Al día siguiente, Jack había desaparecido. Intenté disimular mi descontento
saliendo a correr. Lo más probable es que tuviera una entrevista en algún
lado. Seguía sin acostumbrarme a que todo el mundo lo conociera. Era muy
extraño.
Al volver a casa, Mike estaba solo en la barra, mordisqueando un trozo
de pizza fría mientras veía a Chris roncando en el sofá.
—¿Qué se siente al haber pasado de ser el parásito número uno al
número dos? —bromeé, sonriendo.
—Tenéis suerte de que sea un hombre de moral alta —murmuró—. Si no,
esos comentarios me hubieran derrumbado hace tiempo.
—Si solo bromeo —le guiñé un ojo—. Además, seguro que lo de Chris
es temporal. Esta noche tiene una cita con Curtis. Bueno, eso intentaré. Tengo
que hablar con él.
—¿Y quién es Curtis? ¿Qué me he perdido? ¿Por qué ya nunca me
contáis nada?
—Es un amigo mío de clase. Te buscaría una chica a ti, pero ya te sirves
tú solo en los conciertos.
—Sí, eso es verdad —sonrió ampliamente como un niño pequeño—.
Pero el sexo indiscriminado cansa. A veces, lo que quiero es llegar a casa y
encontrar una novia que me quiera y todas esas cursiladas.
—¿En serio? —no pude evitar el tono sorprendido.
—Sí, pero luego veo a Naya embarazada y a Will amargado y se me
pasa —sonrió—. Por no hablar de que os veo a ti y a Jackie.
Negué con la cabeza, divertida, y me puse de pie para ir al cuarto de
baño.
—Esos pantalones te quedan muy bien, cuñadita —añadió—. Te hacen
mucho más... ¡eh! ¡Mi desayuno!
Chris le había lanzado una almohada a la cara y la pizza había caído
dramáticamente al suelo.
—Intento dormir —le dijo, volviendo a hundirse en la otra almohada.
—¡Era mi desayuno! ¡¿Cómo te atreves...?!
Cerré la puerta del servicio para no oírlo y me di una ducha rápida.
No pude volver a ver a Jack en todo el día por culpa de mis clases. Y
una parte de mí estaba un poco nerviosa. Nunca sabía qué Jack iba a
encontrarme al llegar a casa. Algunas veces, dedicaba sonrisas fugaces —
porque ya apenas sonreía— y otras era mejor ni dirigirle la palabra.
Esperaba que hoy fuera de las primeras y fuera a la premiere de buen humor.
Sí vi a Curtis, al que iba actualizando de mi vida amorosa vacía e
inexistente. Él me escuchaba, como siempre. Era muy buen chico. Al final
del día, le comenté lo de Chris y me aseguró que lo animaría a su manera
antes guiñarme un ojo y marcharse felizmente.
Al volver a casa era ya muy tarde. Abrí la puerta y vi que había zapatos
de tacón tirados por el pasillo, cosa que solo podía significar una cosa:
Naya estaba arreglándose yendo de un lado a otro. Efectivamente, vi que
salía con un vestido rosa precioso y el maquillaje a medio hacer. Puso una
mueca al verme.
—¡Estoy muy estresada!
Me reí. Sue llevaba puesto un vestido, también. Y también le quedaba
genial. Incluso se había pintado los labios. Will y ella estaban sentados en
los sofás mientras esperaban pacientemente a Naya. Él llevaba un traje negro
que le iba como un guante. No pude evitar sonreír al verlo.
Chris, por otra parte, estaba ocupando el cuarto de baño, cosa que no era
del agrado de Naya, que le golpeaba la puerta como si fuera a derribarla.
—¡Chris! —gritó Naya, golpeándole la puerta—. ¡Abre la puerta, lo digo
en serio!
—¡Me toca a mí! ¡Tú ya has tenido media hora!
—¡Hace veinte minutos que estás ahí encerrado!
—¡Pues necesito veinte minutos más!
—¡No vas a arreglarte la cara ni con veinte minutos ni con cuarenta! ¡Sal
ya!
