Después de clases

Aún no voy a dejarte

Alex llevó la moto a casa de un amigo, iba a guardarla ahí ya que su padre no le permitía manejar una desde que su hermano mayor tuvo un accidente seis años atrás. Sin embargo, él siempre había querido tener una; ya estaba ahorrando para cómprarsela en cuanto saliera del colegio y su padre no pudiera hacer nada al respecto.
—Está genial ¿Dónde la conseguiste? —preguntó asombrado Lucas, quien se encontraba junto a otros tres muchachos del colegio.
—Me la prestó un primo —les mintió—. Aunque el avaro me la dio con el tanque casi vacío —se quejó al recordar como a medio camino se había percatado de la falta de combustible y tuvo que desviarse a una gasolinera. Por supuesto que Nicolás lo había hecho a propósito, encima de prestársela no iba a pagarle la gasolina. Al momento de entregársela, se había preguntado cuánto tardaría en darse cuenta, muy en el fondo, o tal vez no tanto, deseaba que se plantara a medio camino.
Les prestó la moto un rato, luego se las quitó para ir a dar una vuelta solo. El día anterior después de ver a Anita en la puerta del colegio, Alison le mencionó que Thaly había ido a cantar un día a la iglesia, y que seguramente eso era a lo que la extraña muchacha se refería.
Sin estar muy seguro se dirigió a la iglesia, tal vez por casualidad se encontraría con ella. Esperó en la puerta, no quería entrar, prefería que su encuentro fuera casual.
Por fin la vio salir y puso el semblante más natural que pudo. A Anita la moto le llamó la atención y enseguida la reconoció. Se acercó buscando a Thaly y se encontró con el muchacho que la había defendido el día anterior. Lo saludó algo tímida y extrañada.
—Thaly no vino —le dijo al muchacho pensando que había ido a recogerla.
—Sí, ya lo sé —le respondió con el mismo desconcierto.
—¿Entonces qué haces aquí?
—Yo... nada, solo pasaba —intentó verse casual, aunque no había inventado alguna excusa.
—Bueno, adiós —se despidió la muchacha dando media vuelta.
—Espera, voy en esa dirección, ¿No quieres que te lleve? —la detuvo, y Anita volteó algo asustada.
—Gracias, pero mi padre no me deja subirme a una moto —respondió recordando la expresión de horror que había puesto su padrastro cuando días antes habían ido a recoger a Thaly en la misma motocicleta.
—No veo a tu padre por aquí —sonrió astutamente.
—No, de verdad, ya debo irme —sonó asustada.
—Lo siento, no quise asustarte. Soy Alex por cierto —se dispensó nervioso, el tipo de chicas con las que frecuentaba no hubieran dudado un segundo en irse con él, pero aquella chica no reaccionaba de la misma manera; en verdad la estaba espantando.
—Está bien, no me asustas. Soy Anita —se presentó extendiéndole la mano y esbozando una dulce sonrisa.
—Y qué me dices ¿te llevo o no? —se aproximó a la moto y se sentó.
Anita lo miró con desconfianza. Aquello parecía divertido, aunque nunca desobedecía a su padre. No sabía qué hacer. Al final se dio cuenta de que nunca hacía nada interesante y solo por una vez no haría daño romper las reglas.
Como pensaba que aquel era el novio de Thaly, supuso que sabía dónde vivía, por eso se sintió con confianza, hasta notar que iban por una ruta completamente diferente.
—No vivo por acá —gritó intentando que su voz se escuchara sobre el ruido del motor y el viento. El muchacho parecía no haberla escuchado, o la ignoraba descaradamente. La muchacha comenzaba a asustarse de nuevo. Respiró aliviada cuando pararon frente a una cafetería.
—¿Por qué vinimos acá? —le preguntó al chico bajando del transporte.
—Me dio sed —le respondió levantando los hombros y entrando al establecimiento. Anita se quedó parada en la puerta, sin saber si era conveniente entrar.
Alex volvió a salir al notar que la chica no estaba detrás de él, y al encontrarla, la jaló dentro.
—Siéntate —le dijo extendiéndole una silla. Ella se sentó nerviosa, mirando a todos lados. Una mesera no tardó en aparecer y darles dos menús. Alex leyó el suyo y notó que Anita seguía sentada con las manos apoyadas en las rodillas.
—¿No vas a leer el menú? —preguntó extrañado.
—No, es que no tengo dinero —explicó algo avergonzada.
Alex la miró curioso y reprimió una risa. Esa chica sin duda era extraña.
—Yo voy a pagar —aclaró como si fuera algo bastante obvio.
La chica tomó el menú con desconfianza. Alex se dio cuenta de que la muchacha todavía no caía en cuenta de que se encontraba en una especie de cita forzada.

