Estaba ordenando mis apuntes en el portátil mientras veía, de reojo, que
Lana y Naya hablaban atropelladamente de no sé qué de su clase en el otro
sofá.
Me fijé en que Will miraba algo de su móvil y se ponía de pie, yendo a
fumar al tejado. Lo seguí con la mirada y, en cuanto estuvo fuera, miré a las
chicas.
—Um... ¿puedo preguntaros algo?
Las dos se giraron hacia mí al instante, sedientas de curiosidad.
—¿Tú quieres preguntarnos algo? —preguntó Lana, confusa.
—Es la primera vez, ¿no? —quiso saber Naya.
—¿Puedo preguntarlo o no? —puse mala cara.
—¿El qué? —preguntó Naya.
—Tenéis que prometerme que no se lo diréis a nadie —las señalé.
—Ya tienes mi interés —me aseguró Lana.
—Eh... —pensé un momento en cómo formular la pregunta—. ¿Quién es
Vivian?
Hubo una pausa cuando me miraron como si me hubiera salido otra
cabeza.
—¿No sabes quién es? —Lana frunció aún más el ceño.
—Vivian Strauss —remarcó Naya, mirándome.
—¿Debería saber quién es? —pregunté, confusa.
Las dos se pusieron de pie y se acercaron, sentándose cada una a un lado
y echándome del sofá, por lo que tuve que sentarme en la alfombra mientras
usaban mi portátil. Me crucé de brazos, mirándolas.
—Eso es mío —les recordé.
—Cállate. La estoy buscando —murmuró Naya, centrada en su labor.
—No me puedo creer que nos sepas quién es —me dijo Lana—. ¿Vives
bajo una piedra o algo así?
—¿No podéis decirm...?
Me quedé callada cuando giraron el portátil hacia mí y me quedé
mirando a una chica con un vestido verde largo en una alfombra roja. Piernas
y brazos largos y bronceados en un perfecto dorado, cintura estrecha, pechos
abundantes y cuello delgado enmarcando una cara de rasgos finos de ojos
celestes y pelo rubio.
Y, todo eso, mirándome a los ojos y riéndose de mi asquerosamente
normal cara.
Toma ya.
—Es como... superfamosa —murmuró Naya.
—Y es la protagonista de la película de Ross —me dijo Lana.
Me quedé mirándola un momento.
—¿Qué? ¿Esa? —parpadeé varias veces para asegurarme de lo que
estaba viendo.
Al final, me puse el portátil en el regazo y empecé a pasar las fotos,
disgustándome cada vez más. ¿Por qué todo el mundo en la vida de Jack era
tan perfecto?
Es decir, todo el mundo menos yo. Qué deprimente.
—Sí —Naya suspiró—. Y la prensa está obsesionada con que estén
juntos.
—Y ella también —Lana empezó a reírse, a lo que Naya la acompañó.
Mis ojos se despegaron de la pantalla para clavarse en ellas.
—¿Qué queréis decir?
—Ross la rechazó mil veces.
—¿Entonces... no están juntos? —quizá mi voz no debería haber salido
tan ansiosa.
—Honestamente, Jenna —Lana me miró—, dudo que Ross vuelva a estar
con alguien después de lo que os pasó. Nadie que no seas tú, quiero decir.
—Eh... —intenté recuperarme de la bomba que acababa de soltarme,
pasando fotografías y buscando cualquier imperfección en ellas—. ¿Y... la
prensa? ¿Por qué se interesan en ellos?
—Ross es la estrella del momento —Naya sonrió—. Todo el mundo
quiere saber de él.
—Y él no dice nunca nada —añadió Lana.
—Cuando no dices nada de tu vida...
—...o cuando evitas preguntas...
—....haces que la gente se interese aún más por ella.
—Sí. Hace un montón de entrevistas. Siempre le sacan el tema.
—Entonces, ¿ella...? ¿Siente algo por él?
—La verdad es que no la conozco —Naya se encogió de hombros—.
