Al despertarme, no me apetecía ir a correr. No me apetecía hacer nada.
Me acurruqué un poco más entre las sábanas antes de decidir que ya era hora
de levantarme. Me incorporé y me estiré, mirándome en el espejo.
Últimamente, me daba la sensación de que estaba más apagada que de
costumbre. Necesitaba hablar pronto con Shanon. La echaba de menos.
Muchísimo.
Abrí la puerta de la habitación y me dirigí a la cocina, pero me detuve en
medio del pasillo cuando escuché la voz de Will.
—...no tanto —y conocía ese tono.
Era su tono de papá preocupado.
¿Qué le preocupaba?
Hubo un momento de silencio y, por algún motivo, supe que era mejor no
desvelar que estaba ahí. Me quedé en el pasillo en completo silencio, escuchando.
Eso se llama invasión de priv...
—¿No ha salido? —preguntó Jack en voz baja.
Vale, quédate. A la mierda la invasión de privacidad.
Vale, ahora solo tenía que adivinar de qué hablaban.
—No —dijo Will.
Silencio de nuevo.
—No es muy normal en ella no salir a correr —murmuró Jack.
¿Correr? ¿Hablaban de mí? Sí, no había nadie más ahí que saliera a
correr. Tenía que ser yo. Me emocioné incluso sin quererlo.
—Ross, no creo... —Will suspiró y buscó las palabras adecuadas—.
Mira, anoche... te dije que mantuvieras las distancias.
—Lo intenté. No pude.
—Sí, lo sé. Y mira cómo terminasteis.
Escuché un suspiro de Jack y agudicé el oído.
—Estoy harto de todo esto —murmuró él.
—Lo sé.
—De todo —aclaró, aunque yo no lo entendí. Will sí, obviamente.
—Lo sé —repitió en un tono más triste.
Silencio de nuevo.
—¿Crees que...? —empezó Jack.
—No —le dijo Will.
¿Si creía qué? ¿Por qué no podían hablar como dos personas normales en
lugar de entenderse con tan solo mirarse? Ugh. Qué odiosos podían llegar a
ser.
No quería cruzarme con Jack. Era infantil, pero quería intentar evitarlo
lo máximo posible. Había dormido fatal. Sus palabras habían estado
retumbando en mi cabeza durante horas. Incluso cuando escuché que él
volvía a entrar en casa. Me había quedado escuchando sus pasos en el salón
antes de que se tumbara en el sofá para dormirse. No habíamos vuelto a
hablar, obviamente.
Opté por ducharme directamente. Cuando terminé, me envolví en una
toalla y me quedé mirando a mí misma en el espejo. Vale, definitivamente
estaba más apagada. Suspiré y me vestí rápidamente.
Cuando abrí la puerta y me dirigí a la cocina, me encontré directamente
con Jack. Al cruzarnos, evité su mirada estratégicamente, aunque noté que él
clavaba los ojos en mí al pasar por mi lado. Ninguno dijo nada. Él entró en
el cuarto de baño y yo en el salón.
Sue y Mike estaban en el sofá hablando en voz baja. Mike sonrió
ampliamente al verme llegar.
—Si es la protagonista de anoche —dijo.
—¿La protagonista?
—De la discusión a gritos —aclaró.
—Pero... si tú no estabas, Mike.
—No, pero tengo un topo infiltrado —señaló a Sue con la cabeza.
—Serás chivata —mascullé, mirándola de reojo y sentándome con ellos
en el sofá.
—¡Quiero enterarme de las actualizaciones de vuestra relación! —
protestó Mike—. Cuando él vuelva a dormir contigo, yo podré volver a mi
querido sofá. Lo echo de menos.
—Vale, lo primero —lo miro—, ¿qué te hace pensar que va a volver a
dormir conmigo?
Él y Sue intercambiaron una mirada antes de poner los ojos en blanco.
—Vale, dejadlo —suspiré—. Y segundo... ¿por qué no puedes dormir en
el otro?
—Vamos, cuñada, ¿crees que Jackie me dejaría dormir en la misma sala
que él?
—Mhm... no.
