado, las materias exactas le daban dificultades. Cada trimestre se resignaba a ir a recuperatorio y perder la semana de vacaciones que tenían los alumnos que habían aprobado todo con una nota superior a la media.
Durante la clase de ese día estaba distraída y distante, no a consecuencia del colegio, otro tipo de problemas rondaban su cabeza. Nicolás notó que Thaly cada día estaba más distraída, todavía más de lo habitual, y aunque últimamente lo trataba con más cortesía, conversaba menos con él. Las mañanas temprano cuando se veían, las pasaban en silencio, él notaba que ella tenía algún problema, pero no sabía cómo preguntárselo sin sonar inoportuno.
Al finalizar el periodo, mientras los estudiantes disfrutaban el recreo, Nicolás se quedó en el aula corrigiendo tareas, odiaba mandárselas a los chicos porque luego perdía horas calificándolas. Era una tarea tediosa, sin embargo, corregir la tarea de Thaly era un deleite especial. Por lo general la mitad de ejercicios estaban hechos y la otra mitad tenían cartelitos que decían: «yo qué sé», «no me importa a qué velocidad deben ir los autos para chocarse, lo importante es cuantos mueren en el accidente», «¿de qué me va a servir en la vida conocer la energía potencial?». Reía cada vez que leía una cosa así y no dudaba en poner un cinco o una menor nota a cada trabajo. Justo en ese momento leía la tarea de Thaly, cuando escuchó a sus alumnos conversando. Recién se percató que tres de ellos permanecían en el salón.
—Solo tengo doscientos —dijo Daniel sacando dinero y poniéndolo sobre la mesa. Thaly y sus dos amigos se habían quedado en el aula al igual que Nicolás, tenían la siguiente hora libre y aprovechaban para contar el dinero que habían juntado.
—No es suficiente —replicó Thaly—. Con lo mío y lo de Alison son apenas setecientos, no va a alcanzar.
—¿Cuánto necesitas? —inquirió Alison preocupada.
—Al menos mil doscientos.
Nicolás no aguantó más la curiosidad, quería saber para qué juntaban dinero.
—¿Qué hacen?
Los chicos se sobresaltaron al verlo y guardaron el dinero rápidamente.
—Nada, eso no te importa —Thaly se paró altanera y salió del aula seguida por sus amigos, quienes miraron a su maestro con vergüenza por la contestación; después de todo, aunque fuera joven, Nicolás era su maestro, y no estaban de acuerdo con que Thaly lo tratase igual que a cualquier chico del colegio. Pero a él no le importó, ya estaba acostumbrado a los desplantes de su alumna, le inquietaba más verla tan preocupada y con aparentes problemas financieros. Se fue pensando en eso cuando la directora lo llamó.
—Qué bueno que te encuentro, tenemos reunión —se dirigió a la sala de maestros haciendo una señal para que la siguiera.
Varios maestros ya estaban ahí, sentados alrededor de una mesa larga. Entonces cayó en cuenta de que era la primera vez que entraba en ese lugar. Los días que tenía clases se limitaba a entrar al salón, impartir la clase y regresar a casa, nunca se sintió como el resto de profesores y, aparte de Martha, casi no conocía a los otros maestros.
Tomó asiento y percibió como el resto de adultos lo miraba como a un bicho raro; como al jovenzuelo que reemplazaba al ingeniero Cohen sin tener título de maestro.
—Bien, creo que están todos —comenzó la directora Fellman—. Debemos quedar de acuerdo con las fechas de exámenes de fin de trimestre para evitar cruces y arreglar detalles del campamento —continuó.
La siguiente hora transcurrió en discusiones sobre fechas y divagues sobre otros asuntos: quejas sobre la infraestructura, quejas sobre el comportamiento de algunos alumnos, quejas sobre los accesorios de moda que las chicas usaban de manera exagerada... Nicolás estaba extremadamente aburrido, solo se limitó a aceptar la fecha que le asignaron y después escuchó el parloteo del resto.
—La siguiente semana yo tomaré un examen de práctica. El alumno que no apruebe no tendrá mi autorización para ir al campamento —informó el profesor Rolbard, maestro de matemáticas. Era un hombre de edad media y baja estatura, calvo, con bigote y con un rostro que comunicaba a quien se le cruzase que no tenía un buen genio.
—¿Qué es eso del campamento? —se animó a preguntar Nicolás buscando cambiar de tema.
—Lo siento usted es nuevo y no lo sabe, ese es el siguiente punto de la reunión —explicó la directora—. Cada año, dos semanas antes del fin del primer trimestre, los alumnos tienen un campamento para relajarse antes de los exámenes. Este tiene una duración de dos días y para asistir cada alumno debe tener consentimiento paterno y el visto bueno de todos los profesores. Este año le tocó al profesor Roldbar ir como delegado, pero necesito a dos maestros más que vayan voluntarios dado que son más de ciento cincuenta alumnos —dijo esto último dirigiéndose a todos los maestros, esperando a que alguno se prestara a ir. Ninguno dijo nada, Nicolás notó que todos intentaban evadir la mirada de la directora para no ser elegidos.
—Suena divertido, yo iré —se ofreció Nicolás.
—Divertido cuando no van esos monstruos —reprochó el profesor de matemáticas.
Ante el ofrecimiento de Nicolás, Martha levantó la mano y se ofreció a ir también.
Finalizada la reunión un par de maestros acorralaron a Nicolás.
—Que valiente, se nota que eres nuevo y nunca has ido a uno de esos dichosos campamentos —expresó una maestra delgada y de lentes.
—Escucha, si quieres sobrevivir debes estar atento a lo que esos pequeños monstruos hagan —aconsejó el profesor Roldbar—. Cada año Natalia Ayala y Alex Sandoval junto a su grupo de amiguitos planean bromas para hacerles pasar un mal rato a los del 6º-B y a los maestros. Así que mantén un ojo en ellos y solo come y bebe lo que Daniel Muñoz coma y beba. Aunque él nunca participa de las bromas, está al tanto de lo que sus amigos hacen. Eso sí, no intentes sacarle información, es inútil, ese niño es una tumba, conoce todas las fechorías de Natalia pero nunca dice nada.
Nicolás empezaba a asustarse un poco, no por lo que le contaban sino porque cada vez lo acorralaban más.
—Sí, esos niños son terribles, yo fui el año pasado y fue la peor experiencia de mi vida. Pusieron laxante en las bebidas y solo había un baño; llenaron las bolsas de dormir con ranas, metieron lodo en todos los zapatos que encontraron y lo peor de todo, metieron larvas en las carpas y cosieron las puertas, ¿puede imaginarlo?, nos dejaron encerrados medio día, y con el calor que hacía las larvas se convirtieron en moscas y eso empeoró la situación, fue lo más asqueroso que he vivido —agregó la maestra a tiempo que se alejaba por el pasillo. Nicolás reprimió una sonrisa frente al maestro que todavía lo miraba de cerca. Cuando por fin se fue pensó:
—¡Larvas! Cómo no se me ocurrió en el colegio.




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