Pero mañana lo haré. Es el estreno de la película.
¿Mañana? ¿Ya?
—¿Y... Ross irá con ella?
—Seguramente —murmuró Naya—. Seguro que habrá un montón de
famosos.
—Yo ligaría con alguno, pero el idiota no me ha invitado —protestó
Lana.
—¿No te ha invitado? —pregunté, curiosa.
—Solo a mí, a Will, a Sue y a su familia —dijo Naya—. Nadie más. El
resto son familiares de los demás, prensa o famosos.
A mí tampoco me había invitado, pero no podía culparlo por ello.
Después de todo, apenas habíamos podido mantener una conversación en las
semanas que llevaba ahí. Al menos, las cosas habían mejorado un poco esas
semanas.
Más que nada, porque yo había insistido en ello. En hacer cosas como
preguntarle cómo había dormido por las mañanas, pedir su comida favorita,
no dejar que Naya nos torturara con sus películas malas... en fin, detalles.
Pero estaba funcionando. Al menos, ya me hablaba con naturalidad.
Will siempre me miraba divertido cuando veía lo que me traía entre
manos. Si alguna vez no me funcionaba, me daba una palmadita reconfortante
en el hombro.
—Entonces —volví a la realidad—, ¿esta chica es...?
Y el ruido de la puerta principal fue como un latigazo que nos hizo
reaccionar. Era ridículo, pero reconocía quién entraba por la puerta solo por
oír sus pasos. Había llegado a ese punto. Y era Jack. Gracias a mi mirada de
horror, Lana y Naya también lo supieron enseguida.
Di tal respingo que cerré el portátil de un golpe. Puse una mueca.
Esperaba que siguiera vivo. Naya y Lana también entraron en modo pánico y empezaron a empujarse entre ellas para alcanzar el portátil primero. Al final,
lo solucioné sentándome encima de él con cuidado de no aplicarle
demasiado peso.
—Nunca viene hasta la hora de cenar —masculló Naya en voz baja,
intentando colocarse en una posición natural, enfadada—, y tiene que elegir
hoy para hacerl... ¡hola, Ross!
Jack se acercó a nosotras con expresión indiferente, pero se detuvo
cuando vio que las tres lo mirábamos con sonrisas inocentes. Una de sus
cejas se curvó un poco.
—Vale. ¿Qué hacéis?
—¡Nada! —exclamó Naya, sonriente.
—¡Eso, nada! —Lana asintió con la cabeza, demasiado entusiasta.
Jack se giró directamente hacia mí. Oh, no. Era el objetivo fácil y lo
sabía. Asqueroso. Empecé a entrar en pánico porque no estaba preparada
para fingir una mentira. Iba a pillarme si abría la boca.
Así que esbocé una sonrisa incrédula, como si no supiera qué quería.
—¿Qué tienes debajo? —me preguntó él, acercándose.
—¿A qué te refieres, Ross? —preguntó Lana, leyéndome el pensamiento.
—No te estoy hablando a ti, Lana —le dijo sin mirarla, acercándose a mí
—. ¿Qué escondes?
—¿Yo? —me sonó la voz aguda—. ¿De qué hablas?
—Del portátil que tienes debajo —me dijo—. ¿De qué dimensiones te
crees que tienes el culo? Puedo verlo perfectamente.
Miré a Lana y Naya, que no sabían que hacer.
Mierda.
Como lo abra, vamos a reírnos un rato.
—¿Qué portátil? —pregunté torpemente.
Puso su cara de ¿en serio te crees que soy tan idiota como para no ver
que tienes un portátil bajo el culo? y yo suspiré.
—¡Solo... corregía unos apuntes! —murmuré, quitándolo de debajo de mí
y dejándolo en la mesa—. No seas paranoico.
—Eso, Ross, no seas paranoico —Naya asintió con la cabeza.
Nos miró unos segundos más con una expresión que dejaba claro lo que
pensaba de nosotras. Entonces, Will volvió del tejado y se acercó, curioso.