Después de clases

Las cosas cambian

Tenía miedo de levantar la vista. Un nudo se formó en su garganta cuando escuchó la silla recorrerse y lo sintió sentarse en frente. No quería mirar, cerró los ojos esperando que fuese un sueño o se hubiese equivocado y no fuese quien pensaba.
—¿No vas a saludarme? —le preguntó.
Thaly por fin decidió levantar la vista para encontrarse con aquellos ojos verdes que le causaban tanta aprensión. Puso un gesto de angustia al observarlo bien. Su cabello castaño y ondulado estaba un poco más corto, sus facciones se notaban más marcadas y maduras, se notaba que había crecido y ejercitado por lo fornido de su físico.
—Saluda Natalia —le ordenó su padre sin prestarle verdadera atención.
Le dirigió la mirada un momento, luego a Vanessa, quien mantenía la cabeza gacha, tratando de hacerse la desentendida ante la situación. Volvió hacia Bruno, el joven que la miraba con una media sonrisa.
No se animaba a hablar; podría haberse quedado temblando en su asiento. Luego pensó que no lo aguantaría, reunió todo su coraje y se levantó de la mesa con ímpetu.
—¡Natalia siéntate! —le gritó su padre.
Ella cambió su expresión de angustia por una de ira.
—¡No! No pienso hablarle, y menos permanecer en la misma casa que él —se atrevió a hacerle frente y se retiró de la mesa.
Él se levantó también, la tomó bruscamente del brazo, apretándolo fuerte hasta que ella cayó al suelo por el dolor.
—No vas a ir a ningún lado —avisó levantándola del piso y sentándola en la silla—. No voy a aguantar tus berrinches. —Le soltó el brazo y la agarró por la nuca evitando que se levantara.
Bruno parecía disfrutar lo que ocurría, cruzó los brazos y se apoyó contra el respaldar de la silla, mirando a la muchacha ser maltratada.
—Déjala ir, no dejes que arruine la cena —intervino Vanessa por primera vez. Levantó sus cubiertos y comenzó a comer evitando mirar a ninguno de los dos.
—Vete a tu cuarto —dijo el general, soltándola.
Thaly no esperó ni un segundo y corrió a su habitación. Entró rápidamente y abrió el bolsón con el que había viajado. Comenzó a sacar la ropa sucia para poner otra cuando Vanessa entró.
—Bruno va a quedarse el resto de la vacación, puedes quedarte en casa de un amigo —dijo fríamente y salió cerrando la puerta.
No necesitaba que ella le diera permiso, no pensaba quedarse ahí. Abrió el armario para sacar ropa limpia y escuchó la puerta abrirse. Pensando que sería Vanessa, continuó con lo que hacía. Un suave clic le indicó que la puerta se había cerrado de nuevo, volteó hacia ella y se encontró con la mirada arrogante de Bruno.
—¿Qué haces aquí? —preguntó en un hilo de voz—. Vete. —Apretó el dije de su collar esperando que le diese fuerzas.
—¿No me digas que aún me tienes miedo? Es raro, la última vez que te vi te hiciste a la valiente para denunciarme —dijo calmadamente, caminando hacia ella.
—No te tengo miedo, es que no soporto verte. —Retrocedió un paso intentando ocultar el miedo que sentía.
—Alevosa como siempre. ¿Tienes idea de en cuantos problemas me metiste por tus estupideces? —La tomó del mentón, acercando su rostro—. Casi no entro a la universidad. Una denuncia de violación, por falsa que sea, te marca de por vida.
Ella intentaba soltarse, pero la sostenía con fuerza y la mantenía acorralada contra la pared.
—Solo déjame tranquila —pidió empujando su pecho y esperando que la soltara; aunque sabía que no se atrevería a nada estando sus padres ahí.
—Acepta que esto te encanta. —Volvió a sonreír con arrogancia—. ¿Todavía te gusto, verdad? Después de todo sigues siendo la misma perra —soltó con malicia.
Thaly trataba de no escucharlo, sabía que él intentaba lastimarla y amedrentarla, como una forma de venganza; no quería caer en su juego, pero cada vez temblaba más y él la iba presionando contra su cuerpo.
—Has crecido, y estás más bonita, voy a darte otra oportunidad —le habló al oído y rodeó su brazo alrededor de su cintura.
—¡Suéltame! —gritó deseando que alguien la escuchara.
Él se arrimó más a ella y se sobresaltó cuando la puerta se abrió abruptamente.
—Bruno sal de aquí —retumbó la gruesa voz del general.
El joven se apartó despreocupado, sin importarle que lo hubiesen descubierto; ella aprovechó de empujarlo y salir de la habitación, esquivando a su padre y a Vanessa.