Cuando Thaly y Nicolás llegaron a la habitación del hospital, esperaban las peores noticias. El médico y un par de enfermeras estaban frente a la cama del enfermo. Thaly se abrió paso y se echó a llorar sobre el pecho del profesor. Él no reacciono, tenía los ojos cerrados, los brazos raquíticos caídos a los costados y una mascarilla lo forzaba a recibir oxígeno por su boca entreabierta, contorneada por las arrugas y la flacidez causada por su delgadez extrema. Una enfermera intentó retirarla por la fuerza; la detuvieron, y con tranquilidad alguien la tomó del hombro y la incentivó a levantarse. Con la vista borrosa provocada por las lágrimas, apenas vio que se trataba del padre de Nicolás. El hombre la sacó de la habitación. Nicolás esperaba afuera, con unas ganas de consolar a Thaly en un abrazo inmenso. Tuvo que contenerse por la presencia de su padre.
—¿Va a ponerse bien? —le preguntó Thaly al mayor.
—No lo sé. Tal vez no le quede más que unas horas de vida, o esto se convierta en días, incluso semanas —respondió frotándose el cuello, de la misma forma que Nicolás hacía cuando se encontraba nervioso.
—Lo dice como si fuera algo malo —interpeló.
Los varones cruzaron miradas y Nicolás fue quien le habló ahora.
—Thaly, mi tío está sufriendo, se muere de manera lenta y dolorosa, hay momentos en lo que ni siquiera piensa con lucidez. Créeme que también me duele perderlo, pero tampoco puedo verlo así. Lo mejor es que se acabe su sufrimiento.
—¡Hablas como si fuera una mascota! ¿Le has preguntado qué piensa? ¡¿Si quiere morirse ya?! Aún hay muchas cosas que puedo aprender de él y estoy segura que él también quiere compartir bastante, en especial con su familia —«no querrá irse hasta que ustedes dos dejen de comportarse como idiotas y se reconcilien» se abstuvo de decir. Estuvo a punto de hacerlo, pero se mordió la lengua. En ese pequeño intervalo de tiempo había notado que Nicolás y su padre no se hablaban directamente, ni se habían saludado o consolado mutuamente por lo que ocurría; eso sumado a lo que sabía sobre su complicada relación y lo mucho que el ingeniero había intentado abogar por una reconciliación.
Resopló y les dio la espalda, oportunamente el celular del Dr. Cohen sonó y se alejó por el pasillo para responder.
Nicolás no se animó a decir nada. Más que nunca deseó fumarse un cigarrillo. Se abstuvo de salir porque no iba a dejar a Thaly sola en el frío pasillo del hospital y sobre todo, porque su padre de seguro había pensado lo mismo y la llamada telefónica era una excusa para llenar sus pulmones de nicotina en la entrada. Sentados en la sala de espera, Thaly para liberar la ansiedad empezó a juguetear con su collar, pasándolo por los dedos, enredando y desenredando la cadena. Nicolás la detuvo y le pidió que se lo quitara.
—¿Por qué? —preguntó apretando el dije con la mano.
Nervioso, Nicolás pasó la mano por su cuello.
—Es que... mira, ese collar era de mi madre, no quiero que lo vea mi padre. Juegas mucho con él y va a darse cuenta de lo nuestro en cuanto lo mire.
Thaly abrió más los ojos, de inmediato se quitó el collar y se lo extendió.
—Toma, no lo sabía, no puedo aceptarlo —dijo nerviosa, intentado devolvérselo.
—¿Por qué no? —su voz tenía un toque de decepción cuando lo recibió—. Basta con que lo guardes en el cuello de tu camisa y no lo saques.
—Si era de tu madre debe tener mucho valor para ti, no me sentiría bien usándolo.
—No seas tonta —le dijo con dulzura—. Cuando mi madre me lo dio, me pidió que se lo regalara a alguien especial, y eso hice. Estoy cumpliendo mi promesa.
Todavía estaba reacia a aceptarlo, pero él logró convencerla. Lo guardó bien en uno de sus bolsillos y ya sin el objeto que le ayudaba a manejar los nervios, la espera se hizo más difícil.
Thaly se negaba a irse, de haber podido, se habría quedado en vigilia toda la noche. Se movía inquieta de un lado a otro, ignoraba a Nicolás y al padre de este, ni siquiera le prestó atención a Micaela la hermana mayor de Nicolás, quien llegó preocupada. En circunstancias diferentes, esa mujer le habría causado curiosidad, pero en las circunstancias en las que se encontraba; no le interesó. Solo reparó un poco en su aspecto físico. A diferencia de su novio, ella sí se parecía a su padre, era alta y bonita, de cabello castaño muy rizado.
Cuando el médico abandonó por fin la habitación, dejó que la familia del enfermo ingresara primero. Hubiera querido abrirse paso de nuevo, pero de alguna forma sentía que ese lugar no le correspondía. Si bien el profesor era lo más cercano a una familia que había tenido, para él, ella era simplemente una alumna especial.
Después del desfile de gente y al filo del final de la hora de visita, pudo entrar a verlo. Aún llevaba la mascarilla de oxígeno y su aspecto físico era más demacrado que la última vez que lo había visitado, antes del paro respiratorio. Ya estaba despierto y con esfuerzo le regaló una sonrisa. Sus labios apenas se curvaron y sin necesidad de hablar, ella interpretó el gesto como: «aún no voy a dejarte».




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