—¡No! ¡Y ahora tardaré más!
—¡Tú no tienes maquillaje de arreglar, pedazo de egoísta!
Will suspiró, acariciándose las sienes como si le doliera la cabeza.
—Me recuerda a cuando vivían juntos —murmuró.
Yo me acerqué a él, sonriendo divertida.
—Mírate, qué guapo. Pareces un señorito de clase alta.
Me puso una mueca al instante.
—Ya me gustaría verte enfundada en esto durante cuatro horas seguidas.
No sonreirías tanto.
—Se te olvidará que lo llevas puesto cuando te sientes —le aseguré—.
Y seguro que no es peor que llevar tacones. En fin... voy a echar una mano a
tu novia. Creo que la necesite
—Sí, por favor —masculló Sue—. Como no se callen, voy a ir yo al
baño y zanjaré el problema a mi manera.
Naya estaba en modo desesperación porque no le salían las dos sombras
de ojos igual de bonitas y no podía entrar en el cuarto de baño invadido por
su hermano. Tuve que hacerlo yo y pareció satisfecha con el resultado,
porque se fue corriendo a por sus zapatos. Cuando volví al salón, vi que los
demás estaban de pie. Jack seguía desaparecido. Ni siquiera tuve que
preguntar para que Will me hiciera un gesto hacia la habitación.
Me acerqué a ella y llamé a la puerta con los nudillos. Esta cedió por
estar abierta. Jack estaba delante del espejo de mi armario, frunciendo el
ceño a su corbata azul. Me miró de reojo al oírme llegar. Yo no pude evitar
una mueca burlona al ver el desastre que se había hecho en el nudo.
—¿Qué es tan gracioso? —masculló de mal humor.
—¿Alguien no sabe atar su corbatita?
—Cállate. Sé hacerlo —murmuró, frunciendo el ceño a su reflejo.
—Puedo ayudarte —ladeé la cabeza.
—¿Sabes atar una corbata? —puso una mueca.
—Aunque te parezca mentira, mi instituto era de uniforme. Tenía que
hacerme el nudo de la corbata cada mañana. Creo que me las puedo apañar.
Me acerqué a él cuando quitó las manos y deshice el desastre que había
armado. Alisé un poco la corbata, que había dejado llena de arrugas. Noté su
mirada clavada en mí mientras lo arreglaba, pero conseguí fingir que no me
daba cuenta.
—Tengo que decir que nunca creí que te vería en traje y corbata —
murmuré, divertida—. Aunque es una corbata preciosa. Seguro que quien te
la recomendó tiene un gusto excelente.
—O es una pesada que no me dejó comprar la que quería.
—Serás idiota.
Él sonrió por unos instantes, pero no tardó en volver a poner una mueca.
—Si no me obligaran a no hacerlo, iría en sudadera.
—En una sudadera de Tarantino —murmuré.
—O de The Smiths.
—O de Pumba.
—O de Mushu.
Dejé de sonreír al instante en que terminó de decirlo. Él había empezado
a sonreír. Lo señalé.
—¿A que te haces tú el nudito, listo?
—Vale, vale.
Al final, se lo hice yo. Con sorprendente habilidad. Y eso que hacía casi
dos años que no tenía que hacer uno. Se la metí en el traje y le di una
palmadita en el pecho.
—Listo.
Hubo un momento de silencio cuando nos miramos el uno al otro. Yo noté
que mis manos empezaban a temblar, como siempre que nos quedábamos
solos.
—Bueno... —me aclaré la garganta al ver que él no decía nada—,
supongo que deberíais iros y...
—Sabes que todavía puedes venir, ¿no? No es tarde.
Me quedé mirándolo un momento, perpleja. ¿Era la misma persona que,
dos semanas antes, no quería ni saber cómo estaba? Tragué saliva cuando
clavó los ojos en los míos, esperando una respuesta.
—Ross, no creo...
—Puedes venir —añadió—. Después de todo, no tengo pareja con la que
acudir.
Negué con la cabeza. Dudaba que ninguno de los dos se sintiera cómodo
todavía con eso.