Igual que hacía tres años atrás se encontraba corriendo hacia la calle. Ya estaba oscuro y su refugio de la última vez estaba cerrado. Cayó de rodillas ante la puerta de la iglesia, y por más que lo intentó, no pudo evitar llorar. Llevó las manos a su rostro y permaneció así hasta sentir que el frío calaba sus huesos. Había escapado tan rápido que no había podido sacar ni una chaqueta, ni dinero. Solo había un lugar al que quería ir, donde estaría refugiada. Tenía por delante muchas cuadras de caminata.
Andando casi por inercia llegó donde Nicolás al cabo de dos horas. No tenía la llave del departamento tampoco, así que tocó el timbre abrazándose así misma tratando de calentar sus helados brazos. Esperó largo rato, él no le abría. Había salido así que se sentó contra la puerta a esperarlo.
Nicolás había esperado la llamada de Thaly toda la tarde. Para la noche supuso que seguía de viaje así que decidió salir a comer solo. Se encontró con un par de amigos en el camino y volvió tarde.
Subía con calma las gradas del edificio, fumando un cigarrillo, hasta que vio a Thaly dormida en el piso, apoyando su cabeza en las rodillas. Subió corriendo las últimas escaleras y se arrodilló frente a ella.

—¿Thaly qué haces aquí? —Le acarició la frente, angustiado—. ¿Por qué no entraste? —preguntó al ver que abría los ojos.
Ella lo abrazó desesperadamente, sin pronunciar palabra, necesitaba sentir que la protegía, que impediría que nada malo le volvería a suceder.
—Todo va a estar bien. No dejaré que nada malo te pase —repitió exactamente las palabras que ella quería oír.
La levantó del piso y la llevó dentro. Thaly todavía no hablaba, mantenía la mirada perdida, sin expresión alguna en su rostro. Nicolás la sentó en la silla del comedor y le preparó un vaso de agua con azúcar para que saliese del trance en el que se encontraba. Aproximó el vaso a su boca y ella bebió un trago, aún sin recuperarse.
Se puso detrás de ella y la abrazó esperando que se calmara. Sintió su piel helada y la soltó para traerle algún abrigo, pero ella lo detuvo de inmediato, no quería que la soltase ni un momento. Dándole a entender que no se moviera, se quitó su propia chaqueta y se la puso sobre sus hombros. La abrazó más fuerte y la llevó al sillón. La sentó en su regazo y la acurrucó como si de una niña pequeña se tratara. No se animaba a preguntarle lo sucedido, decidió quedarse así toda la noche si era necesario hasta que ella hablara por propia voluntad.
—A veces creo que hace todo esto solo para lastimarme —habló de improvisto.
—¿Qué te hizo ahora? —no necesitaba preguntarle de quien hablaba, lo sabía perfectamente.
—Llegué a casa y Bruno estaba ahí. Va a quedarse un par de semanas —sollozó ocultándose en su pecho.
—¿Quién es Bruno?
—Un sobrino de Vanessa...
No la dejó continuar. Tomó su rostro.
—¿Te hizo algo? —preguntó preocupado. Ella negó con la cabeza.
—Mi padre entró a tiempo.
—¡No voy a seguir soportando esto! —le gritó indignado—. No vas a volver a esa casa —aseveró con tono firme. Intentó levantarse y ella lo abrazó, esta vez era ella quien lo tranquilizaba.
—Solo se quedará unos días, luego se irá. Vanessa dijo que puedo quedarme en casa de un amigo ¿Puedo quedarme aquí?
—No necesitas preguntar eso, no iba a dejar que te fueras a otro lado. Sin embargo, no voy a dejar las cosas así —puso el único semblante que lograba atemorizarla.
Presentía qué estaba pensando y qué acciones tomaría al respecto. Eso complicaría las cosas para ambos.
—Olvídalo, no hagas nada. La última vez que intenté hacer algo todo fue peor. Ahora ya no soy tan estúpida como antes. Esa vez también tuve la culpa...
—¡Tú no tuviste la culpa de nada! ¡No vuelvas a pensar así! —Se enfadó al escucharla. Era el colmo que se culpase por algo como eso. La agarró de los hombros en señal de reprimenda, viéndola volver a su expresión de angustia.
—Ni siquiera sabes lo que pasó —habló casi en un murmullo.
Él la miró esperando que le contara, aunque no estaba seguro si en verdad quería escucharlo; tal vez no podría soportarlo. De todas formas necesitaba quitarle ese peso de encima, hacerle saber que ella no tenía ni la más mínima responsabilidad por las acciones de ese hombre.