—Entonces... —Sue me miró, sedienta de chismes—, ¿qué pasó
exactamente?
Enarqué una ceja en su dirección.
—Que peleamos.
—Sí, hasta ahí hemos llegado —Mike suspiró—. Tu futuro marido casi
no me ha dejado entrar. Estaba de muy mal humor.
—Mi futuro marido —negué con la cabeza, entre divertida y triste con la
idea—. Solo... discutimos. Nunca había discutido así con él. Y él... quizá...
yo... le dije que su problema era que seguía enamorado de mí.
—Bueno, no es algo que pueda negar —murmuró Sue.
—Él me dijo que el mío era el mismo. Que también sigo enamorada de
él.
—¿Y sigues estándolo? —me preguntó Mike.
Lo miré un momento.
—¿Eh?
—Enamorada de él. ¿Sigues estándolo?
Silencio. Aparté la mirada. No tenía sentido mentir.
—Dudo que alguna vez haya dejado de estarlo.
Los miré cuando noté que se habían quedado en silencio. Me sentía como
si me hubiera quitado un gran peso de encima. Fruncí el ceño cuando vi que
los dos tenían pequeñas sonrisitas en los labios.
—¿Qué os hace gracia?
—¿Qué es ese ruido, agente Susie? —preguntó Mike.
—Vuelve a llamarme Susie y te castro.
—¿Qué es ese ruido, agente Sue?
—Suena a... no lo sé, ¿qué crees tú, agente Mike?
—Yo creo que es el ruido que anuncia que... —sonrió ampliamente—,
¡vuelve el equipo de la droga!
Los dos me miraron fijamente en busca de una reacción que tardó unos
segundos en llegar.
—¿Hola? —Mike chasqueó los dedos delante de mi cara—. El equipo
de la droga, ¿recuerdas?
—¿El equipo de la droga? —repetí—. ¿Eso no fue cuando fumamos
marihuana?
—Podemos volver a fumarla, si quieres —ofreció Sue—. Yo no me
quejaría.
—No es eso... pero... ¿y qué hace exactamente el equipo de la droga? A
parte de fumar, claro...
—Se encarga de alegrar tu hogar... —empezó Mike.
—...o parasitarlo —Sue le enarcó una ceja.
—De sonreír siempre...
—...o nunca.
—De la felicidad de los demás...
—...o de destrozarla.
—Y, lo más importante... ¡están especializados en reconciliaciones!
Mike me miró, entusiasmado.
—Reconciliaciones —repetí.
—Si Ross y tú necesitáis un empujoncito, os lo daremos.
—Y si literalmente queréis un empujón, también os lo daremos sin
problemas —añadió Sue.
—Chicos, os lo agradezco, pero...
Me detuve cuando mi móvil empezó a sonar. Ellos empezaron a
cuchichear mientras yo respondía. Era un número que no tenía guardado.
—¿Sí?
—Eh... hola.
Me quedé mirándolos un momento antes de cerrar los ojos un momento.
Lo que me faltaba.
Venga ya.
—¿En serio? —pregunté en voz baja.
—No quiero pelear —me dijo Monty.
—Tú siempre quieres pelear —puse los ojos en blanco.
—¿Tengo que suponer que ya habías borrado mi número? —murmuró—.
Me ha sorprendido que me respondieras.
Tardé unos segundos en responder. Estaba agotada. Mi cerebro se sentía
como si se hubiera fundido. Sue y Mike me miraban fijamente, curiosos.
—Yo... yo no... —no sabía ni qué decirle—. ¿Qué...? ¿Te has equivocado
de número?
—¿Yo? No.
—Es que... —puse una mueca—. Hace un año que no hablamos. Y estaba
casi segura de que era por decisión mutua.
—Solo quería preguntarte qué tal te va todo, Jenny.
Silencio.
—¿Seguro que es solo para eso? —enarqué una ceja.
—¿No te fías de mí?
—Monty, ¿qué quieres?
—¡Lo digo en serio, solo quiero saber cómo estás!
—En más de medio año de relación, nunca me llamaste solo para saber
cómo estaba —murmuré—. Ni una sola vez. ¿Qué quieres?