Después de clases

Feliz cumpleaños

Admitía que Martha se veía hermosa, llevaba un vestido rojo ceñido al cuerpo que delineaba sus caderas anchas y un grande y bien formado busto. Thaly bajó la mirada hacia su propio cuerpo y comenzó a compararse; al contrario de Martha sus caderas eran angostas, su cuerpo muy delgado y su busto pequeño, no era ni la mitad que el de esa hermosa mujer. Siguió observándose, le parecía que su figura era muy infantil, ni siquiera parecía el de una chica de diecisiete. Alzó la vista y se encontró con un par de ojos azules que la miraban a escasos centímetros de su rostro. No pudo evitar sonrojarse, no se había dado cuenta de que estaba siendo observada.

—¿Qué mirabas? —le preguntó Nicolás sin apartar su rostro.

Dudó un momento en contestarle, finalmente se hizo a un lado.

—Este ridículo vestido que me hicieron poner —intentó sonar disgustada y segura.

—Yo creo que te ves muy linda con él —la alagó al tiempo que le entregaba un obsequio y le daba un suave beso en la mejilla, ocasionando que el leve tono rosa que tenía antes en las mejillas se tornase en un rojo intenso. Solo atinó agradecer y rasgó el envoltorio con impaciencia. Encontró una casita de cartón en la cual se encontraba un perrito café de peluche con un gran moño rojo alrededor del cuello.

—Me contaron por ahí que te gustan los perritos, y pues no se mucho de peluches, pero este me dijo que quería venir contigo —él no sabía bien qué decirle, la verdad era que había pasado toda la tarde anterior mirando miles de perros de juguete hasta encontrar el mejor de todos; había vuelto loco al vendedor haciéndole sacar hasta los peluches que tenía en el depósito y forzándole a dejar la tienda abierta más allá de la hora de atención mientras inspeccionaba indeciso a cada perro. Thaly pensó que era el mejor regalo que le habían dado; tuvo el impulso de gritar emocionada y abrazar a Nicolás; pero eso era de niñas tontas, pensaba, así que se limitó a dar unas tímidas gracias mientras abrazaba al peluche.

Ella no desprendía la vista del regalo y Nicolás la miraba atentamente. Se veía muy tierna y tranquila, a diferencia de cuando estaba en el colegio buscando pelea. El vestido también era un cambio grande en ella, la hacía verse más delicada y femenina; su cabello suelto lucía suave y hermoso por cómo caía sobre sus hombros, era la primera vez que él la veía con el pelo suelto dado que siempre lo llevaba sujeto en una cola alta. Sus brazos al descubierto delataban varios garabatos en su antebrazo. Números escritos con marcador que ni en varias lavadas habían salido por completo. Por un momento Nicolás se distrajo intentando descifrarlos. En su muñeca izquierda se veía el número 303. Más abajo estaba uno completamente indescifrable y al lado un 267 tachado en medio. Ya antes había notado esos números, mas nunca se había atrevido a preguntarle qué eran. Le resultaba entretenido adivinar.

Permaneció hipnotizado contemplándola hasta que ella volvió a dirigirle la mirada, entonces salió del trance y decidió comentar algo.

—Qué bonita fiesta.

—Claro que no, es horrible, esto es más aburrido que la clase de matemáticas. No sé por qué no puedo tener una fiesta normal —contestó con un dejo de tristeza—. Debes estarte aburriendo.

—No claro que no, acabo de llegar y me gusta la comida, aunque es raro que sirvan salmón y caviar en lugar de papitas y dulces.

—Sí, lo sé, odio el caviar, me da asco ¿cómo pueden comer huevos de pescado? —preguntó asqueada.

—A mí tampoco me gusta y aunque no creas tuve un par de fiestas como esta. Mi padre fue diplomático en varios países y cada semana teníamos una aburrida reunión con otros diplomáticos y embajadores. Mis hermanas y yo lo odiábamos, así que escapábamos de la fiesta, nos metíamos en el armario donde los invitados dejaban sus abrigos, abríamos las carteras, sacábamos objetos y los metíamos en otras carteras o en los bolsillos de los abrigos. Después escuchábamos en el club que más de una señora había estado a punto de matar a la otra por ladrona, o que al encontrar lápices labiales y perfumes en los bolsillos de sus esposos, pensaban que tenían otra mujer; aunque la mayoría de las veces era cierto.

Thaly escuchaba el relato, no conocía mucho sobre él y ahora sabía que su padre había sido diplomático, que había vivido en muchos lugares y que tenía hermanas; la historia fue interrumpida cuando apareció Martha.

—Ahí estaban— afirmó con una sonrisa. —Feliz cumpleaños Thaly— la felicitó extendiéndole un pequeño regalo, el cual recibió apretando los dientes. —Nico vamos para allá, seguro Thaly quiere estar con el resto de los niños—. Añadió jalando a Nicolás del brazo hacia los otros maestros. Thaly ahora estaba furiosa, ella no era una niña, su profesora era una entrometida y de haber tenido un motivo real la habría sacado a patadas de su casa.

Todavía miraba hacia sus maestros con bronca cuando Alex la llamó. Vio que se dirigía a la puerta con el resto de sus amigos, él abrió un poco su chaqueta y le mostró una botella de whisky que había sustraído de una de las mesas. Lanzó un suspiro y decidió seguirlos. Salieron al jardín alejándose de la casa, ya empezaba a oscurecer y ocultos detrás de los árboles era difícil distinguir qué hacían.

 

***

—Bien, Thaly empieza por ser la del cumpleaños —anunció Alex mientras le servía whisky en un vaso de plástico. Ella lo aceptó y empezó a tomar de a poco, cuando un chico sentado a su lado le volteó el vaso hacia su boca, ocasionando que el contenido se vaciase sobre ella.




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