—Él... me gustaba mucho, o al menos eso creía —continuó—. Yo era una niña tonta, ilusionada con un chico que seguro apenas notaba mi existencia. Pero, la última vez que vino hace tres años me trató de forma diferente. Él tenía diecisiete años y no pensé que me tomaría en serio, pero, aun así mantenía la esperanza. Estaba con Alex en ese tiempo, y terminé con él porque no me parecía correcto ser su novia sintiendo que me gustaba alguien más, aunque no me correspondiera. Un par de días antes de que Bruno regresara a Inglaterra, yo volví del colegio, no había nadie en casa y Andrea había salido de compras. Me senté en la sala a leer un libro y cuando él llegó se sentó a mi lado y comenzó a conversar conmigo. Me sentía ridículamente feliz, y todavía más cuando me dijo que le parecía muy linda. Comenzó a acariciarme y a decirme un montón de tonterías —resopló al sentirse patética por haber caído con eso—. Después me besó; hasta ahí todo estaba bien, creí que él sería como Alex y no querría nada más. Hasta que me pidió que fuéramos a su cuarto. Ingenuamente le pregunté para qué —comenzó a sollozar. Nicolás intentó que parase, pero ella prosiguió—. Se abalanzó sobre mí y me besó y acarició de una forma diferente. Me asusté y lo aparté a un lado, pero el insistía. Intenté irme, me agarró de la camisa y me arrastró hacia su cuarto. Me lanzó contra la cama y trancó la puerta. Yo no creía que eso me podía estar pasando. Intenté escapar nuevamente. Me pegó y me tumbó en la cama. Se puso sobre mí y aún si yo no accedía voluntariamente iba a hacerlo por la fuerza. En un momento perdí toda esperanza. Ya me estaba desvistiendo y me tocaba de una forma tan lasciva... me cansé de luchar y pensé que si me quedaba quieta y lo dejaba todo terminaría más rápido. Pero Andrea volvió en ese momento. Tocó la puerta y llamó a Bruno. Él me tapó la boca y me ordenó que me quedara callada o iba a golpearme de nuevo. Se levantó para decirle que se fuera. Yo volví a ver una esperanza. No recuerdo bien que pasó, solo sé que lo golpeé con algo, empujé a Andrea y salí de ahí... —El estómago se le revolvió al recordarlo, Nicolás tampoco lo aguantaba, ya había oído suficiente.
—Olvídalo, nunca más volverá a pasar algo así. —Se calmó para que ella no sintiera su tensión.
Thaly sollozó un momento, pero se sentía mejor. Era como si se deshiciera de ese recuerdo, como si Nicolás lo hiciera desaparecer. Creía en sus palabras. Confiaba en él como una niña pequeña en su padre. Él no dejaría que nada malo le ocurriera de nuevo. Pensarlo le devolvió la alegría. Estaba junto a él, no podía pedir más; encima podría pasar el resto de la vacación sin separarse de su lado. La visita de Bruno había traído algo bueno después de todo.
—¿Ya estás mejor? —le preguntó al verla levantarse con una pequeña sonrisa.
Asintió, y ahora era él quien se sentía mal. No importaba que pensara Thaly, no dejaría las cosas así.
Todavía la sentía helada, y de seguro estaba cansada. La convenció de darse un baño tibio antes de dormir mientras él cavilaba qué haría con ella. Aunque parecía más animada, seguro aún necesitaba consuelo. Abrió su armario y sacó una camiseta para que durmiera, la depositó sobre la cama y encendió la calefacción.
Thaly salió al cabo de unos minutos, envuelta con una toalla. Se sentó al borde de la cama, desenredando su largo cabello con los dedos. Nicolás la notaba tan linda con las gotas de agua cayendo de su cabello a su frente, que no pudo evitar sentarse a su lado y abrazarla. Acarició sus hombros y notó el morete que su padre le había ocasionado durante la cena. Ella intentó ocultarlo en cuanto lo vio. Él tomó su brazo y le dio un tierno beso, luego otro más y luego varios, subiendo de su brazo a su cuello, sus mejillas y sus labios. Después de lo ocurrido no estaba seguro si ella se sentía cómoda, pero le respondía ansiosa y apasionada. Eso era lo que ella necesitaba con desesperación, sentirse querida, que él la amaba, sentirse más que un simple objeto, usado y abandonado.
La forma en la que ella lo besaba comenzaba a emocionarlo. Mordió sus labios con suavidad y enredó los dedos en su mojada cabellera. Sin pensarlo desató la pequeña toalla que cubría su desnudez. La bajó hasta su cintura, esperando un momento su reacción, dándole la última oportunidad de detenerlo. La miró un momento, y ella intentó cubrirse con los brazos tímidamente al ver la forma dulce y embelesada con la que él contemplaba su torso desnudo. La agarró suave de las muñecas y la recostó en la cama, besándola de nuevo. Se levantó un momento mientras ella se arrastraba hasta el centro de la cama, despojándose completamente de la prenda que la cubría. Él la tenía como lo había deseado desde hacía mucho: desnuda y completamente a su merced. Se arrodilló sobre ella sin apoyar su peso, despojándose de su camiseta y volviendo a tomar posesión de aquellos dulces labios que eran su anhelo y desesperación. Thaly lo rodeaba con sus brazos y acariciaba su espalda, experimentando la misma mezcla de nerviosismo y felicidad de la primera vez que él la había besado. Su relación maestro-alumna se hacía nuevamente presente en la cama. Ella con su inexperiencia, y él con el deseo de enseñarle esa forma adulta de expresar el amor.




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